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La ruta de Pablo Neruda en París

elmercuriodigital ▫ El Instituto Cervantes de París muestra la Ruta Cervantes Pablo Neruda, dedicada al premio Nobel chileno. La capital francesa tuvo gran importancia en la vida del escritor, ya que fue en esta ciudad donde conoció a su gran amigo, el poeta peruano César Vallejo, además de ser nombrado cónsul en 1939.

Pablo Neruda, premio Nobel de Literatura en 1971, uno de los autores más influyentes del siglo XX.




En la vida de Neruda la embajada de Chile en Francia es todo un hito en dos periodos bien distantes. Tras cumplir cargos consulares en Asia, Buenos Aires, Barcelona y Madrid, en 1939 se integró a la representación chilena en París para organizar, como cónsul, el éxodo de miles de refugiados de la guerra civil de España a Chile. Los funcionarios de la época, con el embajador González Videla a la cabeza, no le facilitaron las cosas, sin embargo se batió para lograr cumplir aquella empresa titánica que le había confiado el presidente de Chile, Pedro Aguirre Cerda.
Treinta y dos años después, convertido ya en poeta de fama mundial, el presidente Salvador Allende lo nombró Embajador de Chile, cargo que asumió en marzo de 1971. Fue en aquel imponente palacete de embajada que al final Neruda llamaba el Mausoleo ubicado a un costado de los Inválidos, donde le anunciaron, el 21 de octubre de 1971, que era el nuevo Premio Nobel de Literatura.
El poeta embajador no solo debió componer con el intenso acoso que implicó el Nobel, sino también ejercer toda su sagacidad en acciones relacionadas con la renegociación de la deuda externa chilena ante el Tesoro en Francia o enfrentar el embargo del cobre chileno por demanda expresa de consorcios estadounidenses ante tribunales franceses.
Gobierno y situación política no eran los mismos en mi patria, pero la embajada en París no había cambiado. La posibilidad de enviar españoles a Chile enfurecía a los engomados diplomáticos. Me instalaron en un despacho cerca de la cocina, me hostilizaron en todas las formas hasta negarme el papel de escribir.
Pablo Neruda, Confieso que he vivido, Seix Barral, 1974
Finalmente, como todo el mundo lo sabe, me dieron el Premio Nobel. Estaba yo en París, en 1971, recién llegado a cumplir mis tareas de embajador de Chile, cuando comenzó a aparecer otra vez mi nombre en los periódicos. Matilde y yo fruncimos el ceño. Acostumbrados a la anual decepción, nuestra piel se había tornado insensible. Una noche de octubre de ese año entró Jorge Edwards, consejero de nuestra embajada y escritor, al comedor de la casa. Con la parsimonia que lo caracteriza, me propuso cruzar una apuesta muy sencilla. Si me daban el Premio Nobel ese año, yo pagaría una comida en el mejor restaurant de París, a él y su mujer. Si no me lo daban, pagaría la de Matilde y la mía.
Aceptado le dije. Comeremos espléndidamente a costa tuya.
Pablo Neruda, Confieso que he vivido, Seix Barral, 1974
Se quejó muchas veces del hecho de que la residencia y la cancillería de aquella embajada estuvieran en la misma casa. Esto le impedía aislarse, concentrarse, y hacía que siempre hubieran interferencias, interrupciones, llamadas telefónicas, incluso en las horas y los días de descanso. Llegó a pensar seriamente en la posibilidad de no vivir en la Motte-Picquet y de arrendar un departamento en París, y me lo comentó. Ahora bien, en unos versos punitivos, celebres de finales de los años cuarenta había escrito: Si usted nace tonto en Rumania/ sigue la Carrera de tonto, / si usted es tonto en Avignon / su calidad es conocida / por las Viejas piedras de Francia, / por las escuelas y los chicos / irrespetuosos de las granjas. / Pero si usted nace tonto en Chile / pronto lo harán embajador. Después seguía: Llámese usted tonto Mengano, / tonto Joaquín Fernández. Este Joaquín Fernández era uno de sus antecesores en el cargo.
¿Sabes le dije, y se lo dije con un fundamento real que otro embajador arrendó un departamento para no tener que vivir en la Motte-Picquet?
¿Quién? pregunté.
Joaquín Fernández.
¡Quiere decir que no era tan tonto! exclamé de inmediato Neruda.
Jorge Edwards, Adiós, Poeta. Tusquets Editores, 1990
Con su enfermedad a cuestas y con su escasa afición a muchos aspectos de su trabajo, Neruda era un embajador más preocupado y más competente en las cosas esenciales de lo que podría pensarse. A veces me llamaba a las siete de la mañana a mi departamento de la Rue de Passy, en horas en que yo estaba metido a fondo en mi testimonio cubano, para recordarme algún asunto pendiente, algún detalle del programa de una visita oficial, algún problema de protocolo.
Jorge Edwards, Adiós, Poeta. Tusquets Editores, 1990
Elsa Triolet había muerto un poco antes que nos instaláramos a comienzos de 1971 en París. Aragon, el Aragon viudo , que se diferenciaría cada día más del Aragon anterior, el poeta militante, monógamo ascético, de Les Yeux d'Elsa, sería uno de los personajes que más frecuentaría la avenida de la Motte-Picquet. Pablo y su traductor al francés, Jean Marcenac, siempre hablaban de Louis con una mezcla de curiosidad, de admiración, de respeto indudable, y, a la vez, de ligera ironía. El Coronel, solía decir Marcenac, y comentaban largamente, él y Pablo, sus cosas, sus crecientes extravagancias, que contradecían todo un pasado y una imagen públicade intelectual comunista perfecto.
Jorge Edwards, Adiós, Poeta. Tusquets Editores, 1990

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