Ir al contenido principal

Colombia: Escritores indígenas, unas plumas de lujo

Treinta autores publican, varios han ganado premios y hacen parte de la colección ‘Libro al viento’

Por Catalina Oquendo B.- Freddy Chikagana sostiene con sus manos pequeñas un libro con sus poemas quechuas traducidos al francés. A unas cuantas páginas de distancia están los de su amigo camëntsá Hugo Jamioy y, unas más adelante, los textos del wayú Vito Apushana. Los tres pertenecen a comunidades indígenas que viven muy lejos unas de otras en el país, pero están unidos en los libros.
Sus poemas hablan de la agonía de los ríos, de los frutos del cactus, de cómo estar muertos, pero seguir viviendo en los sueños o de los abuelos que “andan más cerca de la frontera de la vida”.

Son solo tres de los exponentes de la literatura indígena de Colombia, pero no los únicos, aunque sí algunos de los más premiados en el exterior.

Se reunieron en Bogotá en el Encuentro Nacional de Escritores indígenas de América Latina (en la pasada Feria del Libro), que reveló que hay una generación de 30 autores contemporáneos que ya están publicando y se encuentran en antologías nacionales y 100 que escriben y aún no han sido editados.

Un premio mundial
Para hablar de Chikangana hay que decir que es pequeño como un niño, como si se hubiera quedado en ese momento, a los 11 años, cuando escribió su primer canto a las estrellas. Y a la vez es tan grande, que es el único colombiano que ha ganado el Premio Mundial de Poesía Nósside (originario de Italia).
Nació hace 47 años en el resguardo Río Blanco, Yurak Yaku (Cauca), pueblo de los yanaconas. Ha publicado El colibrí de la noche desnuda y Espíritu de pájaro en pozos del ensueño y no cree que la literatura sea algo de raza.

“Es universal, es un elemento vital del ser humano. Yo escribo -dice- para retornar a la memoria en medio del vacío que vamos sintiendo en el transcurrir de la vida y para que nuestra presencia en la Tierra tenga un sentido”.

Chikangana, cuyo nombre en quechua es Wiñay Malki, salió de su comunidad tras la muerte de su padre. Estudió en Jamundí y luego llegó a Bogotá a estudiar antropología, pero en realidad se dedicó a escribir.

En ese camino, ganó el premio de poesía Humanidad y Palabra, comenzó a publicar en revistas de Suecia, Dinamarca, Holanda y Chile y en la Casa de Poesía Silva, en Colombia, y se convirtió en un invitado constante del Festival de Poesía de Medellín. Ahora es traducido al francés, portugués e italiano.

Para él, que lee a Shakespeare, Cortázar y a sor Juana Inés de la Cruz, no existe una diferencia entre la literatura indígena y otro tipo de literatura. “Lo que sí es distinto es que desde las culturas nativas vamos al fondo de lo oral, pensamos que el territorio es muy poético”, dice, y aclara con realismo que lo que escriben ellos sigue siendo invisible en el país.

Es cierto. Lo confirma el máster en Literatura Indígena Miguel Rocha Vivas.
“Hay un movimiento que es de la última década del siglo XX, que es cuando ellos empiezan a publicar en sus lenguas, pero todavía hay unos cánones literarios muy fuertes y estos escritores aún no aparecen”.

Según su investigación, históricamente, los indígenas eran tratados como informantes de los antropólogos o misioneros que traducían sus relatos y en ocasiones los distorsionaban. Luego hubo un movimiento que generaron los indígenas mapuches en Chile y se empezó a hablar de oralitura, una mezcla de oralidad y literatura.

Mientras eso ocurría allá, en los años 60 en Colombia surgían dos personajes: Antonio Joaquín López, el primer wayú que se atrevió a escribir su propia novela sobre las luchas arijunas y el contrabando; y Alberto Juajibioy Chindoy, en Putumayo, quien, después de haber sido informante del Instituto Lingüístico de Verano -un grupo de misioneros gringos que vino a enseñarles-, decidió escribir sus propios relatos.

Sin embargo, el momento reciente clave fue en el 2000, cuando Vito Apushana, un hombre de La Guajira, ganó el Premio Casa de las Américas en Cuba.

“Empecé a preguntarme en qué lengua concebía el mundo y comprendí que uno tiene una especie de cepas de verbos que lo determinan, como unos peces que lo rodean”, dice, desde Riohacha, y habla de la letra ii del wayunaiki, que significa origen, y que le sirvió para definir su ruta literaria.

Ha publicado Contrabandeo de sueños con alijunas cercanos y Encuentros en los senderos de Abya Yala, o tierra de sangre fértil, con el que ganó el Casa de las Américas.

