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"Rebelde" por Los Beatniks de Moris

Bandas y músicos/as

•elsalero.elmercuriodigital ▫ El jueves 2 de junio de 1966, el grupo Los Beatniks, que lideraba Moris, consiguió grabar en los estudios CBS Columbia. El producto de esa sesión fue editado diez días más tarde en un single que está considerado el primer disco de rock nacional. En el lado A, Rebelde, de Moris y Pajarito Zaguri; en el B, No finjas más, de Javier Martínez.


La balsa de Los Gatos aparecería un año después.

Moris y Pajarito Zaguri
(Los Beatniks - 1966)
Así comenzó la historia del rock de la Argentina.

Si no hubiera sucedido aquello, quién sabe qué habría sido de las vidas de Luis Alberto Spinetta, Charly García, Fito Páez, Gustavo Cerati, León Gieco y Los Piojos. Quién sabe.

El día del big bang fue el 12 de junio del 66, según consta en una ficha de registro que duerme en paz en los archivos de la CBS Columbia de la Argentina, hoy integrados a la papelería de la gigantesca SonyBMG. Ese día, que cayó domingo (¿?) según documenta el calendario de ese año, se publicó el disquito que había sido grabado una semana y media antes sin muchas expectativas artísticas y comerciales, tanto de parte de los artistas como de los ejecutivos de la grabadora.

Y después vino lo que ya se sabe.

La aventura había comenzado medio año antes, en el verano, en Villa Gesell; precisamente en un pequeño local llamado Juan Sebastián Bar, propiedad del porteño Mauricio Birabent, ya conocido como Moris. Allí el dueño de casa y su amigo baterista Javier Martínez, ambos entusiastas músicos, animaban las veladas con un repertorio ecléctico que podían combinar temas de Los Beatles y los Rolling Stones con algunos boleros ya clásicos y con temas propios. Uno de ellos era Rebelde, escrito por Moris y Pajarito Zaguri, un amigo de Buenos Aires que estaba pasando el verano en Mar del Plata.

Los Beatniks que grabaron, alineaban a Moris, Zaguri y dos jóvenes músicos de jazz que tocaban habitualmente en La Cueva, el baterista Alberto Fernández Martín y el bajista Antonio Pérez Estévez.

Los mismos músicos promocionaron el lanzamiento del disco arriba de una camioneta en Corrientes y Florida, y luego bañándose en una fuente frente a la boite Mau Mau.

Horacio Martínez, allegado al grupo (luego fue representante de Los Gatos y más tarde productor discográfico de CBS Columbia), ofrece detalles de aquello: "Para lanzar el simple hicimos un escándalo publicitario tan grende, que creo que de alguna manera la compañía se asustó. Me acuerdo que salimos en una revista que estaba de moda en ese momento, en una nota titulada Dolce vita en Barrio Norte. Queríamos que el disco se escuchara y también llamar la atención de la compañía. Y llamamos tanto la atención que nos dieron la salida..."



Después Los Beatniks hicieron la presentación oficial en La Cueva, ante varios periodistas que había conseguido llevar Pajarito Zaguri. Uno de ellos escribiría, poco después, una nota en la prestigiosa revista de actualidad Primera Plana.

Recuerda Pipo Lernoud, poeta (co-autor con Moris de Ayer nomás) y amigo de los músicos: "En la presentación del disco, yo leí una especie de manifiesto explicando que había un cambio en el mundo y que venían las nuevas generaciones agitando las banderas del pacifismo y que había que parar el armamentismo y ocuparse de la gente que tenía hambre. Me mandé un manifiesto largo, y como al final dije: "Y aquí están Los Beatniks, que son los líderes de esta cosa", algo así, y ellos contaron cuatro y largaron con Rebelde". Lernoud, que no sabía tocar un instrumento ni cantar, escribía: con ese rol llegó a ser en una especie de ideólogo y cronista de esa troupe de entusiastas que, con unas canciones, intentaba cambiar el mundo.



