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El "Oscurantismo del siglo XXI" y el regreso del sarampión

OPINIÓN de María Cristina Rosas.- En el libro Cazadores de microbios, Paul de Kruiff cuenta la historia de connotados científicos como Leeuwenhoek, Pasteur, Koch, Metchnikoff, Bruce y Ehrlich, entre otros, quienes se erigieron en verdaderos “guerreros cazamicrobios”, desafiando creencias populares, mitos y otra serie de suposiciones sin fundamento acerca de las causas de diversas enfermedades. De hecho, De Kruiff, nacido en 1890, era hijo de inmigrantes holandeses y realizó sus estudios en la Universidad de Michigan, en Estados Unidos. De Kruiff participó en la primera guerra mundial bajo la bandera estadunidense, en Europa, y, estando en Francia, recibió la encomienda de averiguar lo más posible sobre las aplicaciones bélicas de los virus y las bacterias. Al término de la contienda regresó a Michigan, donde fue despedido tras escribir una severa crítica sobre el atraso médico que imperaba en Estados Unidos respecto a Europa. ¿Por qué De Kruiff hacía semejante afirmación? Baste mencionar que al menos en ese tiempo, la prosperidad económica de la Unión Americana, no iba de la mano de la revolución científica.

Sin ir más lejos, en 1925, John T. Scopes fue llevado a los tribunales por enseñar la teoría de la evolución de Darwin en las escuelas públicas de Tennessee. Este litigio, conocido como “el juicio del simio” tuvo como co-protagonista al fiscal William Jennings Bryan, quien defendía a capa y espada el relato bíblico sobre la creación.

Se pensaría que historias como ésta son cosa del pasado y que las sociedades del siglo XXI saben de los beneficios de la investigación médica para hacer frente a las enfermedades. Es una cosa de sentido común.

Sin embargo, en pleno siglo XXI subsisten los mitos sobre las enfermedades y su prevención. Por ejemplo, hay quien, al día de hoy, atribuye la enfermedad de Chagas al “mal de ojo.” Otro caso es el de quienes deciden no ir al doctor “porque seguramente me dará malas noticias” (como si el dejar de ir supusiera, en automático, la sanación de las personas). Seguramente el lector también ha escuchado que la vacuna contra la influenza estacional es mala, “porque si te la pones, te enfermas.” Y por si fuera poco, hay “profesionales” de la salud, que sostienen que ciertas vacunas son nocivas para las personas, por lo que, lo mejor, es no vacunarse.

Lo expuesto en el párrafo anterior, al menos en teoría, tendría que corresponder a situaciones cotidianas en países pobres, con población con baja escolaridad y con una deficiente cobertura en servicios de salud. Sin embargo, en el caso del sarampión, no ocurre así. Por intereses netamente económicos, un “profesional” de la salud divulgó un “estudio” en 1998, en el que argumentaba que los niños que recibían la vacuna contra el sarampión desarrollaban autismo. La historia es como sigue.

El médico estadunidense John Franklin Enders, considerado el “padre de las vacunas modernas”, debe su fama al trabajo que realizó con bacilos de la tuberculosis y neumococos. A Enders le llamó la atención una enfermedad que solía afectar a los niños. Aquella enfermedad era causada por un virus. Enders trabajó en la investigación de la enfermedad en el Hospital Infantil de Harvard. Allí desarrolló métodos para cultivar virus, sobre todo el de la poliomielitis. Por ello recibió el Premio Nobel de Medicina en 1954.

Decepcionado porque la falta de crédito a su descubrimiento (que sí aprovechó, por cierto, Jonas Salk), trabajó en la vacuna contra el sarampión. Para ello aisló el virus que padecía un niño de 11 años de edad. En septiembre de 1961 se anunció que la vacuna era efectiva. Enders inyectó los virus atenuados y cultivados en monos. Los monos inyectados con virus atenuados pronto desarrollaron anticuerpos protectores y por tanto no se enfermaron. Los que no habían sido inmunizados enfermaron de sarampión.

Desde los años 80, se ha generalizado la aplicación de la vacuna conocida como “triple viral” o SRP (para combatir el sarampión, la rubeola y las paperas), sin efectos secundarios de importancia para los receptores. La vacuna se debe aplicar en la infancia y en dos dosis: la primera entre los primeros 12 y 15 meses de vida y la segunda entre los 4 y los 6 años. Las enfermedades SRP son graves. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lamenta que, por ejemplo, en 2012 murieron en el mundo 122 mil niños a causa del sarampión. La misma institución ha insistido en que la vacuna es segura y que entre los años 2000 y 2012 la mortalidad mundial por este padecimiento se ha reducido en un 78 por ciento. También en 2012, refiere la OMS que el 84 por ciento de la población infantil en todo el mundo recibió la vacuna, lo que constituye un paso decisivo en el control de este padecimiento. Las evidencias son claras. Sin embargo, hay quienes las ponen en duda.

