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Publicidad machista: análisis de publicidad y taller de creación

EL MERCURIO MAGAZINE -


CONSUMEHASTAMORIR. Madrid - La publicidad es una herramienta orientada a vender productos. Ese es su objetivo último. Pero un elemento comunicativo de la envergadura de la publicidad no puede dejar de tener importantes repercusiones en el imaginario social. Justamente por ello, la publicidad transmite valores y se posiciona ideológicamente con una gran capacidad de influencia, gracias a las estrategias de persuasión que viene desarrollando desde hace décadas.

En esa construcción de un imaginario social destaca la proyección que de la mujer hace lapublicidad. En muchos casos, no sólo es la base de valores machistas y antisociales sino que termina por justificar un dañino e injusto modelo patriarcal.

Sin duda, la publicidad, tan permeable a lo que tiene éxito, recoge lo que la sociedad piensa,debate y elabora. Pero los anunciantes y las agencias de publicidad no son agentes neutros eimparciales: sencillamente, algunas imágenes de la mujer venden más que otras. ¿Cómo esla imagen de la mujer más rentable para el mercado? ¿Qué repercusión social tiene estaimagen proyectada?

ConsumeHastaMorir, colectivo que nace en el año 2002 dentro de la coordinadora Ecologistas en Acción, viene participando desde hace años en talleres y encuentros sobre la publicidad machista, con el objetivo de desarrollar una mirada crítica ante este tipo de publicidad y con la esperanza de que la contrapublicidad pueda también aportar su pequeño granito de arena.

1. ANÁLISIS DE LA PUBLICIDAD MACHISTA

Mientras la publicidad ha ido ejerciendo su papel de estimulador del consumo, ha sido uno de los agentes comunicativos más eficaces en la construcción de imaginarios sociales. Entre los valores sociales con los que la publicidad ha contado para crear lazos con el cliente se encuentra una mirada interesada -y económicamente muy rentable- de la mujer y sus estereotipos sociales.

1.1. CONTEXTO HISTÓRICO DE LA PUBLICIDAD MACHISTA

Consumo de la diferenciación para clases medias En los años cincuenta, una gran gama de lavadoras, aspiradoras, secadoras o tostadoras poblaba el imaginario mediático y el confort se convertía en el eje alrededor del que giraba la actividad fabril. Pero el consumo de masas significaba, sobre todo, homogeneidad. La compra de muchos de los productos estandarizados que se comercializaban por entonces ya eran de necesario cumplimiento para no quedar fuera de esa naciente clase media consumidora.

Es entonces, pasada la Segunda Guerra Mundial, cuando parece que la nueva colección de objetos de consumo tiene hasta su propia dimensión lingüística: «El consumo entra en un orden general de las significaciones en el que las dimensiones simbólicas tienden a recurrir y totalizar cualquier práctica adquisitiva», explica Luis Enrique Alonso (Alonso, 2006). Pero pronto el vertiginoso ritmo de renovación de los productos y su calculada obsolescencia satura la comunicación de alusiones comerciales: «En la Enciclopedia, el hombre pudo ofrecer un cuadro completo de los objetos prácticos y técnicos de que estaba rodeado. Después se rompió el equilibrio: los objetos cotidianos (no hablo de máquinas) proliferan, las necesidadesse multiplican, la producción acelera su nacimiento y su muerte, nos falta un vocabulario para nombrarlos», diría Baudrillard a finales de los sesenta (Baudrillard, 1968).

La oferta de bienes con aspiraciones universalizables que la fábrica moderna había posibilitado necesitaba de un consumo siempre creciente de estas colecciones de objetos, representaciones de una vida confortable bajo la batuta del progreso. Justamente por ello, la austeridad protestante de principios de siglo o la austeridad forzada de la posguerra fueron escenarios adecuados para el crecimiento de una gran clase media, pero no para su mantenimiento. Las décadas de los años sesenta y setenta supondrán el giro necesario. Pronto la publicidad utilizará de forma normalizada eslóganes como “Porque yo lo valgo” o “Don’t imitate, innovate” y apuntará abiertamente al ego del consumidor como método. En vez de prometer el acceso a la clase media, el consumo se va presentando como la llave de su salida, como una herramienta de diferenciación. Pero esta vez, la diferenciación es para clases medias y la industria del lujo, reducida hasta ahora al compromiso con lo exclusivo, comienza a ser una aspiración asequible (Tyler Brulé, director de la revista Wallpaper,propone el término masstige, contracción de “mass” y “prestige”).

