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Desigualdad obscena y capitalismo

OPINIÓN de Xavier Caño Tamayo.- Hace unos días, Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, denunció que 1.000 millones de personas viven hoy en la pobreza más extrema. La séptima parte de población, casi un 15% de habitantes de la Tierra. Para señalar la enormidad de la situación, Kim indicaba que “para acabar con esa pobreza extrema se necesitaría que un millón de personas dejara de ser pobre cada semana durante 16 años”.

Hace algo más de cuatro años, José Vidal Beneyto denunciaba que “cada tres segundos muere un niño por sufrir pobreza y frente a ello cada día se multiplica vertiginosamente la fortuna de los más ricos”. Vidal Beneyto comprendía que, si hablamos de pobreza extrema, hay que hablar de su causa final: la riqueza extrema. Los informes de la ONU sobre desarrollo y recursos humanos permiten concluir que es falaz pretender que la pobreza no pueda ser eliminada de raíz. En absoluto es inevitable. Lo cierto es que malnutrición, hambre, muchas enfermedades, explotación, analfabetismo, mortalidad infantil… desaparecerían si acabaramos con el actual orden social cuyo principal objetivo real (no el pregonado, claro) es aumentar la riqueza de los ricos.

Citaba Vidal Beneyto un informe de Emanuel Saez y Thomas Piketty que exponía que el 1% de habitantes más ricos de Estados Unidos poseía una fortuna superior a lo que tenían entonces 170 millones de estadounidenses con menos recursos. Pero eso era así hace cinco años. Un estudio de la Universidad de California en Berkeley (Striking It Richer: The Evolution of Top Incomes in the United States) muestra que de 2009 a 2012 en Estados Unidos, el 1% más rico de la población se apropió del 95% del aumento de ingresos de ese país. El beneficio del 1% más rico creció más del 30% en ese periodo, pero el aumento del 99% restante solo fue un reducidísimo 0,4%.

Como muestran datos de Credit Suisse, en un mundo de 7.300 millones de habitantes, casi la mitad de la riqueza está en manos del 1% de población, en tanto que la otra mitad se reparte entre el 99% restante, abundando los que menos tienen. O nada. Una desigualdad que crece incesante, pues la riqueza cada vez se redistribuye menos y se concentra más y más en muy pocas manos. Y cuanta mayor desigualdad, mayor pobreza.

En el Reino de España, la desigualdad aumenta espectacularmente desde 2007 y hoy la convierte en el país europeo más desigual. En 2011, solo Bulgaria y Rumanía tenían tasas de riesgo de pobreza más elevadas.

Pero la desigualdad y su compañera de camino, la pobreza, no crecen solo España. En la presuntamente modélica Alemania ya hay ocho millones de trabajadores que ganan menos de 450 euros mensuales y ¿quién vive dignamente con esa miseria? En Francia, cuyo nivel de pobreza es el mayor desde 1997, dos millones de asalariados ganan menos de 645 euros al mes y 3,5 millones de personas necesitan ayuda en alimentos para sobrevivir. Incluso en los países con fama de más igualitarios (Suecia, Noruega…) la renta del 1% más rico ha aumentado más del 50%, pero no así la del resto.

Pero el caso español es más grave. Tal vez porque conserva aún enquistado un tumor de franquismo. Según datos del FMI, solo Lituania supera al Reino de España en aumento de desigualdad. Desigualdad y pobreza siempre van de la mano y los datos apuntan a que ambas alcanzarán niveles insostenibles de no poner remedio. Porque hablar de desigualdad es hablar necesariamente de pobreza con terribles consecuencias. Joanna Kerr, directora general de Action Aid, ha denunciado que, de no actuar de inmediato, podrían morir de aquí a 2015 un millón de niños más. Por pobreza extrema.

No se lucha contra la pobreza en serio sin hacerlo contra la desigualdad. Una desigualdad que no cesa y algunas de cuyas causas estructurales conocemos bien: la imposición de una libertad total para transacciones de bienes, capitales y servicios, la desregulación absoluta de la actividad económica (sobre todo financiera), la reducción drástica del gasto público, la exigencia de un rígido control presupuestario (sobre todo en servicios sociales y satisfacción de derechos) y la reducción salarial a la que denominan eufemísticamente ‘devaluación interna’. Por no hablar de la indecente rebaja sistemática de impuestos a los más ricos que empezó en los ochenta y no cesa.

Es evidente, por tanto, que para combatir la pobreza extrema es imprescindible acabar con la riqueza extrema. Es así porque, como dice Eduardo Galeano, “este capitalismo asesino mata hambrientos en lugar de matar el hambre y declara la guerra a los pobres, pero no a la pobreza”. Así las cosas, es obvio que no hay otra que zanjar el capitalismo. Por mucho que tardemos en lograrlo. Hay que despachar el capitalismo, porque nos lleva al colapso y la práctica desaparición de la humanidad.


*xacata.wordpress.com




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