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De juezas y jueces

OPINIÓN de La Extranjera de Mantinea   

Esta semana han pasado cosas muy dignas de ser comentadas pero, como de ellas ya se ha hablado mucho y bien, quiero ensayar un pequeño discurso sobre el discurso. Es decir, que lo que aquí ofrezco en formato reducido es un metadiscurso, si se me permite la expresión; un acercamiento a la manera que tenemos de nombrar la realidad o, al menos, una parte de ella. Para ello comienzo con una anécdota de hace unas semanas, advertida en el transcurso de un reportaje informativo. Se le preguntaba a una mujer cuál era su profesión con el fin de juzgar la calidad de sus opiniones, y la señora, de mediana edad, indicó la de ingeniero. La respuesta fue sin duda sorprendente, ya que nada en su aspecto exterior (ni sus rasgos, ni su voz, ni sus ademanes) delataba que fuera un hombre. Aquella mujer, consciente de su condición femenina, sólo había echado mano del vocabulario habitual entre sus colegas de profesión, seguramente sin darse cuenta de que con ese insignificante gesto daba un pequeño traspiés en la senda de la igualdad.

Esta manía de seguir utilizando el género masculino para nombrar profesiones ejercidas por las mujeres desde hace ya décadas la encontramos profusamente en los medios de comunicación. Unas veces el dislate es debido a la desidia de quien redacta la noticia; otras, a la ignorancia; el resto, a la irreflexiva costumbre. Podríamos traer a colación “médico”, “arquitecto” o “notario”, pero por poner un ejemplo práctico me vienen bien un par de titulares escogidos al azar entre los publicados en la “gran” prensa española estos últimos días: “Una juez de la Audiencia Nacional defiende que el Parlament es un alto organismo de la Nación; y otra “juez deniega a la SER la entrada a los estadios de fútbol para transmitir”. Las palabras no son huecas, y en su interior almacenan rasgos culturales de los que dan buena cuenta y a los que toman el pulso.

Cuando apareció el término juez en la lengua castellana, allá por el siglo XII, lo hizo como un descendiente semiculto del latín judex, cuyo acusativo derivaría en júdez, luego en júez y finalmente en Juez. Con él se nombraba a quien disponía de autoridad y potestad para decir la ley, es decir, para aplicarla a las situaciones concretas, para repartir e imponer la justicia. Y así, con grandes o pequeñas variaciones conceptuales, seguiría siendo un ejercicio masculino durante siglos. Pero resulta que ya muy entrada la vigésima centuria, en la década de los setenta, hizo su aparición la primera mujer en la judicatura de España y, pese a ello, y pese a que creemos que ya superamos con creces la transición, seguimos expresándonos -y en una gran medida, viendo el mundo- como nuestros abuelos. Si bien el diccionario de la RAE tiene admitido el uso del vocablo jueza, cuya inclusión supuso sin duda un avance, la misma acepción del término denota el lastre con el que las mujeres hemos debido caminar durante siglos, pues señala que se trata de toda “mujer que desempeña el cargo de juez”, es decir, cualquier mujer que adquiere los atributos del varón con potestad para juzgar y sentenciar. Qué fácil habría sido aplicarle esta misma definición de primera mano, sin hacerla subsidiaria de ninguna otra.

Las palabras sirven para decir el mundo, pero también para cambiarlo o, por lo menos, para nombrarlo como queremos que sea. Va siendo hora de que todas y todos nos apliquemos el cuento.


*Belén Rosa de Gea.  laextranjerademantinea.blogspot.com




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