El mapa de objetos cotidianos del que hablaba Baudrillard es hoy una colección de productos todavía más difícil de nombrar. A pesar del cotidiano esfuerzo publicitario por resaltar lo contrario, la globalización y la deslocalización productiva han ido incrementando la homogeneización entre los productos, así que «las diferencias específicas son producidasindustrialmente y, por ello, la elección que puede realizar [el cliente] está petrificada de antemano: lo que queda es sólo la ilusión de una distinción personal», avisaba Baudrillard (1968). Pero funciona. Nike ha logrado que unas zapatillas fabricadas en maquilas chinas terminen como un producto de lujo expuesto con glamour en imponentes centros comerciales.

Lean management y fabricación irresponsable

Cuando en septiembre de 2007 la británica Rachael Hatton regresaba a su casa con el nuevo bolso de Zara, apreció dos esvásticas grabadas en su nueva adquisición de 55 euros. Volvió a la tienda y las dependientas mostraron también su asombro. Tras la reclamación y las disculpas de Inditex, varios puntos ya habían quedado claros: El frenético ritmo queimprime esta multinacional –dueña de Pull and Bear, Massimo Dutti, Bershka, Kiddy's Class, Oysho, Stradivarius y Zara Home– a la producción textil sólo es posible hoy con una externalización que busca constantemente reducir costes. Pero a un precio muy alto: miles de fábricas han ido desplazándose, en estas últimas décadas, desde EEUU, la Unión Europea y Japón a lugares como China, India, Corea, México o Indonesia, con áreas específicas

destinadas a la fabricación sin ataduras legales y ambientales y abundante mano de obra amuy bajos precios.

La multinacional estadounidense Delphi, poco después de cerrar su planta de componentes de automóvil en Puerto Real y mandar a la calle a 1600 trabajadores, informaba de sus planes de expansión productiva: una fábrica en Tánger para casi 3.000 trabajadores y otra en Rumanía para otros 1.000. Hasta a los responsables del periódico económico Cinco Días les chirría lo que se ha convertido en norma: «Resulta llamativo que Delphi hayapreferido asumir los costes de cerrar una planta para abrir otra a apenas 90 kilómetros, ladistancia que separa la planta gaditana de la de Tánger. Una distancia geográfica corta, pero enorme en términos sociales y laborales y culturales» (Cinco Días, 2007). Lo que empezó siendo habitual en la producción empieza a serlo también en el propio diseño del producto:las esvásticas de Zara fueron incluidas por diseñadores indios para los que este signo es un vestigio arcaico de su cultura. Por último, un constante cambio de colecciones en las 3.691 tiendas que el grupo tiene en 68 países hace que revisar los pedidos sea demasiado caro.

Zara envía prendas nuevas a sus tiendas dos veces a la semana y la ropa se diseña, produce y distribuye en sólo tres semanas, así que las dependientas no saben en muchas ocasiones nilo que venden. Mientras, en la otra cara de la producción, la cadena fordista se ha ido sustituyendo por el más eficiente laboratorio de fabricación japonés, del que Toyota ha sido ejemplodestacado al vencer hace años el clásico patriotismo estadounidense vendiendo más cochesen EEUU que Ford o que General Motors. Una cultura de eficiente practicidad oriental llamada Lean management recorre ahora la fábrica postfordista. Y sin embargo, la verdadera revolución productiva en el consumo de las clases medias es bastante más modesta: millones de personas trabajando durante 12 horas, con raquíticos sueldos y sin protección laboral ni miramientos ambientales.

De momento y en una perspectiva global, el modelo maquila industrial (taller manual con cierta maquinaria en países del Sur) sigue triunfando sobre la fábrica automatizada de alta tecnología y, como resultado, el país más poblado de mano de obra barata, China, se ha convertido en pocas décadas en la fábrica del mundo. Poco a poco China sigue el proceso “modernizador” y de sus fábricas comienza a salir la mayor clase media mundial. Sus élites económicas ya devoran artículos de lujo europeos y estadounidenses mientras esa clase media comienza a asomarse al masstige.

Las empresas europeas y estadounidenses, por su lado, van dejando de producir y, por lo tanto, de mantener las condiciones laborales de los que fabrican sus productos, de gestionar materias primas y de cumplir o incumplir las normativas ambientales que regían suactividad. Y sin embargo, la imagen solidaria y ecológica que deben tener ante el cliente les obliga a parecer responsables, cada vez más, de todo ello. En estos tiempos de relucientes memorias de Responsabilidad Social Corporativa viene bien recordar quiénes son los que llevan tres décadas externalizando su producción al Sur para que una clase media de 2.000millones de personas pueda disfrutar de productos nuevos cada semana.

El espejo publicitario

Un variado mosaico con diez electrodomésticos del hogar destaca en un anuncio de la marca Dormeyer de los años cincuenta: «Esposas: Observad este anuncio con detenimiento. Señalad los productos que deseáis para estas Navidades. Enseñádselo a vuestros maridos. Si no van inmediatamente a la tienda, llorad un poco. No mucho, sólo un poco. Irán, irán. Maridos: Observad este anuncio con detenimiento. Apuntad lo que vuestra esposa quiere. Id a comprarlo antes de que ella empiece a llorar». El catálogo de los productos, una colección de los electrodomésticos imprescindibles para acceder a la clase media de la época, simbolizaba toda una ideología del progreso a precios democráticos.

