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Los niños de Rosa

OPINIÓN de Lydia Cacho, México.- Con sus manos mi niño Santiago apachurraba mis mejillas y arrojaba una risotada que hacía eco en toda la habitación, era la gloria.

La neurociencia explica que cuando un bebé llora la agudeza de su voz nos irrita de tal grado que enciende las alarmas para atenderlo de inmediato.

Los estudios en laboratorios en los que se lee la reacción cerebral y del sistema cardiovascular ante las carcajadas y la voz de un bebé feliz son contundentes. Producen un estado de felicidad química, o como diría mi hermana: un estado de gracia.

Hace unos meses escribía aquí que las y los niños forman su mapa emocional durante los primeros seis años de vida, luego construyen sobre las nuevas experiencias sus recuerdos que formarán parte de ese mapa.

Es en la infancia en la que les ayudamos a obtener su brújula moral. Allí cuando les hacemos saber que su vida, su integridad y su bienestar importan. O por el contrario cuando se les enseña, con palabras y acciones violentas, que no merecen la felicidad, la paz y la alegría.

La violencia ejercida contra niñas y niños les enseña que no son merecedores de amor; conforme se convierten en jóvenes y adultos pueden ir por la vida pidiendo migajas de cariño con pocas herramientas para recibir y dar afecto; otros abren la puerta de la adultez con la consigna de destruir la vida ajena, sólo así sienten que se integran, a través de la violencia y el desapego absoluto, a ese mundo que los engendró en la humillación, el maltrato, el desamor, como si fueran parias no dignos de bienestar, que por alguna razón nacieron en un mundo que no les deseaba, en un país en el que salen sobrando.

Y no hay forma de abordar los horrores que han revelado los casos de violencia contra niñas, niños y jóvenes que hemos presenciado en la última década, sin entender cómo se vincula la maternidad y paternidad deseada al fenómeno del abandono y maltrato infantil.

¿Cuántos padres y madres tienen hijos porque así lo manda la cultura? Cuántas mujeres tienen hijos no deseados, por mandato religioso, que odiarán y abandonarán luego. Cuántas familias sumidas en la pobreza tienen hijas e hijos que luego abandonan a su suerte en las calles como una casta de intocables.

Cuántos gobiernos encierran a esas niñas y niños en tutelares de menores y luego de humillarlos, maltratarlos y aislarlos de los afectos, no saben qué hacer con ellos. Cuántos albergues y hospicios albergan la tradición cultural de cuidar vidas y no personas, de encerrar niñas y niños y no de criar personas amadas y amorosas.

Cuántas sociedades miran al otro lado porque creen que no hay mejor opción que el ostracismo de los pequeños indeseables.

Mi colega Sanjuana Martínez me informa que desde 2011, mientras ella investigaba el caso de maltrato infantil en el albergue Casitas del Sur rebasada de trabajo, recibió denuncias concretas sobre “La Gran Familia”.

Reporteras de Jalisco aseguran que desde hace 20 años saben, a ciencia cierta, que Mamá Rosa maltrataba y encerraba a cientos de niñas y niños en un ambiente carcelario. Activistas repiten que desde 1985 sabían todo, del abuso sexual, de esa suerte de secuestro.

¿Por qué pasaron más de 20 años para que supiéramos el otro lado de la historia? Dicen que es porque algunos aseguraban que era mejor que estuvieran en un hospicio que en las calles o en la cárcel. Dicen que porque nadie quería escuchar ¿de verdad?

Luego de escuchar los testimonios incriminatorios de las víctimas (seis niños y dos adultos) entiendo que me equivoqué sobre “La Gran Familia”; solo conocí el lado luminoso de su proyecto cultural, que sigo creyendo es impresionante. Pero poco importa, yo nunca supe de los abusos y soy sólo una periodista.

Hoy lo fundamental, además de la justicia penal, es asegurar el bienestar de esos 500 niñas, niños y adolescentes, que luego del escándalo no les vuelvan a reciclar como objetos, que tengan una oportunidad real de vivir en un ambiente afectivo con un proyecto familiar efectivo, que sepan que su vida importa, que la vida les merece, que pueden ser felices, que lo merecen.

Twitter: @lydiacachosi

*Plan b es una columna publicada lunes y jueves en CIMAC, El Universal y varios diarios de México. Su nombre se inspira en la creencia de que siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.​




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