A pesar de tanto empeño, Rebelde vendió apenas dos centenares de copias y poco después de un breve ciclo de actuaciones en el Teatro del Altillo de Florida al 600, el grupo fue desarmado por Moris.

Los Beatniks terminaron así su brevísima carrera.

En algunas calles de Buenos Aires quedaron los graffittis que rezaban: "Aquí estuvieron Los Beatniks. ¡Cuándo no!".

La mecha había sido encendida.

AULLIDOS CON MENSAJE (Revista Primera Plana Nº 189, 9 de agosto de 1966)
La patrulla policial hendió el humo del sótano y empezó a pedir documentos. Un oficial trepó al tablado, en donde un cuarteto de ululantes había ya enrronquecido: "¿Esto es un acto comunista?" Mientras el guitarrista intentaba disuadirlo, los otros tres callaron: "¡Sólo queremos la paz, la paz!". Para demostrarlo, se arrojaron de nuevo sobre sus instrumentos y aullaron: "Será la última guerra / vendrá la paz / es un engaño absurdo / para matar". Tapándose los oídos, el oficialemprendió un discreto retroceso. El coro, ensimismado, prosiguió: "Y si vas a la guerra / no vuelvas más / serás solo / una máquina de matar".

Algunos días después de su presentación en sociedad, en un vestusto sótano de la avenida Pueyrredón, en Buenos Aires (ex Cueva Pasarotus y templo del buen jazz; ahora La Cueva), los émulos del desertor Bob Dylan lucieron sus principios, sus apretados pantalones de corderoy y sus chaquetas azules, para anunciar que tras el tema del pacifismo y el amor libre, los cuatro habían adoptado un mote inconformista: The Rebel Beatniks; para los íntimos, The Beatniks. Además de hacerse crecer el pelo, alienta el propósito de popularizar estribillos con mensaje, estentóreos folk-rocks sobre la conveniencia de abolir grescas y prejuicios raciales.

El currículum del equipo es más bien exiguo: Maurice Moris Birabent y Antonio Pérez Estévez competían, por lo menos hasta fines del verano pasado, en los dos reductos más célebres de Villa Gesell, el Juan Sebastián Bar y La Mosca Verde. Pérez Estévez (24 años, los otros tienen 23), reputado como buen instrumentista, goza de mediana fama en los círculos jazzísticos; Birabent se especializó en componer desenfrenados yeah-yeah. Los otros dos, mientras tanto, tranhumaban de uno a otro balneario, a la pesca de changas: Alberto Fernández Martín recalo en Mar del Plata, detrás de una batería, en donde conoció a Pajarito, un juglar que tuvo especial predicamento en Villa Gesell. Pajarito prefiere que lo conozcan sólo por su sobrenombre, aunque tiene más de uno; también lo llaman Zaguri por su admiración por Brigitte Bardot.

Bajo la tutela de la casualidad, el otoño los reunió en Buenos Aires, un día -como tantos, que planeaban qué hacer después del desayuno. Solidariamente se pusieron a escribir canciones. La primera nació apenas se apagaron los rezongos de la mamá de Moris, harta de la infructuosa rebeldía de su hijo: "Rebelde me llama la gente / rebelde es mi corazón / soy libre y quieren hacerme / esclavo de una tradición", escribió el muchacho. Otras canciones como No, jamás iré a matar y Que ese rencor amor se vuelva ya ya apuntalaron su prédica de agresivos pacifistas. El organigrama de The Beatniks adjudica segunda prioridad a los asuntos del amor; menos angustiosamente, sus estribillos recetan una revaloración de usos y costumbre, siquiera sea para acabar con la frivolidad. Por lo menos, es lo que propone El amor no es cuestión de besos solamente, con letra de Jorge Giannonni, un contemplativo amigo del grupo.

