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CARIBE, HAITÍ. Pequeños agricultores muestran el camino a la integración caribeña y latinoamericana

OPINIÓN de Carmelo Ruiz Marrero.- 

Se terminaba el atardecer cuando nuestro vuelo de Miami llegó al aeropuerto Toussaint L’Overture en Puerto Príncipe. Algún día la gente de American Airlines tendrá que explicarme qué sentido tiene volar de Puerto Rico a Haití con escala en Miami en lugar de Santo Domingo, ¡haciendo el trayecto cuatro veces más largo!

Está oscureciendo rápidamente. Viajando en una camioneta hacia el norte, apenas podemos obtener un vistazo de la ciudad, tristemente famosa por el terremoto de 2010. Después de casi cuatro horas en la carretera pasamos por la pequeña ciudad de Hinche y de ahí continuamos por un camino de tierra hasta llegar a nuestro destino: la sede del Mouvman Peyizan Papay (MPP), el movimiento campesino haitiano. Allá vamos a una reunión regional de agricultores del Caribe, representando a los agricultores de Puerto Rico como delegación de la Organización Boricuá de Agricultura Eco-Orgánica, agrupación que practica y promueve la agricultura ecológica desde su fundación en el barrio Bauta de Orocovis en 1989.

A la mañana siguiente veo por primera vez la ruralía de Haití. Mirando hacia el este desde nuestro dormitorio lo que se ve es un paisaje duro, una tierra dura, una vida dura. Árboles y arbustos esparcidos, ansiosamente esperando la próxima lluvia, la cual no vendrá pronto, juzgando por las pocas nubes que hay. No es desierto, pero aún así, este paisaje seco y erosionado parece una caja de fósforos, un peligro de incendio permanente.

Los franceses realmente arruinaron este país. Convirtieron el exuberante y acogedor bosque tropical que había aquí cuando llegó Cristóbal Colón en monocultivos insustentables de caña de azúcar, algodón, indigo y café. Estos cultivos, en especial la caña, chuparon cantidades excesivas de agua y nutrientes y erosionaron los suelos. El resultante desastre ecológico, el genocidio de sus habitantes originales, y la opresión y brutalidad que sufrieron esclavos africanos que trabajaron en los cultivos hasta literalmente caer muertos extenuados, todo esto resultó en gran beneficio para el imperio francés. A la colonia de Saint Domingue, como se llamaba entonces, la apodaron “la taza de oro de Francia”. Para la década de 1780 producía 40% del azúcar y 60% del café que se consumían en Europa.

A principios del siglo 19, aprovechando la conmoción causada por la revolución francesa y el caos violento de las guerras napoleónicas, los esclavos hicieron su movida y se rebelaron. Fue la única revuelta de esclavos exitosa en el hemisferio americano. Los esclavos convertidos en rebeldes y luego en un pueblo libre, establecieron la primera república negra de las Américas, nombrándola Ayiti, nombre que le habían dado a esta tierra sus extintos habitantes precolombinos. La revolución haitiana asustó a las clases gobernantes blancas colonialistas más aún que las revoluciones americana y francesa, ya que ésta era una revolución anti-colonial, anti-racista y abolicionista. La noticia de que un ejército negro derrotó las fuerzas blancas de Napoleón aterró a dueños de esclavos en todas partes.

El bravo pueblo haitiano pagó- y todavía está pagando- un terrible precio por haber levantado la mano contra el amo blanco. Los franceses, con la colaboración de Estados Unidos e Inglaterra, sometieron a Haití a un brutal bloqueo hasta que los haitianos fueron obligados a pagar una enorme compensación a quienes habían sido sus opresores y atormentadores. Desde entonces, potencias extranjeras, especialmente el problemático vecino en el norte, han repetidamente agredido la soberanía del país. Actualmente Haití lleva casi una década bajo ocupación militar por parte de una fuerza multinacional de las Naciones Unidas, y tras el terremoto de 2010 la presencia militar ha sido mayormente estadounidense.