Sin embargo, ese encantador paseo por la senda del consumo separa claramente a sus protagonistas: el rol masculino del que trae el dinero a casa frente al rol femenino de la que compra lo imprescindible para el hogar. También se proyecta el mundo onírico publicitario a partir de estos roles de género: ella anhela los productos como parte de sus propios sueños (por eso los pide como regalo de Navidad) mientras él tiene la llave de su acceso.

En los productos dirigidos al público masculino, sin embargo, la mujer cumplía en numerosas ocasiones el papel de recompensa final: «Sóplale en la cara y ella te seguirá a cualquier sitio» propone este anuncio de puros. La creatividad publicitaria al servicio de una relación de «dominación implícita» o «simbólica», dice Victoria Sendón de León (2007).

Los valores que transmite la publicidad de la época son todo un modelo de vida que va más allá de nuestra cocina o garaje y proponen el consumo como respuesta, no a nuestras necesidades, sino a las aspiraciones que nuestra propia cultura de consumo construye: «Todo el aparato económico y psicosociológico de estudios de mercado,motivaciones, etc., mediante el cual se pretende hacer reinar en el mercado la demanda real, las necesidades profundas del consumidor, existe con el único objetivo de canalizar dicha demanda hacia los fines del mercado, pero disimulando continuamente este proceso al poner en escena el proceso inverso», decía Baudrillard (1970). Sin duda, las necesidades humanas están mediadas por el propio mercado de bienes y servicios que pretende satisfacerlas, pero el gran invento discursivo de la publicidad es un salto “brillante”: la inversión de este modelo de consumo a la que se refiere Baudrillard supone, justamente, que nuestras aparentes necesidades son en realidad las necesidades de demanda del mercado.

Oliviero Toscani, el que fuera director de las campañas publicitarias más polémicas y exitosas de Benetton, decía que la publicidad «no vende productos ni ideas, sino un modelo adulterado e hipnótico de la felicidad» (Toscani, 1996). El anuncio publicitario, resultado de una selección precisa y minuciosa de lo que se quiere destacar del producto y la marca es, efectivamente, un instrumento de seducción, mezcla de mimetismo y aspiración.

Consumidoras y consumidores se identifican con los modelos que el anuncio muestra porque fueron elegidos justamente por su cercanía, pero aspiran a adquirir la diferencia que les separa del modelo, es decir, el producto anunciado. El reflejo del producto, en un imaginario social que hace como de espejo cóncavo, es un reflejo próximo pero no idéntico. Es una imagen distorsionada por la publicidad, a base de mistificar sus virtudes y eliminar el resto de las propiedades del producto: «Este ambiente ocioso y hedonista no es más que la idealización del tipo de vida de los más opulentos consumidores. Es preciso seducir al gran público con un modelo de vida donde el standing exige renovar con la mayor periodicidad posible el guardarropa, los muebles, la televisión, el coche, los electrodomésticos, los
juguetes de los niños, todos los objetos cotidianos. Incluso cuando sean inútiles», dice el propio Toscani (1996).

Sus campañas, sin embargo, sirvieron para que Benetton consiguiera llamar la atención entre tanto ruido comercial y, también, para terminar de escindir las dos líneas fundamentales del marketing actual: la venta de jerséis, por un lado, y la marca Benetton, por otro. Toscani se dedicó durante años a impulsar la marca de su empresa asociándola a valores multiculturalistas, antirracistas o pacifistas. Un trabajo menos rentable que vender jerséis, pero mucho más ambicioso a medio plazo: «No vendo ropa en mis campañas sino una ideología. Éste era nuestro principal objetivo [...] Si hiciéramos publicidad sobre el producto, llegaríamos a un público limitado. En cambio así logramos un impacto mucho mayor», reconocía Luciano Benetton (2001).

La publicidad o grita o se esconde

«Sola, porque no sabe que puede perder un amor, arruinar un romance, si ofende transpirando olor», dice otro anuncio de los años cincuenta, esta vez del desodorante Dryad. Y sin embargo, la foto del anuncio aún expresa más: una hermosa y joven mujer, con la mirada perdida, juega triste al solitario con una baraja de cartas. El desodorante pasa de ser un simple producto de higiene a convertirse en llave de nuestras supuestas aspiraciones sociales. Y la imagen publicitaria, tras varias décadas de oficio y medios de mayor calidad de impresión, se termina confirmando como el recurso más sugerente del lenguaje comercial.

