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Colombia. Éxito formal, tragedia y engaño real

OPINIÓN de Manuel Humberto Restrepo Domínguez.- El concepto de democracia no ha cambiado, pero si sus enunciados, sentidos, significados y modos de acción. La democracia moderna y difusa que impera en Colombia, tiene un mojón de inicio con el holocausto del palacio de justicia, bañado con la sangre sintetizada en la frase del general Plazas Vega de “…Defendiendo la democracia maestro”, mientras tanques, bombardeos, asesinatos y desapariciones entraban a hacer parte del nuevo equipamiento usado por elites y mafias para completar la toma del control de aparato de estado y combinar legalmente todas las formas de lucha eliminado la política y la democracia real y posicionar la democracia meramente formal.

Impusieron el imaginario de que elecciones y democracia son lo mismo sin atender al contexto de desigualdad, intolerancia y exclusión. A través de elecciones reforzaron el control casi feudal de los cargos y ocuparon cargos para acceder al poder y ejercieron el poder para extender su poder cerrando el círculo de la democracia real, entre libres e iguales. Desde entonces han usado la ley para violar la ley, y es quizá el país con mayor número de normas en todo el continente americano pero a la vez el mejor representante de la impunidad y la injusticia. La legitimidad desapareció del lenguaje oficial y cotidiano, y en su lugar se impuso el resultado electoral final sin mediación colectiva de sus procedimientos anteriores, como quedó demostrado con la consagración de “la legalidad” del cambio constitucional del régimen Uribe atravesado por actuaciones de ilegalidad, trampas, cohechos y silencios provocados por la política de terror.

En esta democracia han estado al orden del día, -sin tregua ni pausa-, los asesinatos extrajudiciales y los montajes judiciales, como practicas aberrantes de eliminación de la política de las minorías que valida a la democracia real, igual que las desapariciones forzadas que producen números exorbitantes, incontables, inconfesables, impensables en los que han participado de manera directa o indirecta los mismos responsables que hoy buscan el voto de sus víctimas, disfrazados con sonrisas elaboradas y frases sin contenido que adornan sus invitaciones en un momento crucial en el que la paz es el centro de la agenda del interés nacional colectivo y de los elegidos dependerá en buena medida que no se vuelvan a usar las armas como herramienta de lucha política. La democracia real tiene hondas heridas que no pueden ser sanadas por la democracia formal de los mismos victimarios que después de celebrar la muerte de los otros o la desviación de los recursos públicos hacia sus cofradías piden sin vergüenza los votos de sus dolientes.

Vienen por votos dicen los campesinos y los mineros, los pescadores y los corteros, los obreros y los estudiantes, los indios y los afro, cuando el desfile de vehículos blindados asoma por polvorientas carreteras. Van en busca de los mismos excluidos a los que ayer les enviaron el Smad para acallarlos cuando pedían atención a sus problemas y necesidades. Esa es nuestra democracia, repleta de indicadores de éxito en su formalidad y de tragedia y engaño en su realidad. Los votos no traducen el dolor humano, lo distraen antes del nuevo engaño y dejan ver el trato desigual a unos humanos que son llamados a votar como si fueran cosas, como instrumentos, como medios o simples mercancías de la que se puede prescindir eso si después que voten.

Viene el momento final de una transparencia incolora, amarga, es el día electoral en el que se desvanece totalmente la política y la democracia se disuelve en tarjetones para hacer aparecer que votos son democracia, por supuesto sin democracia real. Los procesos electorales hace tiempo suplantaron la democracia, la tienen secuestrada y se han encargado de impedir el debate político, el dialogo, las ideas. Miles de candidatos se postulan casi de forma personal para ocupar cargos de elección y autorepresentar a sus empresas electorales, invierten, consiguen socios y reciben avales de las elites, a quienes basta declararles lealtad y compromiso con garantizarles desde el lugar que ocupen que el camino trazado por ellos no estará en peligro, basta estar dispuestos a entrar en la logia del poder bipartidista reinante bajo una fórmula de la fragmentación.

Los candidatos siguen la tradición patriarcal, varones y propietarios y poco dicen por fuera del libreto, no tratan de los temas políticos ni sociales, ni culturales de las regiones que esperan gobernar, no dicen nada de minería, aguas, tierras y riquezas entregadas a trasnacionales dedicadas al despojo sin reglas ni control que ofrecen trabajo precario casi en esclavitud a los llamados a votar, no tratan de las consecuencias catastróficas que van dejando los TLC, no mencionan sus posibles acciones contra las estructuras y alianzas paramilitares en sus territorios, evitan hablar de los acuerdos de paz en curso y de los compromisos a cumplir, no tratan de las plantas de personal de las instituciones ni de las garantías del derecho al trabajo, omiten hablar de la reconstrucción colectiva de la convivencia de una sociedad intervenida por las mafias. Educación, salud, alimentos, trabajo, políticas publicas construidas entre mayorías y minorías son adjetivos del slogan, priman los lemas con frases de cajón e imágenes prefabricadas por expertos que diseñan las poses y sobre todo las miradas y las manos buscando imitar al mesías, al salvador.

A pocos candidatos les importa la democracia o los principios, para la mayoría negocios son negocios, algunos fueron candidatos de A y ahora son de B aunque sean opuestos, solo quieren ganar para mantener el negocio, los cargos, el poder y la lealtad al destino trazado por las elites. A esta democracia no hay que mirarla a cien metros de las urnas, donde todo es observable, puro, respetuoso, festivo, hay que mirarla en la distancia, de para atrás, en sus procesos y no solo en los hechos finales, ella empieza antes de los cien metros finales, hay que buscarla entre las alianzas que imponen candidatos, allí donde sus conceptos y enunciados son negados, allí donde se ofrecen dadivas a cambio de votos y se cuenta a las gentes humildes como si fueran cabezas de ganado o se les empuja con un fusil o se abusa de sus necesidades y debilidades. La democracia real esta también allí donde los humillados y ultrajados resultan aptos para votar pero no para ser tratados con respeto por su dignidad, como iguales y diferentes, autónomos y libres.

¡¡¡Que ganen los honestos aunque sean pocos, los que aun se avergüenzan aunque parezcan débiles, los que aun tienen ética y principios aunque haya que salir a buscarlos con linterna!!!




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