Tras la independencia, las prácticas agrícolas explotadoras y ambientalmente destructivas de la corrupta clase terrateniente del país le han hecho más daño a esta tierra, y no ha vacilado en recurrir al terror para reprimir cualquier intento de reforma agraria o cambio social. Esa clase social apoyó la dictadura Duvalier en el siglo XX y los dos golpes de estado contra el presidente electo Jean Bertrand Aristide.

Pero no todo ha sido lamento y agravio. La historia de Haití siempre ha sido una de desafío y heroísmo. La ciudad de Hinche, por la cual pasamos brevemente en camino al MPP, es el lugar de nacimiento de Charlemagne Peralte, comandante que dirigió la resistencia armada contra la invasión estadounidense de 1915 hasta que fue asesinado en 1919. La meseta central del país, donde se encuentra Hinche, es escenario de gran actividad organizativa por parte del MPP.

Desde su fundación en 1973, el MPP ha dado la lucha por la reforma agraria, la soberanía alimentaria, la libertad de expresión y conciencia, los derechos de la mujer, la protección ambiental, y empleo, salud y educación para todos los haitianos. Sus variadas actividades van desde la formación de cooperativas e instituciones de ahorro hasta la formación y adiestramiento de líderes campesinos, reforestación, y enseñar al campesinado los principios de la agricultura sustentable. Hoy el MPP enseña técnicas agrícolas sustentables a más de 60 mil agricultores. En 2010 la organización le causó una crisis de relaciones públicas a la industria de biotecnología al quemar semillas de maíz donadas al país por la empresa Monsanto después del terremoto.

El MPP es miembro activo de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC), una coalición continental que une 84 organizaciones de campesinos, trabajadores del agro y comunidades negras e indígenas de 18 países de América Latina y el Caribe. La CLOC fue fundada en un congreso internacional de organizaciones de base en Perú en 1994. Ese fue un año muy excitante para el activismo en Latinoamérica. Fue el año que estalló la revuelta zapatista en la selva Lacandona de México. Fue también el año del segundo alzamiento indígena en Ecuador, parte de un torrente de protesta y organización popular que eventualmente resultaría en el derrocamiento de tres presidentes neoliberales consecutivos y la ratificación de una nueva constitución, que es una de las más social y ambientalmente progresistas del mundo. 1994 fue también año de sendas marchas de protesta de los sembradores de coca en Bolivia, sector que convergió con otros sectores en lucha para dar la batalla contra la privatización del agua y el robo del gas natural, en el proceso derrocando dos presidentes consecutivos y eventualmente logrando la elección y reelección de Evo Morales, primer jefe de estado indígena de América.

Pero los orígenes de la CLOC se remontan aún más al pasado. Clave para su formación fue la campaña continental de 1989-1992 para conmemorar y celebrar 500 años de resistencia indígena, negra y popular en las Américas, organizada por agrupaciones indígenas de los Andes en colaboración con el Movimiento de Trabajadores Sin Tierra de Brasil (MST). El MST aportó de manera decisiva al ascenso al poder del Partido de los Trabajadores, el cual ha ganado ya tres elecciones presidenciales consecutivas en Brasil.

Y la CLOC es parte de algo más grande aún: la Vía Campesina, movimiento internacional de campesinos, productores agrícolas pequeños y medianos, agricultoras, gente sin tierras, jóvenes del campo, y trabajadores de la agricultura de todo el mundo. Defiende la agricultura sustentable a pequeña escala y la presenta como propuesta viable para resolver urgentes problemas sociales y ambientales globales, y se opone a la agricultura gigantista industrial dominada por corporaciones transnacionales. La Vía Campesina la componen unas 150 organizaciones de 70 países y representa alrededor de 200 millones de agricultores.

