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Perú. El desencanto del 2016

OPINIÓN de Raúl Wiener, Perú.- Las elecciones del 2016 se vienen, hasta ahora, sin esperanzas, como si la idea de que con el voto se podría empezar a construir un país diferente se hubiera muerto a punta de engaños y desilusiones. Basta ver en qué nivel de ridículo ha caído el líder inicial (probablemente casual), del actual período, cuando para defender la excentricidad de la compra de la casa en Las Casuarinas, con dinero de procedencia desconocida, propone hacer una segunda Marcha del Cuatro Suyos, desvalorizando a la primera del 2000, que fue uno de los hitos claves para echar a la dictadura de Fujimori y recuperar alguna forma de democracia.

Sin querer Toledo, ha terminado por tergiversar el sentido del movimiento que encabezó, como si quisiera demostrar que nunca entendió lo que pasó ese año decisivo de la historia del Perú en el que germinaron las promesas de economía más cercana al pueblo, nueva Constitución, lucha anticorrupción y otras que se quedaron por el camino. Pero si el chakano fue un fraude; qué decir de García, que volvió a refregarnos que en política no hay que ser ingenuos y menos creerle a él. El APRA 2006-2011 demostró que se había convertido al más crudo neoliberalismo y en lo único que no había cambiado respecto a su primer gobierno era en la habilidad de su presidente para la corrupción impune.

Pero de todos los que estuvieron al frente del gobierno en la etapa postfujimori, el que lleva las peores culpas es Ollanta Humala, porque apareció como el que denunciaba precisamente la traición de sus predecesores que habían seguido el libreto de los 90 y excluido al pueblo de las decisiones. Algunos lo critican por mediocre, por la forma enredada y siempre débil en que encara los problemas decisivos. Otros pretenden que todo lo que hizo para ganar el gobierno fue una mentira calculada para hacerse del poder. Pero ambas versiones, presumen que la gente que votó dos veces por el abanderado de la “Gran Transformación” era fácilmente manipulable, o no se daba cuenta con quién estaba tratando.

Humala respondía, sin embargo, a una corriente profunda de gente que esperaba el cambio desde el año 2000, o antes, y que había vivido la decepción de cambiar a Fujimori por Toledo y García. El volteretazo de Humala es entonces el doble o el triple de ofensivo de lo sufrido por la población hasta ese momento. Por eso al final de su mandato hay tan poco entusiasmo, como si nos preparáramos para un baile de fantasmas el próximo año, sin que nadie pudiera reunir el binomio: cambio económico-político y democracia que hizo ganar a Humala el 2011. Lo que se ve desde aquí es la restauración fujimorista (profundización neoliberal y autoritarismo), bajo distintas ropajes: Keiko, García, y el “progresista” PPK (que demuestra hasta donde se han desvalorizado las palabras). Y más a la izquierda, casi nada.





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