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Colombia: Con esperanza hacia un futuro mejor

“Yo fui desplazada en el  1999 cuando llegaron unos hombres armados y mataron a mi abuela dentro de la casa en frente de todos. Nos dijeron que nos teníamos que ir, y nos vinimos para la ciudad de Bucaramanga mi mamá, mi papá, y mis hermanos. Llegamos sin casa, sin colchón, sin nada donde dormir, en el piso y ya. La gente le decía a uno ‘usted es desplazado, usted es pobre, esa gente viene acá a pedir’”

EL MERCURIO DIGITAL - Diana Díaz Rodríguez en Bucaramanga, Colombia (ACNUR) - Silvia Gómez*, mujer de 24 años desplazada recibió en mayo de este año su título profesional de psicología gracias a un convenio de cooperación interinstitucional entre universidades bumanguesas y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Silvia conoció su primer desplazamiento desde la ciudad de Barrancabermeja, departamento de Norte de Santander,  cuando tenía tan solo 10 años,

“Yo fui desplazada en el  1999 cuando llegaron unos hombres armados y mataron a mi abuela dentro de la casa en frente de todos. Nos dijeron que nos teníamos que ir, y nos vinimos para la ciudad de Bucaramanga mi mamá, mi papá, y mis hermanos. Llegamos sin casa, sin colchón, sin nada donde dormir, en el piso y ya. La gente le decía a uno ‘usted es desplazado, usted es pobre, esa gente viene acá a pedir’”. Sin embargo, Silvia no se dio por vencida, y con empeño y perseverancia empezó de nuevo el colegio y fue becada para terminar su bachillerato.

En 2006, diez jóvenes en condición de desplazamiento fueron aceptados en tres universidades de la ciudad de Bucaramanga con el fin de cursar una carrera profesional en busca de mejores oportunidades. Silvia, quien “siempre veía la necesidad de ayudar a las personas con dificultades” y siempre soñó con ser más social y ayudar a la gente, ingresó a la Universidad Pontificia Bolivariana para cursar la carrera de psicología durante 5 años.

Luego de varios recorridos en barrios del área metropolitana de Bucaramanga, el ACNUR observó que una de las grandes necesidades de los adultos jóvenes en dicha zona es la falta de estudio. Silvia, siendo una líder cuyo trabajo consiste en el trabajo con jóvenes vulnerables, fue contactada para difundir la información y poner avisos; sin embargo, ella jamás consideró la opción de aplicar a dicha convocatoria. 20 personas de los barrios se inscribieron, incluyendo madres solteras, número reducido debido a que “la gente en los barrios decía eso para qué estudiar, como si con eso le fueran a dar plata a uno”, comenta Silvia.

Al considerarlo con su hermano, entre los dos tomaron la decisión de inscribir a Silvia debido a que su hermano recibía unos ingresos mayores a ella, y la manutención de su familia podría comprometerse.

“ACNUR primero confirmó los datos y la documentación para ver si se cumplían los requisitos: resultados del examen del Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación (ICFES) con un puntaje por encima de la media, tener un certificado de desplazamiento, haber terminado el colegio entre el 2004 y el 2006, los certificados de estudios originales y una hoja de vida; luego verificaron el nivel de estudios y las notas académicas”, explica Silvia el proceso de selección entre los concursantes a la beca.

Sin embargo, luego de varias semanas esta mujer empezó a perder la esperanza, no había recibido noticias de la universidad. “Yo empecé de intensa a llamar a la Pontificia y allá me avisaron que allá me estaban esperando. Me puse contenta, no lo podía creer. Fui esa tarde, con la expectativa porque tenía la oportunidad de estudiar lo que siempre había querido”, recuerda con gran emoción. Para su sorpresa, los demás becarios y Silvia recibieron un subsidio de transporte, alimentación y materiales de estudio.

Los primeros semestres de universidad fueron los más difíciles para Silvia en la medida en que tuvo que adaptarse en poco tiempo a una dinámica diferente a la de su colegio, “yo no sabia que en la universidad de manejaban parciales, que había cortes. Yo pensaba que era como el colegio, que uno estudiaba todo el año y que al final le entregaban el boletín”, explica con tono jovial la becaria.

De modo similar, compartir espacios con estudiantes de una universidad significó para Silvia y los demás becarios un reto grande para poder sobrepasar estereotipos y fomentar una inclusión real entre sus compañeros de estudio. “Si yo lo hubiera permitido hubiera seguido una agresión a mí por tener escasos recursos. Yo les hice saber que yo estaba ahí por mis méritos. Yo les decía la pobreza se lleva en el espíritu”.

No obstante, Silvia logró ganarse el cariño de sus compañeros quienes a menudo le buscaban para resolver dudas y, con un promedio ponderado de 4.1, fue una de las primeras graduandas entre el grupo de becarios elegido.

A pesar de que los grupos de jóvenes con quien Silvia trabajaba se disolvieron en el tiempo en que estuvo estudiando su carrera, esta mujer desplazada tiene el sueño de formar una fundación que trabaje con niños en las comunidades vulnerables junto con otras personas que conoció durante sus prácticas profesionales. “No nos hemos podido legalizar, estamos en ese paso de ahorrar y conseguir trabajo para poder invertirle a ese sueño. Para trabajar con los niños y programas del bienestar familiar. Estamos en ese proceso de tratar de conseguir aportes y la personería jurídica”.

Según los informes del Sistema Único de Población Desplazada (SIPOD) y del Sistema Nacional de Educación Básica y Media (SINEB), el número de personas en condición de desplazamiento ha aumentado paulatinamente desde el 2004 hasta el 2011, registrando a 120.651 desplazados en 2004 y 722.292 en 2011.

*Nombre cambiado por motivos de seguridad





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