Gracias al activismo y presión de las organizaciones afiliadas a la CLOC/Vía Campesina, la soberanía alimentaria es política de gobierno en varios países, incluyendo Ecuador, Bolivia y Venezuela. Estos grupos también ayudaron a frustrar el proyecto del presidente estadounidense George W. Bush de establecer un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que hubiera arropado a todo el hemisferio con un régimen de neoliberalismo obligatorio. La derrota del ALCA llevó a la fundación de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), un bloque de naciones latinoamericanas y caribeñas, propuesta inicialmente presentada por el presidente venezolano Hugo Chávez, que ya tiene ocho estados miembros, con cuatro más con estatus de observador, incluyendo a Haití. La inspiración del ALBA surge de la visión del libertador Simón Bolívar de una América Latina unida.

Se une a nosotros en la reunión el fundador del MPP, Chavannes Jean Baptiste, un hombre agradable que irradia fuerza y compromiso, al igual que alegría de estar vivo y alegría además por la oportunidad para servirle a su pueblo. De conocerlo casualmente, uno ni se imaginaría las vicisitudes y peligros que él ha enfrentado. Habiendo sobrevivido varios atentados contra su vida, las repetidas amenazas de muerte lo forzaron al exilio entre 1993 y 1994. Por su trabajo y valentía, Baptiste recibió el prestigioso premio ambiental Goldman en 2005.

A esta reunión internacional asisten no solamente representantes del MPP y Boricuá sino también de Cuba y la República Dominicana. Este encuentro es un modesto paso hacia realizar el sueño de una Confederación Antillana que uniría a las tres mayores antillas caribeñas, propuesta de avanzada compartida por los luchadores independentistas puertorriqueños Ramón Emeterio Betances y Eugenio María de Hostos y su correligionario cubano José Martí. Las esperanzas para tal confederación fueron postergadas en 1898 por la invasión estadounidense a Cuba y Puerto Rico, y frustradas y complicadas por el intervencionismo constante de Wáshington, cuyas expresiones incluyen sus esfuerzos por destruir la revolución cubana, la invasión a la República Dominicana en 1965 y su represión contra el movimiento independentista de Puerto Rico. Aquí en esta reunión multinacional en medio de la ruralía haitiana se está construyendo la Confederación Antillana de abajo hacia arriba por pequeños agricultores y sus organizaciones.

Por dos días atendemos varios asuntos de agenda, incluyendo los preparativos para el 20 aniversario de la fundación de la Vía Campesina, que se celebrará en el congreso de la organización, que será en Indonesia en septiembre. Se le da fuerte énfasis también a la campaña contra la violencia contra la mujer. Este tema no es poca cosa, si uno considera que las mujeres hacen la mayor parte del trabajo agrícola en el mundo pero son dueñas de una minúscula proporción de las propiedades agrícolas y reciben casi ninguna remuneración por su trabajo. También se habla de integrar la región caribeña de CLOC/Vía Campesina a los trabajos de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), otro esfuerzo de integración regional originalmente concebido por Hugo Chávez.

Al tercer día empacamos, nos despedimos de viejos y nuevos amigos, y regresamos a nuestros respectivos hogares. Mirando por la ventana de la camioneta que nos lleva a toda velocidad al aeropuerto de Puerto Príncipe, se ve un día soleado y seco, pero a la vez fresco y con brisa caribeña. Después el ridículo, ineficiente e innecesariamente largo viaje a Puerto Rico por vía de Miami. Mucho tiempo para mirar notas, recordar y analizar. La lección aprendida en Hinche es de optimismo. En estos tiempos de intimidantes retos y peligros, como la austeridad neoliberal, el calentamiento global y las crisis alimentaria, energética y de agua que se avecinan, es posible lograr una integración caribeña y latinoamericana fundamentada sobre los principios de anti-imperialismo, ecología y soberanía alimentaria. Los pequeños agricultores organizados nos mostrarán el camino.



http://www.80grados.net/pequenos-agricultores-muestran-el-camino-a-la-integracion-caribena-y-latinoamericana/




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