La semana pasada, en tanto el cuarteto bramaba los versos de Soldado ("¿No ves que en dos mil años no hubo paz?"), una habitué de La Cueva, rabiando de entusiasmo, opinó: "Estos inventaron el Mahatma Gandhi swing". A su lado, un ensordecido parroquiano circunstancial, no se resignaba a que 'el camino de la paz pase por mis tímpanos'".



ESCUCHANDO ENTRE EL RUIDO (Miguel Grinberg. Fragmento de su libro Cómo vino la mano, publicado en 1977)


(...) En el invierno de 1966, un amigo me pasó el dato sobre unos recitales que se hacían en el Teatro del Altillo (Florida 640). Sus protagonistas se llamaban Los Beatniks y cantaban en castellano. Me acerqué un día y quedé impresionado por su vigorosa manera de hacer música que poseía algo distinto, lleno de realidad. Así fue como conocí a dos de sus miembros en especial: Moris y Pajarito.

Algunas tardes me senté a divagar con Moris en la Plaza del Congreso y la amistad se corporizó de inmediato. Yo era un intelectual, trabajaba como periodista (crítico de discos y cine) en la revista mensual Panorama. Pero lo que nos ligó fue la poesía. Casi simultáneamente, una amiga me presentó a un chico que tenía un conjunto llamado The Seasons: Carlos Mellino, guitarrista y cantante. El y sus compañeros, Alejandro Medina, Alberto y Freddy, habían grabado un LP para Microfón, palanqueados por Horacio Malvicino. El cuarteto cantaba en un inglés sanateado, el álbum se llamaba Liverpool at B. A. y era un camelo olímpico, ya que todo pretendía venir de Gran Bretaña. En la foto lucían como beatles; Carlos y Alejo firmaban los temas como "Max y Rodney". De todosmodos, terminé yendo con ellos a la Cueva de Pueyrredón. Allí conocí a Tanguito y una noche, en el departamento de alguien, Moris me presentó a Javier.

Fantasía va, fantasía viene, sobre fin de ese año conseguí prestado el Teatro de la Fábula (Agüero 444) y en el corazón del Abasto gardeliano hicimos varios recitales bajo el título de Aquí, allá y en todas partes. Contábamos la historia del rocanrol y cantábamos lo que sabíamos: Moris, Tanguito, The Seasons, un argentino que tras vivir en los Estados Unidos actuaba con el nombre de Bob Vincent y cantaban los temas de Bob Dylan en inglés, y una piba llamada Susana que estrenó los temas de Facundo Cabral con una voz muy parecida a la de Joan Baez. A último momento, Javier se desvinculó del proyecto, molesto porque yo los obligaba a ensayar, mientras a nuestro alrededor los cueveros ponían cara de desaprobación por la misma causa.

Vino un colega del viejo diario El Mundo y nos miró con cálido desdén. Vino una reportera del Buenos Aires Herald y escribió una crónica solidaria. Vinieron las amistades y alguno que otro joven atraído por el cartelito que habíamos pegado en las librerías y disquerías.

ATER NO MÁS (Del libro Agarrate!!! de Juan Carlos Kreimer (1970), el primero dedicado al rock (por entonces "beat") argentino)

Con la llegada de los primeros discos de Los Beatles, las acciones de la Nueva Ola bajan considerablemente y crecen las de los conjuntos e intérpretes que imitan modalidades extranjeras. Los Shakers, Los Vip's, Los In (que luego serán Los Mockers, Los Bull Dogs y luego nada) cantan en inglés, con ritmos y melenas igualmente importados. Otros no: Los Gatos Salvajes (entre quienes alista Litto Nebbia), Los Buhos, Sandro y otros que, a pesar del viento en contra, intentan expresarse en el idioma de quienes los escuchan, ya sea a través de canciones propias o de traducciones. Y están también los que "naufragan" anónimamente con sus guitarras por los bares, las grabadores, los lugares de veraneo.

Recién el 28 de febrero de 1966, la sección marplatense de El Mundo cree descubrir la pólvora: dedica dos columnas a las canciones "comprometidas" que hace un muchacho de bluejeans gastados en El 51. "Le dicen Pajarito y hace shakes en castellano con letras que predican el amor libre y el rechazo de las costumbres burguesas", apunta el diario.

