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Estado Incompleto

OPINIÓN de Mauricio Castaño H., Colombia.- Sí queremos paz, pero no la que quieren los fachos, los godos y terratenientes. Estamos alegres y festivos, celebramos el diálogo y sus avances entre las guerrillas de izquierda y el gobierno colombiano, no hay excusa para no hacerlo, no hay razones para seguir insistiendo en la muerte, más de cincuenta años guerreando sin otra victoria que la de un río de sangre, cientos de asesinatos, millones de víctimas. Razón tienen quienes afirman una y otra vez que los muertos caídos pertenecen del bando de los más débiles, de los que nada tienen. He allí una diferencia que parte en dos la historia: mientras que en los inicios de la república por los años de 1829, las llamadas guerras civiles eran encabezadas por representantes de la alta aristocracia o por ellos mismos; las del siglo XX, son por las gentes del pueblo.

Anacronismo llaman a los hechos atemporales. Las sociedades viven sus propias contradicciones, la nuestra la de un Estado incompleto, tiene muchos postulados de la llamada modernidad pero inoperantes cuando se trata de materializar un bienestar general. Por el contrario, los privilegios son para unos pocos y para la mayoría privaciones y escasez. Se postula el derecho a la paz, y a diario la guerra nos amenaza con llevarnos la vida, otro tanto se dice de la salud, educación y demás de los Estados Modernos. Pero no se puede pretender obtener resultados distintos haciendo lo mismo. Lo que hoy llamamos Estado responde a las características propias de un sistema feudal. No olvidemos que al invento de los Estados está anexo la democracia, garantizar una buena administración de la cosa pública, evitar la concentración de poder que se aleja de lo real y sus pobladores, procurar el bienestar general.

Se nos impone un reto, romper el círculo de la violencia. No será la primera vez, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Somos depredadores y la cultura encausa a tomar atajos para sacar ventajas a nuestros contendores. Nuestro Estado Feudal con máscara de moderno mantiene y perpetúa la violencia. Se guerrea por mantener privilegios, quienes denuncian y proclaman igualdad y libertad son tachados de terroristas. El derecho natural a impugnar es un crimen. Políticos, Empresarios, industriales, académicos, militares, todos ellos a firmar la paz. 

El perdón se hace necesario, pero que haya lecciones de aprendizaje, bien lo ha dicho el primer mandatario que las penas alternativas deben ser efectivas, auténticas, y no simples simulacros. El hombre es un animal de costumbres, en su vivir cultural demanda aprender, representar, rememorar, aplicar. Y si algo no funciona, cambiarlo. No temer a la rebeldía, no olvidar que sólo basta que tan sólo un hombre impugne para percatarse de que algo anda mal en toda la sociedad. La tolerancia es condición para la convivencia.

Comprenden bien quienes insisten en sacar al patán que llevamos dentro, las intervenciones de cultura ciudadana, la pedagogía de la paz se impone para desaprender la guerra y posibilitar el espíritu de paz. Eso está bien que suceda. Pero tenemos un reparo, la paz que se discute es feudal, es de la de los campos colombianos, no vemos plantearse las grandes problemáticas que acechan a más de la mitad de la población que viven en las ciudades. Allí el crimen retumba: desplazados intraurbanos, microtráfico, extorsiones a granel, trata de personas, corrupción de la feudal clase dirigente, los mismos con las mismas, sistemas políticos clientelares, mandatarios demagógicos, robos, obras inconclusas, vías atolladas, creciente contaminación ambiental, asesinatos por cualquier paga, pobreza, delincuencia. Las sujeciones al neoliberalismo fragilizan los lazos entre individuos, impiden y destruyen el tejido social, las relaciones de hermandad. Las ciudades enferman, claman modernidad al Estado aún incompleto.
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