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Crisis económica y crisis ecológica

OPINIÓN de Beatriz Gimeno   

En comparación con Kyoto, Durban ha pasado sin pena ni gloria por los medios de comunicación, agobiados como estamos por la crisis. La crisis ha borrado cualquier atisbo del discurso ecologista que se estaba incorporando, muy lentamente, al discurso político general. La crisis se ha llevado por delante no sólo derechos y bienestar, sino que, de nuevo, ha hecho aparecer los discursos economicistas, productivistas, desarrollistas, como los únicos posibles. La derecha y la izquierda, PP, PSOE, IU y nacionalistas, economistas de derechas o izquierdas tienen como palabra fetiche “crecimiento”. Se discute cómo crecer, pero no cómo hacer para detener el crecimiento hasta hacerlo sostenible y desde ahí cómo organizar otra manera de vivir. Parece que sin crecimiento no hay salida ni salvación posible. Sin embargo, el “crecimiento” no es la salvación, sino la destrucción. Parece fácil de entender, no se puede crecer indefinidamente sobre algo que es limitado, y ya estamos a punto de alcanzar el punto de no retorno. Esta obviedad, que entendería hasta un niño, ha desaparecido sin embargo, del discurso político general y no parece que esté entrando en el imaginario político cultural; no al ritmo necesario.La crisis económica no es nada si la comparamos con la crisis ecológica que se nos viene encima. La crisis ecológica, que ya está aquí, aumentará el sufrimiento de miles de millones de personas, puede hacer el planeta inhabitable.Estamos inmersos en una crisis del estado del bienestar, pero el bienestar puede resultar imposible dentro de mucho menos de lo que pensamos. El capitalismo nos impide pensar en ello. ¿Por qué? Porque salvar el planeta es imposible si no cambiamos el modo de vida y el sistema económico sobre el que hemos construido nuestra civilización. Es necesario un completo cambio del sistema, y no sólo productivo, sino también de valores. No es posible cambiar la tendencia cambiando sólo leyes, aun cuando ni las leyes están dispuestos a aprobar; haría falta un empeño político, económico y cultural general y estamos muy lejos de haber siquiera comenzado a andar el camino.

La derecha por supuesto que negará el cambio climático hasta donde pueda, pagará estudios que “demuestren” que dicho cambio es una falsedad creada por izquierdistas para desnaturalizar el capitalismo; por supuesto mantendrá lobbys en todas las instituciones trabajando activamente en contra de cualquier medida que suponga un mínimo control siquiera de las actividades contaminantes. Pero la izquierda mayoritaria sigue el mismo camino y la única diferencia parece ser que la izquierda pone el adjetivo “verde” en sus papeletas electorales y que crea Ministerios de medio ambiente cuyos titulares sirven para anunciar que no podrán cumplir con las exigencias necesarias para salvar el medio ambiente, (caso del ministro canadiense al anunciar la salida de su país del protocolo de Kioto) o para, salvo honrosas excepciones, camuflar las violaciones a las propias leyes 0 a las leyes internacionales, o incluso para preparar y hacer aprobar leyes destructoras del medio natural como en el caso de Brasil y la Amazonía. Hemos visto también la escasa diferencia que hay a entre el EE.UU de Obama y el de Bush en lo que se refiere al ecologismo. Ambos han hecho lo posible para que fracasara Kioto y ahora Durban.

El capitalismo verde que se nos quiere vender no sirve ya, no va a frenar y mucho menos a revertir el cambio climático, cuyas desastrosas consecuencias padecen ya millones de seres humanos en forma de hambrunas y enormes migraciones climáticas. Hace falta cambiar el imaginario y dejar de repetir como un mantra que el crecimiento trae progreso y el progreso bienestar; eso no es necesariamente cierto; a estas alturas eso nos conduce al desastre y, en todo caso, y aun sin cambio climático, mayor crecimiento económico no trae necesariamente mayor bienestar y el PIB no mide el bienestar, ni la felicidad, ni la calidad de vida. Finalmente, incluso en el caso de que el crecimiento trajera automáticamente bienestar, eso ya da igual, porque no se puede crecer sobre lo que no hay.

En realidad no hay que trabajar más, sino menos, no hay que producir más bienes sino menos; no hay que tener más cosas, sino muchas menos, ni ganar más sino que hay que hacer que lo básico cueste mucho menos; que los bienes duren mucho, que no sean de usar y tirar. No hay que dedicar la vida al trabajo sino tener mucho más tiempo de ocio y de vida y separar definitivamente ocio y consumo. Ocio para vivir no para consumir. No hay que consumir para salir de la crisis, sino dejar de consumir tanto para salir de la crisis ecológica en la que ya estamos. Cambiar las pautas de producción, las pautas de desarrollo y las pautas de consumo, éstas se retroalimentan y deben cambiar al tiempo. Austeridad es una palabra clave, pero austeridad no significa empobrecer a la mayoría a costa de una minoría. Austeridad significa elegir entre todos y todas vidas con menos cosas pero con más derechos, vidas más iguales, con más justicia, con más calidad para la mayoría.

No es fácil, desde luego cambiar todo un imaginario colectivo construido desde hace siglos y que, además, han usado indistintamente el comunismo desarrollista y el capitalismo salvaje. Pero hay que comenzar a cambiar el discurso único, como sea, porque hay que empezar a destruir la proscripción sistemática que se está haciendo de las alternativas. Todo eso, dicho aquí de manera muy general como es lógico, puede sonar “demasiado” utópico y es utópico sí, pero es al mismo tiempo necesario y lo necesario no puede ser imposible. Aunque no lo parezca (porque eso nos han enseñado) mucho más utópico es pensar que sin ese cambio hay un futuro para la especie humana sobre este planeta.




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