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Espíritu Político

OPINIÓN de Mauricio Castaño H., Colombia.- La victoria en la guerra es la paz, nadie es tan tonto como para preferir el sufrimiento y la desgracia en su vida y la de los suyos. La vida son las fuerzas que contrarrestan la muerte, es una constante lucha por preservarla, por reafirmarla. Se deriva entonces que la naturaleza humana es un permanente rehacerse, una sociedad madura vibra en las contradicciones, el conflicto resulta ser una oportunidad para crecer. Basta con que un solo individuo de la sociedad esté en desacuerdo para inmediatamente percatarse de que algo anda mal.



Una regla es regla cuando arregla, cuando corrige, y las normas sociales están en permanente construcción, en permanente negociación, no las hay perennes, perfectas, creadas de una vez para siempre. Por el contrario, son provisionales, por eso la impugnación recrea y rehace la norma, por ello se dice que la paz es de naturaleza política, en las naturales inconformidades humanas se construyen acuerdos y se evita el pobre recurso de la fuerza bruta, de disparar una arma para asesinar a sus contradictores.

Colombia tiene uno de los mejores avances en el mundo en lo que respecta a las negociaciones adelantadas con las guerrillas, en el conflicto interno que frena la vida y de la cuál algunos pocos disienten porque hacen parte del rentable negocio de la muerte: industria armamentista, señores terratenientes que se quedan con las mejores tierras para su explotación bien sea legal o ilegal, etc.

Este sector denominado ultraderecha ponen como correa de transmisión a personas como Álvaro Uribe del partido Centro Democrático, rechazan cualquier propuesta de paz en disonancia con el clamor nacional, de buscar fin a un conflicto que destruye miles de vidas diarias, las estadísticas hablan de más de seis millones de víctimas, y desde los años cincuenta del siglo pasado de más de ocho cientos mil muertos.

El acontecer político en Colombia se la juega en reversar la cultura de la muerte por la del entendimiento que procura la vida. El gobierno nacional tuvo el mandato de la paz, es su obligación irradiar ese espíritu para que en todo el territorio se hable el mismo lenguaje, por eso los partidos políticos hacen sus cálculos para poner a sus mejores cuadros, las casas políticas regionales se la juegan por detener la insistente muerte. La paz es política y no jurídica.

El espíritu político no es más que reconocer que las leyes, las normas sociales están en permanente construcción a través de la discrepancia, de la impugnación sin que haya necesidad de eliminar a los contradictores. El espíritu político es entender esta dinámica de confianza que se construyen y reconstruyen en un grupo, en una sociedad determinada, sin necesidad de caer en el dogma de la norma por la norma, como cuando se dice del santanderismo, una vocación a la proliferación de leyes y leyes en ausencia de la confianza que debe construirse entre los seres humanos sin la necesidad de estar garantizando o verificando de que todo quede por escrito. No todo está dicho, una norma, una ley es provisional hasta que se constata su utilidad, hasta que un alguien la impugne para saberse que algo anda mal. Es el espíritu de la política, el arte de lo posible por inverosímil que parezca.




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