Poco después la confusión se agranda. Primero, por la aparición de dos conjuntos que tienen excesivos puntos de contacto a pesar de las notables diferencias de sus integrantes. Ambos se llaman Los Beatniks, ambos se han fijado idénticas intenciones y autoprohibiciones. Los Beatniks Sbirros -Angel y Emilio del Guercio, Edelmiro Molinari y Luis Alberto Spinetta (menos Angel, después Almendra)- hacen fugaces apariciones en la Escala Musical que capitanea Carlos Bayón. Los otros Beatniks, los "cueveros", varían su staff por motivos diversos: económicos, de veraneo, de índole musical. Varias veces se separan, se turnan, vuelven a integrarse4. En abril de ese año, Los Beatniks se forma oficialmente con Pajarito (que ya había vuelto de Mar del Plata), Alberto Fernández Martín (hoy Sound & Co.), Antonio Pérez Estévez (que hoy hace beat en España) y Moris (el mismo de siempre). Con ellos CBS intenta reemplazar el agujero dejado por la ruptura de Los Buhos y les hace grabar un simple. Logran más promoción sensacionalista que impacto entre los jóvenes. Y como la compañía sólo les ofrece continuidad a cambio de temas en inglés y continuar con la farsa del escándalo callejero, se separan a los pocos meses. Vuelven a La Cueva -reducto de buenos jazzmen- y sobreviven al amparo de la penumbra. Comparten sus mesas con Ramsés VII (Tanguito), Litto Nebbia, el poeta Pipo Lernoud (autor de Ayer nomás), Miguel Abuelo (más adelante Los Abuelos de la Nada), Javier Martínez, Alejandro Medina (entonces bajo de Los Seasons), Quique y Freddy (de Los Náufragos), Billy Bond, Horacio Martínez (el Gordo Martínez).

Como a Pasarotus -contraseña de La Cueva entre los iniciados- sólo van estos honrosos parroquianos de consumisión mínima y unas pocas parejas de enamorados, alguien piensa que un conjunto de shake atraerá gente nueva. Litto arma Los Gatos Salvajes, luego tocan Las Sombras, después Nacho Smilari (guitarra, hoy La Barra de Chocolate), Miguel Monti (alias Miguelito Fender por ser el primero en tener un bajo de esa marca en Argentina) y otros. Pero a esta altura, el primer conjunto cuevero, rebautizado Los Gatos, consigue fecha de grabación en RCA y registra La balsa, himno de la naciente colectividad hippie local.

TODO HIERVE (Manifiesto escrito por Pipo Lernoud que su autor hizo circular por el Bar Moderno hacia 1966)

En la Argentina (probablemente en todo el mundo), los intelectuales perdieron el tren. Todos quedan girando en larguísimas discusiones que desembocan en la frustración. El intelectual porteño es el animal más inútil del universo. Se muere en un café, resolviendo complicadas abstracciones, vestido de cadáver, mientras a su lado pasa la vida, en colores y cinemascope. Camarillas, elites, grupos que dicen "luchar por la cultura popular". Mediocridad, estupidez, aburrimiento, sadismo imaginario, absoluta falta de creación. Desde el surrealismo, en el mundo no pasa nada capaz de conmover realmente a esos bichos anteojudos. Se embarcan en extrañas retóricas populacheras, se atan a esquemas, no exigen nada, no se les pide nada, no se les teme. Publicar un libro de poemitas sobre las madres proletarias, mil lectores, los mismos que compran las revistas literarias de moda. Y entonces reunirse, hablar de Sartre, una exposición de imitadores, marxismo de entrecasa, psicoanálisis para curarse del hastío.