¿Una generación?
Según Jaime Huanun, premio Nacional de Poesía de Chile en el 2001, los países en los que hay “una eclosión de poeta son México, Colombia, Perú y Chile, donde hay una buena cantidad de autores conocidos”.

Uno de ellos es el tímido Hugo Jamioy. Perteneciente a los camëntsa del Valle del Sibundoy, Putumayo, ha publicado los libros Mi fuego y mi humo, Mi tierra y mi sol, No somos gente y Danzantes del viento, texto que ya va por su segunda edición. Jamioy se ganó la beca de investigación en literatura del Ministerio de Cultura en el 2008 y ha sido publicado en Alemania, España y México.
Cuenta que comenzó también escuchando los relatos de su ‘taita’ en las chagras y, aunque estudió el colegio en castellano, sintió que era más profunda su lengua indígena. Por eso, se convirtió en botamán biyá o el hombre de la palabra bonita, como son conocidos los poetas en su comunidad.

“Mientras en la escuela definían el sol como un astro que daba luz y calor, mi abuelo decía que el shinge o sol era el dador de luz en el tiempo. Entonces, sentí que era una lengua que daba más imágenes, más maternal”.

Jamioy, de 40 años, cree que los escritores indígenas tienen mayores responsabilidades que los de la ciudad. “No podemos escribir por el ego individual, porque tenemos detrás una comunidad, la historia de un pueblo”, dice este hombre que ahora vive en la Sierra Nevada de Santa Marta, a donde lo llevó el amor de su esposa.

La generación indígena no es solo de hombres. La wayú Estercilia Simanca y las uitoto Jenny Muruy y Anastasia Candré son algunas de sus representantes.

Sus relatos ya no solo pertenecen a sus comunidades y ahora pueden leerse incluso en el TransMilenio, donde ya circulan ejemplares del libro Putchi Biyá Uai (palabra en wayú, caméntsa y uitoto), de la colección Libro al viento, de la Secretaría Distrital de Cultura de Bogotá, dedicado a la literatura en otras lenguas y que está también en español.

Pero además tienen su propia colección del Ministerio de Cultura que el año pasado, por el Bicentenario, publicó 13 libros con cada uno de los escritores indígenas más destacados.

“Fue un avance, pero lo hicimos también dejando claro que el Bicentenario marcó una etapa donde nosotros también perdimos”, dice Chikangana.

Lo que viene
El director del Poblaciones del Ministerio de Cultura, Moisés Medrano, asegura que “la literatura indígena en Colombia va por tan buen camino, que es comparable, proporcionalmente, con la mexicana, que tiene mucho más tiempo de historia e impulso”. Y dice que dentro de la política de lectura y escritura del Ministerio tienen previsto invertir más de 5.000 millones en este campo. Pero todos los escritores coinciden en que falta mucho. “Lo importante -afirma Miguel Rocha- es que por lo menos ahora son los miembros de las comunidades los que deciden qué contar o no contar”.

O como dice Vito, desde La Guajira, hace falta que los vean más allá del folclor. “Aún somos invisibles porque Colombia es un país que apenas está en un proceso de descolonización mental, que solo entiende la escritura desde un canon europeo y que cree que lo demás es folclor”, remata el wayú.

Tres poemas

Trabajo literario
“Siempre es bueno tener los pies en la cabeza, dice mi taita, para que tus pasos no sean ciegos”.

Hugo Jamioy
“Crecemos, como árboles, en el interior de la huella de nuestros antepasados. Vivimos, como arañas, en el tejido del rincón materno. Amamos siempre a orillas de la sed”.

Vito Apushana
“Por estas tierras deambulan las voces de nuestros muertos yanakunas. Andan con cuerpo de río y memoria de agua, vibrando como árbol al viento”.

Freddy Chikangana

Voz uitoto

Es literatura
Anastasia Candré Yamacurí es una de las escritoras uioto del Amazonas. Creció en un internado de monjas, donde aprendió el castellano. Por azares de la vida, terminó enseñando su lengua en la Universidad Nacional. “No sabía qué era literatura. Ahora sé que nuestra lengua está llena de ella, así como nuestro territorio”, dice. Candré hizo parte del equipo de trabajo de la exposición ‘Llegó el Amazonas’, del Museo Nacional, en el 2009.
—-
Portal informativo el Tiempo: http://www.eltiempo.com/entretenimiento/libros/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-9424064.html




">


ARCHIVOS

Mostrar más


OTRA INFORMACIÓN ES POSIBLE

Información internacional, derechos humanos, cultura, minorías, mujer, infancia, ecología, ciencia y comunicación

El Mercurio Digital (elmercuriodigital.es) se edita bajo licencia de Creative Commons
©Desde 2002 en internet
Otra información es posible




AI FREE: DIARIO LIBRE DE INTELIGENCIA ARTIFICIAL