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Hillary, tiralínea imperial

Por Salvador Briceño

Si hubo quién, comenzando por el propio presidente Felipe Calderón [pero sobre todo los mexicanos, indignados todos], esperaba que la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, llegara a México ofreciendo disculpas por el contenido y uso de los cables —revelados por el portal Wikileaks— enviados desde la embajada que encabeza Carlos Pascual hacia el Departamento de Estado de Estados Unidos donde la señora es la titular, se equivocó.

Y por lo sucedido durante la visita relámpago de la señora Clinton a México, vía Guanajuato, también el gobierno mexicano ha dejado pasar la oportunidad de oro para protestar enérgicamente y frente a frente, por los servicios de espionaje y malos tratos otorgados por Pascual a las autoridades mexicanas, comenzando por la institución presidencial, las Fuerzas Armadas, los cuerpos policiacos, la lucha contra el crimen organizado y los servicios de inteligencia nacionales.

En cambio, la señora Clinton vino a hablar de lo que quiso sin que nadie le revirase nada, porque la señora titular de Relaciones Exteriores de México, Patricia Espinosa, está de adorno con todo y asesores. Las declaraciones de Clinton, fueron un espaldarazo al embajador Pascual, más que al presidente Felipe Calderón, como quisieron verlo algunos medios de comunicación. Es más, incluso se hizo acompañar por el experto en “estados fracasados” [sic], exembajador en Ucrania y con pensamientos como este: “Cuando prevalece el caos, puede prosperar el tráfico de estupefacientes” [¿para bien o para mal?]: Carlos Pascual.

Clinton reiteró la estrategia de Estados Unidos: “Combatir el crimen organizado” [lo que ya levanta sospechas, o comienza a dudarse] y, por encima de todo, proteger su seguridad nacional. Llegó, más que con pendientes de la administración Obama para coadyuvar con México en temas como la migración, con exigencias. Todo sin aclarar nunca, siquiera porque fueron sorprendidos con los dedos en la puerta, el tema del espionaje de sus diplomáticos. Y por lo visto, para EU el tema Wikileaks-México está superado. Más en cuanto es omitido por el gobierno mexicano, pese a los cables.

Por lo tanto, lo que ocurrió durante la tercera visita de la secretaria de Estado, Hillary, que se vio acompañada por el propio Pascual, Arturo Valenzuela como subsecretario de EU para Latinoamérica y el embajador Sarukhán, podría resumirse como sigue:

1.- Clinton no se disculpó con el gobierno de México, por el trato que otorga la embajada de EU encabezada por Pascual, conforme a lo revelado por el portal Wikileaks. A lo más, refirió Clinton, no hablaría de una información obtenida ilegalmente, como tampoco la desmintió. Pero México no exigió una disculpa; mucho menos, digamos [¡pidamos peras al olmo!], un replanteamiento de las relaciones México-EU, o la remoción de Carlos Pascual. Este era un momento propicio. Pero como no se hizo ahora, no se hará después.

2.- Cualquier administración, dijo Clinton, sin importar el partido político que gane en México, debe plantearse como meta el combate al narcotráfico y al crimen organizado a pesar de los costos, “pues los narcos no se van a entregar sin una lucha terrible”. Guerra con guerra o violencia con más violencia, sin otras acciones paralelas como atacar al corazón de las finanzas de los grupos del crimen organizado o contener el tráfico de armas desde EU.

3.- Clinton arremete contra el Ejército. Este es un asunto que debe verse con lupa. Haciendo eco, cuando así les conviene, retoman las críticas de Human Rigth Watch, sobre las violaciones a los derechos humanos perpetrados por el Ejército mexicano. La funcionaria se pronunció porque los militares sean juzgados en tribunales civiles cuando incurran en estos delitos. Y hasta le tiró línea al Congreso, esperando: “Que en el país se apruebe la reforma propuesta por Calderón para reformar el Código de Justicia Militar”. Y remató contra los militares —con línea para el Ejército—: “Tenemos que asegurarnos que cualquier violador de derechos humanos, así sea dentro de las Fuerzas Armadas, sea juzgado en una corte civil”. Tremendo reclamo venido de afuera y en nuestras narices sin protesta alguna. Intervencionismo puro. Por lo demás…

4.- Es una falsedad que se esté está apoyando, como dijo la señora, lo que hace el gobierno de México para combatir al narco. Porque los recursos destinados para ello vía la Iniciativa Mérida llegan a cuentagotas, no como la situación de emergencia lo exige, y porque ninguna otra medida importante se lleva a cabo por el gobierno de Barack Obama. Al contrario, dejan que los sucesos de violencia corran, aún con las más de 34 mil víctimas.

En fin, que los temas tratados entre Clinton y Espinosa fueron los que interesan a EU y no a México. Pese al antecedente de Wikileaks. No importa. Sólo si se lleva a cabo todo eso, entonces “estamos dispuestos a ayudar”. En claro: Clinton vino a proteger a Pascual —no interesa que Calderón ya no lo reciba en privado— y a tirar línea al gobierno mexicano. A combatir la violencia con la violencia. Al fin que los muertos los pone México. Al fin que las armas proceden de EU y el flujo ilegal no para, porque son sus armeros los que hacen el sucio negocio, sin importar que entre los principales clientes estén las propias bandas del crimen organizado mexicanas.

En este punto, seguramente Clinton desoyó las protestas de los estudiantes universitarios, de la Facultad de Economías de la Universidad de Guanajuato, cuando le gritaron: “No más armas de estadounidenses”. Porque la señora Clinton sólo refirió que el gobierno de Obama está decidido a “hacer lo necesario”, como obligar a los vendedores de armas estadounidenses a reportar las compras al mayoreo de rifles de alto poder. Pero eso no sirve de nada.

Calderón estará contento —no por las disculpas que no llegaron— por las muestras de “admiración” en su “cruzada” contra el narcotráfico, y por los 500 millones de dólares que le entregarán este año como parte de la Iniciativa Mérida. Un proyecto imperial de allá para acá, ¿y de acá para allá qué? Nada. Ni reclamos ni expulsión, de un espía especialista en “estados fracasados”, como lo es Carlos Pascual.





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