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Animal político

OPINIÓN de Rafael Fernando Navarro.- Esta definición de un aspecto parcial del ser humano hunde sus raíces en el mundo griego. Era entonces un acercamiento humanista, honrado, que devenía en una visión limpia y comprometida de cada uno con su comunidad. En la cuna de la democracia se participaba en la construcción de la “polis” y todos debían sentirse responsables de su buena marcha. Se tenía que estar implicado en el quehacer de llevar a la comunidad hacia su bienestar individual y colectivo.

Cuando hoy se afirma que tal o cual hombre-mujer es un animal político estamos desvirtuando el sentido primigenio de la definición griega y deberíamos asumir el abismo que separa al demócrata de entonces de este animal político que con frecuencia tiene mucho más de lo primero que de lo segundo. Y en lugar de aplicarlo como un mérito del individuo que se compromete con sus conciudadanos, deberíamos endilgárselo para descalificarlo porque su politicidad (perdonen el vocablo) es puro oportunismo voluntariamente prostituido. Y lo que entonces se aplicaba a la responsabilidad de cada miembro de la ciudad, debe aplicarse hoy a esos candidatos que son capaces de explotar los más bajos instintos de los oyentes con tal de llegar a ostentar un poder que no conduce, en gran número de casos, al servicio de la comunidad, sino al onanismo de autosatisfacción de verse en el trono adulados, halagados mientras pisotean los derechos de sus vasallos. Hay, no cabe duda, honradas excepciones. Pero a esos no se les aplica la definición de animales políticos, sino que se apela a otras categorías que distan mucho de la aportación limpia y honrada que convive con sus conciudadanos y se preocupa por sus problemas reales y los defiende hasta la extenuación ante quien se atreva a amputar derechos adquiridos e inalienables.

Confieso que cuando oigo denominar a alguien con el calificativo de animal político, siento un escalofrío porque percibo que me están presentando como dato positivo lo que más tarde puedo comprobar que es la postura más denigrante y más cercana a la estafa de la palabra. No perdamos de vista que la corrupción de la palabra es mucho más venenosa que la corrupción económica. Cuando alguien que ha elegido como colaboradores inmediatos a ladrones que están en la cárcel o camino de ella, cuando alguien es capaz de destrozar mediante calumnias, falsedades conscientes, distorsionando la realidad, cuando alguien se arroga la mentira como argumento para ser elegido, aunque eso significa la muerte moral de quien está enfrente, cuando alguien me habla de regeneración democrática y tiene ya demostrada la tiranía más abyecta en sus anteriores puestos de mando, cuando eso es así y alguien se atreve a denominarlo como animal político, créanme que siento una repugnancia tal que el vómito se convierte en hemoptisis y me coloco al borde de la muerte política.

Se argumenta que los ciudadanos se han alejado de la política, que han perdido aquel interés que mostraban recién enterrada la dictadura. Pienso que a veces se esgrime esta situación para culpar a los ciudadanos de la mala marcha de la cosa pública y justificar así el propio quehacer. El infierno son los otros, que diría Sartre. La mala marcha del quehacer político está envenenado por los propios ciudadanos. Ellos son los culpables. Y se afincan en la continuidad de su papel de dominadores de la sociedad en lugar de ser sus servidores.

No quieren ver que la aparente apatía de los ciudadanos por el papel de sus políticos no es precisamente desentendimiento de la política, sino repugnancia por lo que algunos han hecho de ella.

Cuando se ha llevado a cabo una reforma laboral que destruye empleo, con indemnizaciones a gusto del patrón, se ha negado la medicación necesaria sin la cual la muerte es segura, se ha hecho de la universidad, de la justicia un reducto para quien tenga dinero, se ha convertido la alegría del jubilado en preocupación por sacar adelante a hijos en paro y nietos con hambre, cuando se crean y se ufanan de ello puestos de trabajo con salarios de cuatrocientos euros al mes con diez horas de trabajo al día, cuando se utilizan trabajos de días, incluso de horas, para proclamar que se está creando empleo y disminuir así la lista de parados, si se miente tachando de izquierdistas radicales a Cáritas, a ONG comprometidas en comedores sociales, se desahucia a familias con niños enfermos, incluso con bebés y de repente se promete un estado de bienestar en un futuro inmediato y se asegura que no habrá ciudadanos sin trabajo, sin vivienda, sin acceso a una sanidad plena, a una educación y una justicia gratuita, los ciudadanos vuelven la cara porque les da vergüenza que se les vean la muesca de asco.

Los ciudadanos esperan una tierra prometida en la juventud de nuevos partidos. Y desea dejar en el zoo del olvido a tanto animal político que le ha devorado los derechos más elementales y aspira a convivir aportando el propio esfuerzo con unos iguales que luchen por un mundo mejor.




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