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Gabo en mi corazón

OPINIÓN de Raúl Wiener, Perú.- “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo…” Efectivamente el mundo, cuando leí “Cien años de soledad”, cambió tanto para mí que para describirlo no encontraba las palabras.

Mi vida era entonces demasiado reciente y no sabía que, desde siempre, la literatura fue una tentativa de construir realidades paralelas a las existentes que hicieran que los lectores se convirtieran en parte de un segundo mundo al que no pertenecían.

Por eso fui por mucho tiempo habitante de Macondo y me asocié al submundo de los Aurelianos, porque la verdad me sentía lejano al sentido práctico de los José Arcadio, y en toda mujer que entraba a la madurez vi algo de Úrsula Iguarán, empezando por mi madre, sin la cual mi casa se hubiera caído varias veces.

Mi familia se bromeaba porque era capaz de repetir páginas enteras del libro casi sin equivocarme y porque intentaba explicar asuntos cotidianos refiriéndolos a la novela. La interminable perorata de Fernanda del Carpio sobre su marido, que termina en una destrucción meticulosa de la vajilla y los bienes de la casa, me servía por ejemplo para prevenir las consecuencias de los sermones que uno recibe a cada rato y en algún momento le rompen la paciencia.

Amaranta echando fuera al italiano que después se suicidaría, justo en el momento en que el tipo había empezado a fijarse en ella, me parecía la ilustración de lo que era el capricho femenino llevado hasta las últimas consecuencias. La muerte misteriosa de José Arcadio, me decía que uno no puede saber lo que hay guardado en el corazón de una mujer rencorosa.

Era como si haber leído tantas veces las mismas páginas me hubiese ahorrado tener que vivir muchas vidas. Y cuando escuchaba a Vargas Llosa decir que la novela es una especie de mentira con licencia, me rebelaba, porque con García Márquez yo me sentía totalmente en la realidad.

Y mi realidad era que lo que Gabo había dejado en mi, y que se escapaba en lo que yo escribía y en lo que hablaba. Si quieren, eso que llaman real-maravilloso era lo maravillosamente real de sentirse parte de una cultura que es nuestra en Colombia, Perú o cualquier parte de este subcontinente que fundaron Bolívar, Gabo, Fidel y otros.

La muerte decía Gabriel García Márquez sólo es lamentable en el sentido de que no se muere de amor. En mi familia hay luto, como en muchísimos hogares latinoamericanos y del mundo. Claro que lo que deberíamos es estar contentos de haber tenido a Gabo entre nosotros. Gracias a ello podemos volver a leer sus libros, sentir que ha sido nuestro contemporáneo y en mi caso que, aunque fue de lejos, logré verlo y oírlo dos veces una en Lima y otra en La Habana.

Hubiera querido acercarme. Pero no lo hice. Me di cuenta que ya lo tenía en el corazón y era suficiente.





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