En los países donde está disponible la “triple viral”, no se recomienda la vacuna individual en vez de la combinada. Sin embargo, Japón dejó de usar la vacuna “triple viral” en el año 1993 debido a que el componente correspondiente a las paperas ahí usada, causaba efectos secundarios. Ésta es una vacuna contra las paperas distinta a la vacuna que se usa en el Reino Unido. Actualmente Japón ofrece solamente inmunización contra el sarampión y la rubeola, pero no contra las paperas.

En México la Secretaría de Salud reporta que durante los primeros 70 años del siglo XX, el sarampión fue una de las principales causas de enfermedad y muerte a nivel nacional. En 1960 se iniciaron acciones de vacunación; sin embargo fue hasta 1973 cuando se desarrolló formalmente el programa nacional de inmunizaciones en México. En ese año se aplicaron 3.6 millones de dosis de la vacuna. A pesar de todos los esfuerzos entre 1989 y 1990 se produjo una epidemia con más de 84 mil casos. En 2000 y nuevamente a partir de 2003 se reintrodujo el virus silvestre de sarampión. Desde 2007 y por espacio de cuatro años, no se registró ningún caso de sarampión en México. Sin embargo, en 2011 se confirmó un caso correspondiente a una niña francesa de un año siete meses, procedente de ese país, portadora de la enfermedad, lo que llevó a que las autoridades sanitarias federales y del Distrito Federal se movilicen para rastrear a los pasajeros del vuelo en que venía la pequeña, además de proceder a aplicar dosis de la vacuna a personas menores de 39 años que no hubiesen padecido sarampión, más dosis a niños menores de 12 años, sea que hubiesen recibido o no la primera dosis. El segundo caso, al igual que el de la pequeña francesa, se detectó en el Distrito Federal, y correspondió al de una joven procedente de Londres, por lo que las autoridades desarrollaron un cerco sanitario en la Delegación Coyoacán. El tercer caso fue en Celaya, Guanajuato, y fue el de un adulto de 45 años, procedente de Estados Unidos. Estos tres casos, originados en países altamente desarrollados, son una evidencia más de que los esfuerzos por mantener a raya el sarampión deben continuar. También son un ejemplo de que en los países desarrollados, se cometen terribles errores en materia de salud pública. Pero ¿qué fue lo que pasó en los países desarrollados?

En 1994, Richard Barr era miembro de una organización que sostenía desde principios de la década de los 90 que las vacunas conocidas como "triple viral" o SRP, causaban daño cerebral y otros problemas en los niños. Barr obtuvo entonces ayuda y financiamiento para realizar acciones legales contra los laboratorios Aventis Pasteur, SmithKlineBeechamyMerck por considerar que la vacuna no era un producto eficaz y que, por lo mismo, no debía ser utilizada. Richard Barr se alió en febrero de 1996 con el doctor Andrew Wakefield a quien solicitó ayuda para conseguir "evidencias" que le permitieran documentar lo afirmado, a lo largo del juicio. Así Wakefield, en vez de actuar profesionalmente como un experto que da opiniones o sugerencias debidamente fundamentadas, "negoció" con Barr un contrato sin precedentes para realizar una investigación científica que generara "argumentos" en contra de la vacuna “triple viral.” Para ello describieron, sin mayores fundamentos, un nuevo síndrome llamado "enterocolitis autista", que relacionaba su aparición con la aplicación de las vacunas. Esta evidencia sería pieza central en el juicio contra los laboratorios de referencia.

Los resultados de esta “investigación” fueron publicados por la revista The Lancet en 1998, y fueron clave para que se dejara de vacunar a millones de niños en todo el mundo. ¿Qué motivó a estos individuos a hacer esta cruzada contra la “triple viral”? El beneficio económico. Con el juicio, los demandantes obtendrían una suma millonaria de las empresas farmacéuticas indiciadas, pero también contribuyeron a uno de los peores retrocesos científicos de que se tenga memoria en la era moderna, en perjuicio de la salud de millones de infantes.

Después se supo de las motivaciones mezquinas que suscitaron la “investigación” publicada en The Lancet, razón por la que a Wakefield le revocaron la licencia médica para ejercer en la Gran Bretaña -si bien lo sigue haciendo en Estados Unidos- cuando se comprobó que maniobró de manera poco ética e irresponsable, llegando incluso a sobornar a médicos en los hospitales, con tal de que se manifestaran en contra de la “triple viral.”