Con Jules Chéret (1836-1933) y el resto de los artistas parisinos, la litografía lograba reproducir 10.000 anuncios de gran formato en tan sólo una hora. A finales del siglo XX, sin embargo, la capacidad de repetición dejará de ser la herramienta publicitaria principal en un escenario permanentemente saturado de mensajes comerciales. 3.000 impactos publicitarios por persona y día, distribuidos en una cada vez mayor variedad de canales de comunicación, irán reduciendo poco a poco la efectividad de la imagen publicitaria.

Pero a otros recursos les fue bastante peor. Según la imagen gráfica y el vídeo han ido convirtiéndose en el abc de la publicidad, el texto informativo iba desapareciendo hasta quedar en anécdota. La publicidad, sin la atadura de informar sobre el producto, apostó por sugerir de la forma más llamativa, en un intento constante por sobresalir del ruido mediático. Los treinta segundos que dura un spot son ahora suficientes para hacer que el espectador se involucre en la trama si se utilizan las herramientas comunicativas adecuadas y, sobre todo, si la competencia lo permite. Como la publicidad televisada supone ya el 11% del tiempo total de emisión, en los últimos seis años el coste económico para conseguir que el espectador recuerde un anuncio ha aumentado un 62% (Universal McCann, 2010).

Ante la avalancha de mensajes comerciales, los anunciantes han intentado sacar el máximo provecho a los recursos más llamativos de la comunicación sentimental, la imagen y el audiovisual, intentando levantar la voz por encima del resto a base de recursos como el humor y, en demasiadas ocasiones, una imagen cosificada y sexuada de la mujer. La identificación recursiva de mujer y sexualidad
es, en todo caso, un exponente más del control «social» y «universal» que se ejerce desde hace siglos sobre la sexualidad femenina (Puleo, 2007).

Pero gritar ya no es suficiente: «Las marcas están acostumbradas a hablar gritando», dice un publicista especializado en Internet (Solana, 2007), denunciando que las maneras publicitarias clásicas no se adaptan a su medio: «Han aprendido a hablar de ese modo, y no saben hacerlo de otra  manera, así que cuando llegan a internet compran un banner y gritan en él. Pero en los nuevos entornos de comunicación publicitaria debe plantearse un nuevo tipo de comunicación, basada en el intercambio en el diálogo, en la intimidad, en la relación a largo plazo. A nadie le gusta que le griten en una conversación íntima» (Solana, 2007).

A la vez que el espectador creaba defensas ante tanto ruido comercial, los anunciantes han ido reinventando otra línea comunicativa con estrategias más sigilosas, acercándose en lo posible a su público objetivo para evitar que se sienta atacado. Los spots televisivos, microrrelatos emotivos fruto del dominio del grafismo simbólico y la narración audiovisual, van dando paso a un gran abanico de imaginativas estrategias: Ryanair convoca una manifestación contra Iberia prometiendo billetes de avión gratis, Desigual regala ropa a quien se presente desnudo en su tienda, la agencia Bumvertising gestiona los carteles publicitarios que pasean los mendigos de California, Adidas ha creado en internet una red social para intercambiar poesía, diseños o canciones, y Telefónica ha comprado un aroma personalizadopara sus campañas de marketing porque «ayuda a crear vínculos emocionales con los clientes, y tal y como ocurre en la vida cotidiana con otros aspectos, los aromas también influyen en reforzar la relación con la marca», afirma una responsable de marketing de la compañía (Infante, 2008).

La fidelización del cliente no se basa ya en ofrecer ventajas económicas o regalos puntuales, sino en reforzar ese lazo emocional a través de la identificación con los valores de la marca: «No es solamente la capacidad para atraer de forma irremediable una mirada hacia uno o varios aspectos de la realidad, es además la valiosa habilidad de generar una experiencia que atrapa el espíritu y conquista la voluntad», dice un anuncio de la agencia publicitaria Starcom MediaVest para explicar su actividad.

Las técnicas de publicidad más silenciosas se han normalizado y quizás la más representativa de todas sea el emplazamiento (emplacement), técnica en la que el producto o la marca pasan a formar parte de la trama, asociándose a los personajes y ambientes de la serie o película donde se insertan. Como justamente el éxito de la estrategia consiste en hacer lo más “natural” posible esta incursión comercial, el objetivo mismo del emplazamiento de producto es ocultar su carácter publicitario, algo que es básicamente contrario a la normativa publicitaria. Así, con el emplazamiento de producto o marca, la publicidad se despoja de su característico y exagerado lenguaje para disfrutar de un espacio comercial camuflado, puesto que el espectador no puede comprobar si hubo un acuerdo comercial, incumpliéndose la normativa publicitaria más importante (AUC, 2004). La falta de transparencia y los surrealistas recovecos legales (Reinares Lara y Reinares Lara, 2003) que  siguen los anunciantes para continuar utilizando el emplazamiento de producto parece que se justifican por los enormes beneficios que consigue este tipo de publicidad.