Henry Miller dijo de los poetas: "Debe ser la suya una voz capaz de ahogar el trueno de una bomba". Por supuesto, los poetitos de la calle Corrientes prefieren la cultura "valiente y popular" de sus mil lectores. Afuera de ese olor a podrido, Los Beatles tapan el rugido de la bomba con canciones furiosas y ropas de colores. Inauguran una juventud que se tira a dormir en la calle y hace el amor en las plazas. Hasta la Reina se queda en la horma. Bob Dylan levanta a toda una generación. Todo hierve. Hay mucho comercio detrás, está bien, lo sabemos, pero ¿y? El cambio se da, no importa el esquema teórico con que intentemos liquidarlo. Los Beatles critican la guerra de Vietnam, apoyan el laborismo, dicen que Jesús está pasado. Y su voz es inmensa, llega a todos los rincones, los murmullos de los literatos se sobaco no se oyen.

Hace falta el estruendo. Señores, no se mueran.

HAY QUE TRAER EL AMOR DE VUELTA (Editorial escrito en 1966 por Pipo Lernoud para el primer número de una revista que se llamaría La Mano, que pensaba editar junto a Moris y que nunca salió)

El camino recto
de kilómetro en kilómetro
de año en año
viejos de frente estrecha
señalan a los niños el camino
con ademán de cemento armado
J. Prevert

Cuando por primera vez los jóvenes invaden las casas de ruido y música, ritmos nuevos flotan en el aire. Los padres miran preocupados: sus hijos salen a la calle con los discos bajo el brazo, cantan y corren, de la mano. Van vestidos así nomás: un par de blue jeans, un suéter colorinche, pelo largo, zapatillas o botas. No parece que pisaran las veredas; corren y bailan, son livianos.

En cuanto se juntan unos cuantos se meten en una casa, ponen un disco y bailan. Bailan como ellos quieren una música que ellos inventaron. Para los padres, ésas son "contorsiones histéricas", el pelo largo es "signo de degradación sexual". Para ellos, bailar es una de las pocas cosas que los dejan hacer a gusto; el pelo largo es la rebelión contra las reglas y las costumbres.

Pasa en todas partes. El diario dice que en Inglaterra invaden las playas con sus motos. En Estados Unidos paran un tren cargado de soldados para Vietnam. En Polonia, la India, Japón, pelos largos, pacifismo, discusiones sobre sexo, llamados a la rebelión. De un día para otro, los jóvenes se han vuelto los protagonistas de la crisis en el mundo.

Porque los mayores aceptan el mundo como se lo han dado, aceptan este mundo lleno de guerras absurdas, de hambre, de tristeza, de aburrimiento, los únicos que lo pueden cambiar son los jóvenes. Los mayores han perdido las esperanzas de vivir, trabajan y duermen solamente. Los jóvenes quieren recuperar la alegría, la sinceridad, el aire libre. Aunque tengan que pelear contra toda la maquinaria que los obliga a permanecer en silencio, quietos, solos, separados unos de otros. Porque también hay que recuperar el contacto de la piel, de los ojos, desde adentro de uno hacia el de al lado. Hay que traer el amor de vuelta.

En esa ciudad gris y triste, con gente que camina mirándose los zapatos, siempre dispuesta a quejarse, han desaparecido las sonrisas y los besos. Los jóvenes tienen que traerlos.

Pero todos estamos solos. Barreras de apellidos, de barrios, de formas de hablar nos separan. Barreras entre sexos porque para un hombre una mujer es un bicho raro que hay que tratar de deslumbrar. Y viceversa. Una mujer o un hombre no son seres humanos, son cosas que hay que conquistar para mostrar. Vivimos temiendo quedar mal.

Nadie dice: "Che, tengo miedo de esto" o "no entiendo aquellos". Nos han metido en la cabeza que no hay que ser sincero, que hay que mentir, hacerse el Don Juan y estar en pose. No somos personas, somos un disfraz que nos ponemos para no pasar vergüenza.

Para los jóvenes que quieren tratarse unos a otros como seres humanos y no usarse como cosas, que quieren paz y no guerras salvajes e infinitas, que quieren alegría, sale esta revista.