El papel de los medios, sobre todo británicos, fue decisivo para que la población se convenciera de que la “triple viral” generaba autismo en los niños. Periodistas sin conocimientos elementales de medicina, hicieron un linchamiento público contra las vacunas, e influyeron, de manera determinante, en las percepciones de las sociedades sobre la inmunización. De poco sirvió que a Wakefield le retiraran su licencia médica y de que The Lancet omitiera el estudio de referencia, de manera definitiva, de su acervo. El mal ya estaba hecho. Muchos padres de familia en Gran Bretaña, Francia, España y Estados Unidos, entre otros países, decidieron no vacunar a sus hijos con la “triple viral”, a pesar de los esfuerzos de la OMS y de otras instancias para explicar exhaustivamente que las vacunas no generaban autismo y que no vacunar a los infantes los ponía en grave peligro. Tampoco sirvió de mucho argumentar que la vacunación es un proceso sencillo y que su costo es inferior a un dólar de Estados Unidos.

El sarampión es causado por un virus de la familia de los paramixovirus que normalmente crece en las células de revestimiento de la faringe y los pulmones. Se trata de una enfermedad humana que no afecta a los animales. Asimismo, la OMS explica que el primer indicio del sarampión suele ser la fiebre alta, que comienza unos 10 a 12 días después de la exposición al virus y dura entre 4 y 7 días. En la fase inicial, el paciente puede presentar rinorrea (congestión nasal), tos, ojos llorosos y rojos (conjuntivitis), y pequeñas manchas blancas en la cara interna de las mejillas. Al cabo de varios días aparece un exantema (granitos), generalmente en el rostro y la parte superior del cuello, que se extiende en unos 3 días, acabando por afectar a las manos y pies. El exantema dura 5 a 6 días, y luego se desvanece. El intervalo entre la exposición al virus y la aparición del exantema oscila entre 7 y 18 días (media de 14 días).

El sarampión suele ser leve o moderadamente grave. Los casos graves son especialmente frecuentes en niños pequeños malnutridos, y sobre todo en los que no reciben aportes suficientes de vitamina A o cuyo sistema inmunológico se encuentra debilitado por el VIH/SIDA u otras enfermedades.

La mayoría de las muertes se deben a complicaciones del sarampión, que son más frecuentes en menores de 5 años y adultos de más de 20 años. Las más graves son la ceguera, la encefalitis (infección acompañada de edema cerebral), la diarrea grave (que puede provocar deshidratación), las infecciones del oído (otitis) y las infecciones respiratorias graves, como la neumonía. En poblaciones con altos niveles de malnutrición y falta de atención sanitaria adecuada, el sarampión puede llegar a matar al 10 por ciento de los casos. La infección también puede provocar complicaciones graves en las mujeres embarazadas e incluso ser causa de aborto o parto prematuro.

¿Qué ha sucedido en los últimos años? La OMS reporta un resurgimiento del sarampión en Europa (sí, Europa), África y Asia. De hecho en 2011 se detectaron en el continente europeo 30 mil casos de sarampión de las cuales ocho murieron y 25 desarrollaron encefalitis. Las causas del “rebrote” o resurgimiento son, en esencia, la falta de vacunación que sólo ha llegado hasta el 85 por ciento de los candidatos a padecer la enfermedad (la OMS afirma que para poder atajar un padecimiento infeccioso, la vacunación debe llegar al 95 por ciento de los posibles afectados). Otro argumento que sostienen algunas personas es que “lo que no te mata, te hace más fuerte” por lo que postulan que es mejor esperar a que los niños se enfermen de sarampión para que así lo “superen.”

Lo preocupante de la situación descrita es que, un “profesional” de la salud sin escrúpulos, motivado por el beneficio económico, puso en duda la eficacia de una vacuna para un padecimiento muy serio. No parece que Wakefield tenga remordimiento alguno ni cargo de conciencia, pero lo que sí es verdad es que lo que hizo establece un terrible precedente para que, en el futuro, otro “vivales” interponga un juicio contra las empresas farmacéuticas para hacer dinero, en perjuicio, claro está, de la salud de millones de personas en todo el mundo.

No está por demás decir que las empresas farmacéuticas no son hermanitas de la caridad y que en muchos casos se ha documentado su falta de ética de cara a diversas enfermedades y los antídotos que fabrican, para enfrentarlas. Empero, en el caso concreto del sarampión, la forma más efectiva para atajar la enfermedad es la vacuna de Enders. Lo demás es pura charlatanería.
18 de julio, 2014

*María Cristina Rosas es Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

 





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