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Conjugaciones

Por Belén Rosa de Gea.-

Subo a un autobús urbano una tarde cualquiera. El conductor esboza una sonrisa, aunque solo sea para devolver con cortesía mi saludo inicial. Es invierno y sopla el viento. Muy atrás quedaron los días efervescentes de la Navidad, con sus algarabías artificiales y sus brindis, sus caprichos brillantes en envoltorios de celofán, sus borracheras y sus ilusiones efímeras.

Al otro lado del pasillo un matrimonio mayor acaba de sentarse. En silencio los dos, él sujeta un carro de la compra del que asoman varios cartones de leche; ella mira al otro lado del cristal y comprueba cómo empieza el cielo a encapotarse y a dejar caer las primeras gotas. “Qué tarde más mala se está poniendo”- le dice a su marido, que simplemente asienta sin mirarla apenas con su cabeza gris.

El viento arrecia fuera. Una mujer empuña su paraguas resistiendo con una mano los envites del vendaval mientras con la otra arrastra a un niño recién salido del colegio. En el umbral de un taller un mecánico frota insistentemente con un trapo las manos manchadas de grasa, mientras escruta el cielo vespertino y espera. El frutero recoge con prisa las cajas de fruta que sacó a la acera, antes de que se mojen del todo y definitivamente; un anciano le saluda con la mano al pasar, con su cabeza cabizbaja cubierta por una bolsa de supermercado.

Entonces me doy cuenta, me pregunto, en qué momento a estos seres les sustituyeron el verbo vivir así, desapercibidamente, por el de sobrevivir; en qué punto de estas biografías anónimas las pequeñas esperanzas cotidianas se convirtieron en el monótono transcurrir de las agujas de un reloj, perseverantes y tercas en su rutina. Abrumada por las historias que imagino, abrumada por esas espaldas sobre las que pesan las experiencias difíciles y angustiosas –en ese día a día en que hay que seguir resistiendo  la vida para que ésta no se abandone a su suerte y se deje caer- acompaño con mi cuerpo aterido de desolación los pequeños vaivenes del autobús.

Y mañana otra vez. Otra vez el mecánico abrirá la puerta de su taller mientras en la radio suena como una triste cantinela la información bursátil o los resultados de las últimas encuestas o el nuevo caso de corrupción o los presupuestos de la Casa Real. Y otra vez el frutero colocará las cajas de fruta frente al escaparate y volverá a preguntarse si le merece la pena seguir con el negocio; otra vez esa mujer se dejará empujar por otro viento en esa realidad suya que lleva estampada en los ojos como un tatuaje. Y me viene a la cabeza el presente de indicativo tal y como me enseñaron a conjugarlo en la escuela: “yo sobrevivo, tú sobrevives, él sobrevive, nosotros sobrevivimos, vosotros sobrevivís, ellos sobreviven”.


*Doctora en Filosofía. http://laextranjerademantinea.blogspot.com.es/





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