Pero lo verdaderamente importante es que esta tendencia a silenciar e insuflar emotividad a la publicidad para aumentar su efectividad también se ha extendido a otros
campos del marketing, como por ejemplo al patrocinio comercial de eventos y actividades. Justamente en esa área surgirá la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), no sólo como una forma de canalizar un nuevo tipo de relación, más ambicioso, entre la empresa y el cliente, sino incluso como una vía de silenciar en lo posible el carácter comercial de esa relación (Jiménez y González Reyes, 2009).

Comunicando intangibles

Si en la década de los setenta el mapa de objetos de consumo crecía hasta hacerlo inmanejable para el consumidor, hoy ese mapa es ya una traba para la propia capacidad comunicativa de la publicidad: «Más que saturación de publicidad, lo que hay es saturación de productos», dice el responsable de marketing de una multinacional (Pérez Cuesta, 2008). De hecho, el producto cada vez cumple un papel menos importante a la hora de destacar entre la competencia, y muchas empresas han terminado por apuntar al cliente y al acto de compra como la base de su negocio. «Hay pocos productos que se vendan dejando de lado la emoción. Existen pocas diferencias entre productos; la diferencia recae en el vínculo con la marca y en la confianza del consumidor. Eso se crea tras construir durante años un lazo emotivo que te haga elegir una marca y no otra», explica el presidente de la agencia publicitaria BBDO (Rosenshine, 2006).

En ese lazo emotivo, las mujeres tienen un papel esencial, y no sólo por ser el principal objetivo mercadotécnico de la publicidad (García Reyes, 2003) sino también por su función destacada en la gestión de los vínculos sociales. Ese plano sentimental, sin duda, es un factor esencial en los recursos intangibles de la empresa, pero no hay la misma carga de emotividad a ambos lados del lazo: a la vez que a la cliente o al cliente se le pide una implicación sentimental con la marca y el producto, la empresa se dota de mejores herramientas de análisis y planificación estratégicos para rentabilizarlos al máximo.

Las empresas que han apostado por sacarle beneficio al valor simbólico de la marca, a la vez que se deshacen de la fase productiva clásica refuerzan sus herramientas de comunicación exterior e interior y elaboran una estrategia de relación con lo que se ha venido a llamar stakeholders (Freeman, 1984), los grupos de personas y organismos de interés para la empresa. Ahora la empresa se muestra preocupada por la clientela, solidaria con los que la rodean y sostenible con el entorno. A pesar de que esta empresa sentimental ha dejado en muchos casos de producir y, por lo tanto, de mantener las condiciones laborales de las personas que fabrican sus productos, de gestionar materias primas y de cumplir o incumplir las normativas ambientales que regían su actividad productiva, su relación afectiva con la
clientela le obliga a parecer cada vez más responsable de todo ello. Mientras las empresas anunciantes presentan cada año sus políticas de igualdad de genero y de reconciliación familiar, proyectan en sus anuncios la imagen de la mujer que le es más rentable.

La mujer simulacro

En los años 60 y 70, en paralelo a un lento proceso de liberación sexual y desmitificación del sexo, la publicidad encontró en la imagen sexual de la mujer una estrategia que funcionaba como reclamo de productos para hombre. Las críticas a este uso comunicativo por parte de grupos feministas y una sociedad más concienciada han ido obligando a los anunciantes a modificar la estrategia.

«Verás las mejores delanteras del mundo» dice este anuncio de MediaMarkt, haciendo un juego de palabras con el pecho de las modelos. Los sectores comerciales más orientados al público masculino, como la tecnología, la informática, los deportes o el mundo del motor, son los más propensos a este tipo de publicidad “gancho”: ellas, evidentemente, no aparecen como consumidoras interesadas del producto sino como «gancho para suscitar el interés del que parece ser el consumidor real, el varón» (Berganza y Del Hoyo, 2006). El anuncio, del año 2004, muestra que este tipo de estrategias tan burdas perduran en ciertos sectores.

Sin embargo, desde una perspectiva general, este tipo de representación machista ha dejado de ser tan frecuente (Sánchez Aranda et al., 2002). Por un lado, porque el cuerpo desnudo de la mujer parece en muchas circunstancias un recurso manido y, por otro, porque la tendencia a la insinuación gana la batalla en estos tiempos de publicidad como «conversación íntima».

Pero el recurso de lo sutil no siempre reduce la potencia del mensaje: en este anuncio de la marca de monitores BenQ, también del año 2004, dos supuestas seguidoras de la Copa UEFA festejan un gol y la acción del jugador que se ha quitado la camiseta para celebrarlo. Como respuesta a esto, lanzan su ropa interior al monitor (una de ellas la sostiene en la mano y la otra se está colocando la falda).

