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La fatalidad de Calderón

Por Salvador Briceño  

A medida que se llega al final del actual sexenio, siente la incomprensión de la gente que no aquilata lo que hizo, “de buena fe”, Felipe Calderón. Le apostó casi todo a la “guerra” y, al final, no alcanzó ni la paz de los sepulcros porque no ha enderezado el rumbo. Con un destape adelantado, le da línea a su partido, el Acción Nacional y su gabinete, en pos de la continuidad de la política económica —que de eso se trata—, Calderón anda como en gira de despedida. No se aguanta las ganas de justificar sus acciones, y un día sí y otro tampoco, no deja de soltar alguna frase con toda la intención de volverla de bronce pero que, al final, resulta de barro.

En particular, su relación con los medios de comunicación no dejó lugar a dudas, como Vicente Fox, de su inclinación pro empresarial, al fin de extracción panista. Cercano y obsequioso con el duopolio televisivo —Televisa y Tv-Azteca, en especial la primera—, y crítico con los que, en especial, desde la prensa escrita, a su vez lo critican duro, comenzando por su estrategia de combate al narcotráfico fallida, que ha costado los al menos 40 mil ejecuciones. Junto a este clima de violencia, o como parte de ella, el reconocimiento internacional de que México es el lugar más peligroso para el ejercicio periodístico.

El resultado es que las principales noticias diarias, quiérase que no, se refieren a los diferentes grados de violencia, que nos hacen trascender como uno de los países más inseguros para vivir y visitar, tanto como los países en guerra continua. Por más que nos dicen que la inseguridad no alcanza a todo el territorio y que está focalizada. Aunque, en el caso de Ciudad Juárez, esté en puntos clave, pero tanto más en Tamaulipas.

Desde hace meses, la administración calderonista ha emprendido una campaña publicitaria, para que —todos, la prensa y la gente común y corriente— hablen bien de México. Porque nos ha ganado el pesimismo y el derrotismo. Que hay que destacar lo bueno que tenemos, sobre lo malo. Que somos más los buenos que los malos.

Es otra forma, de otras muchas, de buscar legitimar sus acciones, o por la fuerza o sin importar el costo. Calderón, al emularse con Winston Churchill, se cuidó de emitir la celebérrima frase del primer ministro británico, pues hubiera sido un exceso, en referencia a que lo único que podía ofrecer era “sangre, sudor y lágrimas”.

El 26 de mayo, durante la ceremonia de la Iniciativa México (IM), patrocinado por Televisa, y acompañado por Emilio Azcárraga, el Presidente se quejó de quienes generan un “concurso de demolición del ánimo nacional”, entre los que peor hablan del país, mientras —aseguró—, se habla bien de México en otros países.

Comparó el ánimo nacional como una luz que tiene que salir y darse a conocer. Porque, definitivamente, “una luz no esconde debajo de la cama”. Y definitivamente, las noticias buenas son “muchísimas más” que las malas. De manera coloquial, les dijo a los ganadores: “Como dijo Emilio, somos muchísimos más, millones y millones y millones más los mexicanos de bien que queremos a México y, como ustedes, aportan para construir ese México mejor. ¿Cuántos millones más quieren?”.

Puestos en una balanza, ¿qué valen los casi 40 mil ejecutados en esta guerra absurda y fallida, frente a los “millones y millones y millones”? Asumiendo su papel de doctor siquiatra, Calderón consideró que la clave es reconocer lo positivo en lo que tenemos y hacemos, pues, también, “en México se hacen las cosas bien”.

Gobernar bien e informar al respecto, no es un asunto de popularidad o, específicamente, de concurso. La prensa independiente —si vale el término— no está para escribir bien o escribir mal de lo que hace el poder. Para eso están, y se ve, los medios audiovisuales, en especial la televisión. Las presencias —no se sabe bien, quién acompañando a quién— de Felipe Calderón y Emilio Azcárraga, sólo refuerzan al poder en su triple dimensión: político, económico e ideológico.

En ese tenor, el parangón con Churchill fue de distractor, de parapeto, incluso para los medios. El evento de IM, tuvo jiribilla. Movida electorera. Resulta que al programa acudieron miles de operadores del gobierno de todos los estados de la República, incluso con gastos pagados de hospedaje y avión. Pero fue con toda intención para tirarles línea. Resulta que Calderón no quiere dejar el poder, la silla presidencial o la residencia de Los Pinos. Para eso está paseando, promoviendo y presentando al titular de Hacienda, Ernesto Cordero, como gallo posible del PAN. Aunque en el fondo no es algo significativo; también distractor.

Pero también abusando del poder presidencial. Y pretende el relevo, pero no de partido sino de hombre a contentillo. Porque de lo que se trata es de no dejar la silla presidencial. Lo hemos dicho antes en este espacio; apostarle a ganar en el 2012, cueste lo que cueste. Cuando se calló la alianza o coalición con el PRD en el Estado de México, ahora van por Michoacán. Laboratorio o estado en experimentación rumbo a la presidencial. ¿Cómo es eso?

Si pega el experimento del candidato único, al estilo electorero de José López Portillo, en un estado, se aplicará el modelo para no dejar el poder presidencial panista. A eso le apuestan, todos pero principalmente Calderón y PAN, con la propuesta de unidad o candidato único. Fatalidad para el país, si es que se logra. Porque sería un amasijo todavía peor en pro de la silla presidencial que una simple coalición para un cargo popular en un sólo estado del país.

El aparato está para eso. Y Calderón lo está haciendo. Y de ir por ese rumbo se trata, entonces se trata de apadrinar los empleados del gobierno. Pero que trabajen para no perder la elección. Sólo algunos se pusieron los zapatos y repusieron que se trata de la manipulación electoral. Luego entonces, no se trata solamente del distractor Churchill, sino de apurarle a los delegados del gobierno a trabajar para no perder el poder.

Con esas intenciones brinca la liebre. Calderón no está simulando una elección. Ha comenzado a hacer todo, así sea lo imposible, para ganar el 2012. Pero se trata de un autocalificado de “buena fe”.




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