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Pluralismo o interdependencia en el orbe internacional

OPINIÓN de Franco Gamboa Rocabado.-  El mundo de las relaciones internacionales puede ser analizado desde una perspectiva diferente a la del realismo, donde se confía más en un sistema tendiente a la mutua interconexión entre economías y fuerzas institucionales diversas. Es el caso del pluralismo o interdependencia. La perspectiva pluralista se basa en diferentes premisas, por ejemplo; las relaciones internacionales estarían constituidas por una multiplicidad de actores. La idea fundamental radica en que la arena internacional posee una inmensa red; es decir, una verdadera telaraña en la que participan los Estados, las organizaciones inter-gubernamentales y otros protagonistas transnacionales independientes de las soberanías estatales. Los pluralistas no niegan la importancia del Estado pero no están dispuestos a concederle el primer lugar y, menos aún, el único sitial en el escenario global.

Los pluralistas consideran que las corporaciones multinacionales más grandes tienen mayores recursos financieros y tecnológicos, así como un mayor impacto sobre el ámbito mundial que la mayoría de los Estados del Tercer Mundo (entendidos como soberanías individuales). Por lo general, los países tercermundistas destacan debido a la fragilidad de sus economías y por la abundancia de sus problemas internos, muchos de ellos basados en la corrupción de sus sistemas de gobierno y en su acelerado crecimiento demográfico. Además, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) de toda índole (religiosas, caritativas, ecológicas, de derechos humanos, etc.) tienen una presencia extraordinaria y creciente en el panorama mundial. El pluralismo rebasa el poder de los Estados y otorga mayor dinamismo al sistema internacional.

El Estado también deja de ser un actor unitario. Las acciones del Estado son el producto de la interacción (a veces conflictiva) de diversos grupos dentro del territorio estatal. Esta premisa es simple y una negación directa de uno de los postulados realistas. Los pluralistas no creen que el Estado sea una bola de billar, cubierta por una coraza impenetrable que lo hace actuar como una entidad monolítica. Por el contrario, el Estado actúa en el sistema transnacional a través de todas las contradicciones internas y de toda la competencia y rivalidades existentes dentro de las diversas estructuras y círculos burocráticos que componen el gobierno. Éste, a su vez, se ve presionado por grupos sociales, económicos y políticos de la más diversa índole.

La premisa del Estado como actor unitario en el mundo no resiste un análisis, dicen los pluralistas, ni siquiera en el caso de los gobiernos altamente centralizados y despóticos. Cuando la ex Unión Soviética (URSS) decidió invadir en 1968 a la hoy desaparecida Checoslovaquia para sofocar la apertura democrática que fuera intentada a través de la llamada primavera de Praga, al interior de la URSS se generó una enorme pugna intra-gubernamental, que demoró la decisión final del régimen de Leonid Brezhnev. Mientras el ejército y el ministerio de defensa soviéticos se inclinaban por la acción militar junto con el Pacto de Varsovia, el ministerio de relaciones exteriores y el Partido Comunista vacilaban, tomando en cuenta los elevados costos políticos que tal acción acarrearía, tal como en efecto sucedió.

La pluralidad de influencias dentro del Estado es más notoria en las democracias liberales u occidentales del siglo XXI, en las que el poder se encuentra repartido tanto entre las diferentes estructuras del Estado, como entre los diversos sectores de la sociedad. Esto origina una situación de poliarquía, cuya robustez varía de un Estado a otro.

El Estado dejaría de ser un actor racional. Esta afirmación no es sino una negación de otra de las premisas realistas, que está íntimamente ligada a la negación de la unidad del Estado como actor supremo en la globalización. Si las decisiones estatales son tomadas por grupos que hacen coaliciones y alianzas, defendiendo sus propios intereses burocráticos y de grupo, será difícil pensar que una realidad así permita que el Estado tome decisiones basadas en cuidadosas consideraciones de costo-beneficio, tendientes a optimizar cada situación. Las decisiones del Estado son, según el pluralismo, resultado de diversas fuerzas partícipes de los procesos decisionales. Toda decisión es el producto de varias negociaciones y regateos inter-burocráticos y de grupos de interés, nunca el producto de la racionalidad del Estado como protagonista fundamental.




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