Sacar la revista no es para nosotros una pesada obligación ni un lance comercial. Es una necesidad, un gusto que nos damos. Y ese gusto sería mayor si los lectores colaborasen. Llamamos a todos. Manden cartas, artículos, poesías, letras musicales, cualquier cosa.

Tenemos que unirnos y comunicarnos. Esta es la oportunidad, aquí estamos para eso.

A ver si nos ayudan, che.

TODO TENÍA MUCHA POLENTA (Conversación entre Miguel Grinberg y Moris, publicada 1977 en el libro Cómo vino la mano escrito por el primero)
- ¿Desde cuándo existían Los Beatniks cuando hicieron el recital en el Altillo?

- Un año, más o menos.

- ¿Ese fue el primer recital formal?

- Creo que sí. Veníamos de tocar en Villa Gesell, donde yo tenía un boliche, una boite. En el 65 se llamaba Juan Sebastián Bar. Allí tocaba con Javier, habíamos hecho un dúo, se llamaba Javier y Moris, o Moris y Javier. Yo a él lo conocía de La Cueva, del invierno del 65. De aquí nos fuimos allá cuatro tipos a poner un boliche, y ahí hicimos en verdad el primer recital de todos, llamándonos ya Los Beatniks. Javier, yo, Rocky Rodríguez e Iván. Cantábamos algunas canciones de Los Beatles, algunas de los Rolling, y yo cantaba Rebelde, que después fue el simple de CBS, un par de canciones en castellano. Con Javier hacíamos dobletes, tripletes, nuestro conjunto no podía ser. Yo tenía una guitarra estereofónica que había inventado con dos amplificadores chiquitos, una pastilla para los agudos y otra para los graves. Hacía así los bajos y Javier tocaba la batería. Sí, hacíamos temas en castellano. Javier empezaba a hacer, cantar algunas cosas, coros.

- Desde el carnaval de 1965 en Rosario, ése había sido también el raye de Litto Nebbia y Los Gatos Salvajes.

- Claro. Y cuando terminó el verano, vino el desbande, llegamos acá, me encontré con Pajarito. Lo conocía de Palermo, hace 21 años que lo conozco. Nos juntamos y empezamos a componer. Fue se año que compuse El abuelito, así le dicen, es Escúchame entre el ruido. Ahí conocimos a dos tipos más, que eran músicos muy buenos: Alberto Fernández Martín, que tocaba batería, y que después se fue con The Sound & Company; y al bajista Pérez Estévez. También al organista Kerestezachi, a Jorge Navarro... En La Cueva tocaba Susana Juri, un personaje todo de negro, todas las noches fascinados por ella. Pero de a poco la gente de jazz se fue borrando de La Cueva, salvo el gordo Cáceres, que era muy cirquero, muy quilombero, y era amigo de Pérez Estévez. Alentaba, nos daba fuerza, el único tipo que hacía eso. Había cosas raras. Kerestezachi tocaba de modo impresionante. Había un alemancito que cantaba tangos, y Manzi tocaba el piano. Y después tocaban Las Sombras, que eran Ricardito Lew en guitarra, y Carlitos Carnaza, que después -el gordo- fue el bajista de Alma y Vida. A La Cueva venía Sandro. Algunas noches tocaban Litto Nebbia y Ciro Fogliatta, Moro y Kay... Alfredito todavía nos e había uhnido a ellos para formar Los Gatos. Ahí se formaron muchas cosas. Tanguito venía todas las noches...

-Lo que a mí me impresionó mucho en el Altillo fue la entrega de Los Beatniks, se desafinaba, había barandas terribles, pero dejaban la vida en cada cosa, en toda la música. Un tipo de experiencia que yo no conocía, muchos menos en los músicos profesionales.