Frente a lo que se esperaría de dos personas aficionadas al fútbol, las protagonistas muestran la respuesta sexual tantas veces atribuida al rol femenino. En comparación con el anterior anuncio de MediaMarkt, la recreación más sutil de los elementos hace más compleja una lectura crítica del anuncio, pero el mensaje es incluso más agresivo.

La sexualidad de la mujer publicitada ya no necesita cuerpos desnudos ni poses eróticas. Se juega incluso con la propia idea de belleza: «¿Desde cuándo a alguien le importa si eres bella por dentro?», dice este anuncio de un monovolumen con Carla Bruni de protagonista. Pero aunque la publicidad construye ahora una idea de sexualidad menos corpórea, el desnudo femenino se multiplica como elemento aparentemente natural y desproblematizado de los sectores relacionados con la belleza, higiene, naturaleza o descanso.

En realidad, como muestra María Márquez (2007), el cuerpo femenino se representa de forma negativa, como «una realidad defectuosa, imperfecta y frágil», con un objetivo comercial evidente: «se trata sencillamente del uso de recursos estratégicamente descorteses al servicio de un fin perlocutivo determinado, que es la compra y el consumo de los productos» (Márquez Guerrero, 2007).

Incluso en los intentos por representarla como una fragilidad valiosa, la imagen de la mujer queda dañada como simulacro de lo real: La mujer obra de arte de Gaultier y la mujer muñeca de Moschino son dos vertientes de la mistificación de la mujer hasta convertirla, no sólo en algo irreal sino, sobre todo, en algo pasivo, objetivable.

Así, el cuerpo desnudo de la mujer, tenga o no una dimensión sexual, es frecuentemente representado en la publicidad desde una perspectiva que profundiza en las ideas de pasividad y fragilidad: «los cuerpos femeninos se retratan más a menudo con un plano picado (desde arriba), mostrando la imagen a personajes tumbados o sentados. También llama la atención la cantidad de veces que sus cuerpos se captan desde atrás, por la espalda. Otro claro factor de sumisión. Posturas, iluminación, tipos de encuadre o movimientos de cámara hacia ellas, unido todo a su propia interpretación gestual y el contenido del texto (oral o escrito) coinciden demasiadas veces en una misma dirección para considerarlo casual creando una imagen de la mujer disponible y receptora», explica el publicista Luis Yrache Jiménez (2007).

Esta sumisión no se refiere sólo a la función sexual de la mujer sino que se extiende a otros estereotipos que aparentemente son menos agresivos, pero que perpetúan la dimensión simbólica de la mujer como herramienta de satisfacción de las necesidades masculinas. Más allá del estereotipo sexual, los estereotipos de género se refuerzan en la publicidad a través de una repetición automática de conductas machistas, que en muchos casos son menos obvias (Agra Romero, 1997) e incluso terminan pareciéndonos normales: «El uso de imágenes de mujeres asociadas a productos de todo tipo, la analogía entre su cuerpo o alguna de sus partes con las mercancías que se publicitan, la insistencia en relacionar la representación de las mujeres con un único arquetipo estético o conductual son prácticas tan instaladas en el lenguaje publicitario que, a veces, olvidamos su signo ofensivo, regresivo y, en última instancia, agresivo » (Instituto Andaluz de la Mujer, 2003).

Por ello, la sumisión de las mujeres se sigue representando especialmente en el ámbito de lo privado, a través de unos papeles de madre y ama de casa que requieren
frecuentemente del consejo de un profesional masculino (el mayordomo, el científico, el gran chef...). Hasta el 80% de los papeles de autoridad se asocian a hombres, tras «argumentos científico-objetivos, en tanto que las mujeres se identifican con el papel de público consumidor y basan su crédito en su experiencia personal con el producto», explican Mª Rosa Berganza y Mercedes Del Hoyo (2006) en una investigación sobre publicidad en televisión. Poco ayuda que en muchas ocasiones se ridiculice el papel del hombre amo de casa, reiterando que «todo aquello que tenga que ver con las tareas del hogar están mejor desempeñadas por la mujer, porque le son afines» (García Reyes, 2003).

Los tiempos cambian y también el papel de la mujer en la sociedad, pero no lo sabemos gracias a los anunciantes y las agencias de publicidad: «La publicidad ignora
sistemáticamente los cambios que ha protagonizado la mujer en los últimos años», explica Elena Blanco Castilla (2006), de la Universidad de Málaga. Los datos parecen confirmarlo, pues según el último informe del Observatorio Andaluz de la Publicidad no sexista (2011) aestas alturas todavía el 63.49% de los anuncios de juguetes estudiados aparecidos en prensa,catálogos especializados y televisión contienen tratamiento sexista e infringen algún puntodel decálogo para la publicidad no sexista. Es el peor registro de los últimos 5 años.