-Lo que pasa es que nosotros vivíamos en una pensión a unas diez cuadras de allí. ¿Viste que hacíamos un sketch al principio? Vivíamos juntos con el Gordo Martínez, Pajarito, el bajista... y un poco era nuestra vida, juntar un poco de guita, pichulear, moverse... Pienso que todo tenía mucha polenta porque así vivíamos, creyendo en todo eso, en las canciones contra la represión, la agresión, la bomba atómica. Fijate que los dos músicos que habían entrado, que eran profesionales, al mes ya no querían ser más profesionales, ya no se querían sacar la ropa negra que usábamos... Me acuerdo que Gustavo Kerestezachi estaba completamente deprimido, triste, porque no queríamos que el grupo tuviese más de cuatro, los que usaban la ropa, y él quería ser parte de eso, le gustaba el asunto, la historia de andar en la aventura. Así que los tipos estaban entusiasmados con ese nuevo sistema de delirio, decir cosas, no sé. Teníamos una canción que hablaba de Gardel, era un rock pero como canción melódica, la letra la había hecho Pipo Lernoud: hablaba de la ciudad, que estaba solitario y que se yo, y yo había preparado un sketch que decía el baterista, todo muy armadito, nada improvisado. No me acuerdo qué decía, pero en un momento decía: "y no nos olvidemos que la sonrisa que nos hizo famosos en el mundo entero, la sonrisa de Gardel...", y que se yo... "Argentina". No me acuerdo cómo reaccionaba el público, serían 25 tipos, 30. Era raro, después de diez años uno se da cuenta de qué era. Terminábamos, el Gordo hacía la repartija de la plata.

- ¿A Pipo Lernoud de dónde lo conocías?

- No me acuerdo. Creo que lo conocí en La Cueva. El escribía, estaba copado con Bob Dylan, con las letras, con Kerouac, con todo, Allen Grinsberg. Escribía todo el día.

(...)

- Cuando salió el simple de Los Beatniks en CBS, ya no funcionaba como conjunto.

- Cuando salió, ya estábamos a punto de separarnos, yo no quería seguir. Era un problema, en un conjunto había que consultarlo todo. Las letras, la forma de vestirse, las actitudes que se tomaban. Y aparte había un problema con Pajarito, yo lo defendía, los otros dos querían echarlo porque no tocaba bien la guitarra, tocaba medio mal. Yo decía que el Pájaro tocaba mal pero tenía mucho carisma sobre el escenario, mucho ángel, blablabla... Había siempre quilombos. Y al final dije: "Yo me voy a tocar solo". Así un día decidimos separanos. Arranqué solo.




LOS BEATNIKS

Moris: guitarra y voz
Pajarito Zaguri: guitarra y voz
Antonio Perez Estévez: bajo
Javier Martínez: batería
Jorge Navarro: teclados



Esta agrupación nació en 1966, en Villa Gessell. Se inclinaban por el rock'n'roll de "Long Tall Sally" o "Tutti Frutti", aunque también componían sus propias canciones. En 1966 era la banda más importante que se presentaba en "La Cueva", un reducto hasta entonces reservado al jazz.



El 2 de junio de 1966 es considerada como la fecha de la primera grabación de rock argentino: en los estudios CBS, los Beatniks registran "Rebelde" y "No finjas más", su único simple, del cual se editaron 600 copias y se vendieron 200. Organizaron un escándalo para lograr promoción: llamaron a la revista "Así" (una de las más sensacionalistas y populares de la época) y tocaron semidesnudos en una fuente. Las fotos salieron en tapa y la edición fue censurada por el gobierno de Onganía. Pasaron tres días en prisión, pero lograron una amplísima cobertura de casi todos los medios. Poco tiempo después de que el disco salió a la venta, el grupo ya estaba casi disuelto. Las pobres ventas y algunas actitudes poco habituales para los músicos de la época que no gustaron en la compañía discográfica terminaron por disolver el contrato.

Discografía
Rebelde (simple), 1970


*Con información de rock.com.ar, Primera Plana, Miguel Grinberg. Fragmento de su libro Cómo vino la mano




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