Quizás, como explican Feliu Albaladejo y Fernández Poyatos (2010) «la lógica demercado no anima precisamente a cambiar los arquetipos tradicionales» pero, en todo caso, estos arquetipos no sólo no reflejan la condición real de las mujeres sino que constituyen «modelos de vida que debemos desear » (Instituto Andaluz de la Mujer, 2003). Junto a otros agentes sociales, la publicidad promueve un modelo que tiene, sin embargo, dramáticos efectos: «Estas representaciones, todavía dominantes en el imaginario colectivo, nos explican por qué comportamientos sociales tan reprobables como la violencia sexista, la prostitución, los matrimonios de niñas preadolescentes, la ablación, etc. son aceptados, por una gran parte de la población mundial, como prácticas culturales y, por consiguiente, pueden llegar a ser
consideradas prácticas aceptables» (Ribas y Todolí, 2008).

El hedonismo de género

Mientras en el modelo de consumo los sectores ocio y turismo han ido teniendo cada vez más peso la publicidad ha ido representando contextos que escapan del tradicional binomio casa/trabajo. Justamente, los valores asociados al ocio y al turismo se han extendido con éxito al argumentario publicitario en la medida en que ofrecen una escapada ilusionante a la cotidianidad laboral o doméstica. En este giro estratégico ya no tiene sentido vender un ordenador como una herramienta de trabajo, sino como un espacio de diversión multimedia con conexión a todo lo que ofrece Internet. En la misma línea, la lavadora deja de ser, en el prometedor mundo publicitario, un aparato útil en la gestión (todavía fundamentalmente femenina) de la familia, para terminar siendo una máquina liberadora de tiempo que permite
orientarnos a otras actividades, fundamentalmente de ocio.

Pero el momento de hedonismo ligado a estos productos también muestra rasgos de género reveladores: los anuncios orientados a las mujeres suelen pivotar en la salud, el descanso o, de nuevo, la estética bajo supervisión patriarcal. Por ejemplo, un reciente estudio muestra que en los spots de perfumes de los últimos 20 años, un producto que podría haber incluido un discurso hedonista liberador, predomina sin embargo el rol tradicional de la mujer consumehastamorir.org pág. 16 como pareja o esposa (García et al., 2011).

Cuando las empresas anunciantes presentan a las mujeres propuestas para la desconexión con lo social, basadas normalmente en el relax, el descanso o el cuidado del cuerpo, potencian frecuentemente la presión social a través de la dictadura de la estética. Así, el espacio simbólico de la estética entronca con el de la presencia social, y en muchas ocasiones los productos anunciados prometen hacerlos confluir: el masaje relajante que te desconecta momentáneamente de la sociedad y el masaje anticelulítico que te permite aspirar a los cánones estéticos que la misma presión social proyecta.

La publicidad que aborda la desconexión social en clave “mujer: tu momento hedonista”, no lo hace proponiendo ningún nuevo reparto de la gestión de los cuidados, las tareas sociales o los modelos de consumo/ocio, sino como otro producto más de consumo en forma de sesión de spa, escapada de fin de semana para dos o sillón de masaje Shiatsu.

Mientras, la publicidad masculina se orienta a la aventura, el deporte, la tecnología y el mundo del motor, pero el control social de estas actividades es menor: el hedonismo masculino, a pesar de posicionarse en un mayor individualismo, se justifica como un espacio de liberación tradicionalmente consentido.

Ese planteamiento individualista, que llega a presentarse en ocasiones como valores antisociales, entronca mejor sin embargo con un argumentario publicitario que ve en el hedonismo una buena estrategia comercial: “Libera el individualista que hay en ti”, dice el anuncio de un Cadillac todoterreno cuya compra es difícilmente justificable en base a la necesidad real de su uso como medio de transporte, básicamente en entorno urbano.

La guerra de sexos publicitaria

Una joven muestra a sus emocionadas amigas el nuevo vestidor que tiene su piso. Mientras ellas se abrazan y chillan llegan gritos del otro lado de la casa: su pareja masculina también está enseñando a sus amigos una habitación-frigorífico repleta de latas de cerveza. Heineken utiliza en este spot una nueva versión de la guerra de sexos con final feliz para ambos (aunque quien ríe el último, ¿cómo no?, es el joven consumidor de cerveza).

Desde hace décadas, la guerra de géneros ha sido una de las estrategias preferidas por anunciantes y publicistas para reforzar una supuesta identidad de colectivo y mostrar las especificidades de cada género como distintas, incluso irreconciliables y opuestas. Más allá de la tradicional polarización de escenarios mujer-casa y hombre-espacio público, la guerra de géneros redunda sobre todo en aspectos anecdóticos, supuestamente incomprensibles para el otro sexo: «como eres mujer no comprendes lo importante que es para un hombre tener un almacén lleno de latas de cerveza». Pero como en la clásica polarización de géneros, este reduccionismo también acaba «confirmando el orden social existente» (Balaguer, 1985): en los últimos años la guerra de géneros es presentada por los anunciantes como una suerte de feminismo publicitario, un cambio de foco hacia los “verdaderos” gustos de las mujeres. Sin embargo, y a pesar de la readaptación constante al público joven (eterno target preferente de la publicidad), en el spot de Heineken lo importante no ha cambiado: parece que a las mujeres lo que sobre todo les sigue preocupando es la moda.

Como explica el Instituto Andaluz de la Mujer (2003), este tipo de guiños a la mirada femenina tienen «la función específica de crear un espacio de complicidad cuya última finalidad no es otra, precisamente, que la de diluir el potencial de las verdaderas disidencias». Frente a valores como la cooperación o el reparto justo de las tareas sociales, la guerra de géneros promueve, normalmente con tono desenfadado y humorístico, valores antisociales a través de una supuesta naturaleza de género irreconciliable. Pero el recurso humorístico esconde, una vez más, un grave problema de desigualdad que la guerra de géneros hace pasar por inexistente.

La crisis de los cuidados no se retransmite

El imaginario machista que afecta a la mujer se construye a través de estereotipos que participan tanto del ámbito público como del privado, sin embargo, adquiere una mayor profundidad en este último.

En este anuncio de Corporación Dermoestética sobre un PACK ESPECIAL MADRES, la compañía ofrece la posibilidad de seguir un tratamiento de adelgazamiento poco tiempo después del parto para “que recuperes tu figura”. La dictadura estética llega ahora a terrenos antes no explorados como la maternidad, hasta ahora un breve paréntesis en beneficio de la reproducción.

Corporación Dermoestética nos recuerda que la presión social por el cuerpo perfecto es constante y que el tiempo de recuperación no natural de la figura de la mujer tiene un precio en el mercado como lo tiene cualquier otro producto. Pero además, el anuncio utiliza como eslogan una frase con importantes connotaciones: «Tu cuida de él, nosotros cuidaremos de ti».

El cuidado del bebé y el cuidado estético en manos de una empresa son presentados en un mismo plano, como si fueran igualmente importantes: «Desde el pensamiento androcéntrico se han devaluado todas aquellas actividades y formas de percibir y sentir el mundo consideradas femeninas [...] En diálogo con la llamada “ética del cuidado”, el ecofeminismo ha señalado que todas las tareas relacionadas con la subsistencia y el mantenimiento de la vida (empezando por las domésticas y las propias de pueblos ajenos al mercado) han sido injustamente devaluadas de acuerdo al estatus inferior otorgado a la Naturaleza. Se revelan, así, nexos de mutua legitimación entre patriarcado y capitalismo” (Puleo, 2009).

Sin embargo, los modelos masculinos que representan a médicos en los anuncios de Corporación Dermoestética son sólo una pequeña pieza, quizás la más insignificante, de la mercantilización de los cuidados: «La relación entre el trabajo de mercado y el doméstico se representa muy bien con la metáfora de un iceberg. Flotando visible está el mercado. Debajo, haciéndolo flotar, con un tamaño mucho mayor, el trabajo de mantenimiento de la vida» (Pascual, 2009). Además del ámbito del trabajo no remunerado, base imprescindible de los cuidados para el mantenimiento de la vida, la mujer es también la protagonista indiscutible de un empleo doméstico depauperizado y que, en todo caso, tampoco aparece en la publicidad (Nuño Gómez, 2010).

Tanto el trabajo no remunerado como el empleo orientados al mantenimiento de la vida suponen una gran cantidad de servicios sociales que durante años han estado en manos de mujeres y que ahora quedan en un cierto limbo abstracto, entre la tradición y la mercantilización. A pesar de suponer un importante escollo en la subsistencia social, la crisis de los cuidados es obviada por el imaginario publicitario, presentando el mercado de bienes y productos como la única forma viable de progreso social, un camino donde convertir en mercancía el mantenimiento de la vida parece lo natural: «la lógica que se esconde detrás del crecimiento monetario como objetivo principal es incapaz de satisfacer las necesidades vitales de la mayoría de la población, deteriora de forma irreversible la naturaleza, genera violencia e
inseguridad, dificulta las relaciones comunitarias, destruye los saberes tradicionales más sostenibles, provoca la quiebra del sistema de cuidados y construye un concepto de riqueza y de bienestar ajeno a todo lo que no sea acumular dinero. Mientras no salgamos del paradigma económico que hace del fundamentalismo del crecimiento su centro, economía, sostenibilidad y equidad seguirán siendo incompatibles» (Herrero y González Reyes, 2011).

Publicidad machista. Análisis de publicidad y taller de creación contrapublicitaria

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