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Para seguir siendo humanos en un mundo irrespirable -y quizá llegar a despertar

Por Jorge Riechmann.-

Para seguir siendo humanos en un mundo irrespirable
-y quizá llegar a despertar

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“Tras el vivir y el soñar”, escribió Antonio Machado en uno de sus PROVERBIOS Y CANTARES, “está lo que más importa: despertar”.

Despertar. Una conciencia atenta, vigilante; un esfuerzo consciente por despegarse de la hipnosis que han programado para nosotros.

Despertar, en dos dimensiones. Hablaba Juan Ramón Jiménez –en el prologuillo a Tiempo[1]— de dos profundidades: una “vertical al cenit y al nadir” que correspondería a la escritura que él intentó en el poema en prosa Espacio, y otra “horizontal, a los cuatro sinfines” que asociaba con el “memorial largo de prosa” que es Tiempo. Esta caracterización de las dos dimensiones, horizontal y vertical, de la poesía, podemos aproximarla a los empeños de Roberto Juarroz.

Poesía vertical, decía Juarroz: podemos entenderla como esa dimensión que traza la línea directa entre el corazón y la estrella, la palabra que indaga en el revés del mundo; pero también resulta imprescindible la otra dimensión, esa poesía horizontal que se sabe compañera de todo lo existente, esa palabra que da testimonio de lo que pasa en el mundo.[2]

Es posible despertar, es menester despertar en cada una de esas dos dimensiones poéticas. En el caso de la poesía horizontal, ese despertar quiere decir conciencia crítica, memoria histórica, desconsuelo ante las derrotas sin complacencia en ellas, herramientas para la des-alienación, interrogación al lenguaje muerto. En el caso de la poesía vertical, despertar es extrañamiento, procedimientos de des-automatización, indagación en la cara oculta, silencio, compromiso con la verdad. En cada una de esas dos dimensiones, lo que más importa, como decía Antonio Machado, es despertar. Una poética de la conciencia crítica anudada a una poética de la extrañeza: poesía para despertar.

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La “poética de los seres normales” que han propuesto algunos colegas españoles durante estos lustros últimos sólo podría tener sentido en un mundo pos-revolucionario (¿y entonces?). En nuestro mundo de hoy, en este mundo donde campea por sus respetos el principio de muerte –travestido a menudo en su contrario–, hablar de “normalidad” equivale casi siempre a dar el sí y amén a una realidad monstruosa. Hay que recordar las palabras de Arnold Hauser que el colectivo español Alicia Bajo Cero situaba al comienzo de su ensayo Poesía y poder: “El criterio de la fecundidad de un arte comprometido no estriba en la solución de crisis y conflictos, sino en combatir la ilusión de que, en medio de los peligros y bajo el signo de la catástrofe, todavía se sigue viviendo en un mundo sin peligro alguno”.

(Me corrijo enseguida: después de una revolución, el mundo no sería “pos-revolucionario” en el sentido enfático de arriba: la verdad y la justicia aún tendrían que ser perseguidas, las controversias sobre lo bueno y lo bello continuarían, etc. Se puede aspirar a quitar al principio de muerte del puesto de mando, pero no a ninguna perfección en los asuntos humanos.)

Frente a la poética de la normalidad, una poética de la extrañeza, bajo el alto patrocinio de Heráclito: el sol es nuevo cada día. O la vecindad de Rilke, que proponía atenerse a la mirada del niño hacia lo extraño…[3]

En este mundo, con este nivel de aberrantes injusticias, desigualdades y atrocidades, insistir en el carácter de normalidad de las cosas es algo rayano en el fascismo. Manuel Sacristán lo dijo con la rotundidad necesaria: “Una cosa es la realidad y otra la mierda, que es sólo una parte de la realidad, compuesta, precisamente, por los que aceptan la realidad moralmente, no sólo intelectualmente”. [4]

Poesía: “todo es cuestión de abrir o cerrar”, sabía Juan Ramón Jiménez.[5]

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En Occidente vivimos una situación que podríamos calificar de “inmoralidad estructural”, que corrompe sin tregua nuestra vida ética, artística, intelectual. Tres dimensiones de esa situación:
El abismo de desigualdad Norte/ Sur (incluyendo los minoritarios Nortes dentro de las sociedades del Sur): seres humanos de primera y de tercera categoría. Unapartheid planetario, en beneficio de los menos.
Vivimos como si fuésemos la última generación que habita un planeta de usar y tirar: après nous le déluge, después de nosotros el diluvio, podríamos decir parafraseando al monarca francés.
Un discurso de derechos humanos y valores universales y desarrollo sostenible, sistemáticamente contradicho por nuestra práctica.

¿Qué conciencia aguanta este vaivén continuo entre el chorro de agua casi hirviendo y la ducha fría? La analogía sería una sociedad esclavista que hubiera perdido por completo la fe en sus propios valores esclavistas, y defendiese –verbalmente— valores abolicionistas, al mismo tiempo que siguiese haciendo girar toda su vida económico-social sobre el esclavismo.

Así, el cinismo se convierte en la endémica enfermedad profesional de nuestros intelectuales y artistas…

En semejante situación, conjugar valores éticos (de liberación humana, de justicia ecológica) y valores estéticos (de belleza, de indagación existencial) se convierte casi en un acto de heroísmo; y esto es desastroso. Desastroso el país que necesita de héroes, nos avisaba Bertolt Brecht hace ya tantos años…

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¿Cómo plantear, de manera sencilla, la peliaguda cuestión de la responsabilidad cívica del escritor? Acaso de la forma siguiente: aunque a veces decir puede ser una forma de hacer (y sumamente poderosa), también hay muchas ocasiones en que decir es sólo una forma de hurtarse, de esquivar, de confundir, de huir. Y existen otras formas de hacer a las que ningún decir puede reemplazar: praxis.

La distancia que media entre la palabra desencarnada y la palabra con un cuerpo detrás. De lo que digo respondo con mi persona.

Por otra parte: los seres humanos pueden mentir, las palabras no pueden. (Cualquier texto puede leerse como si uno lo viviese intensa e íntimamente, asumiéndolo con toda la convicción y fuerza que nos habita, cuando el lector o lectora es un declamador experimentado. La pasión por las ideas puede fingirse, igual que el orgasmo. Desconfiemos de la declamación.)

“La responsabilidad de los intelectuales” –escribió una vez Noam Chomsky—“consiste en decir la verdad y en denunciar la mentira”.

Las palabras no bastan. A partir de aquí, hay quien decide endurecer sus palabras bañándolas en odio; y hay quien decide actuar –sin olvidar la tibieza y la dulzura.

Tarea del intelectual: no mirar hacia otro lado. O sea, mirar ahí. [6]

Ser intelectual es saber leer.

Ser poeta es saber escuchar.

Preguntar si un poeta tiene que ocuparse de cuestiones ético-políticas (dicho de manera más simple: si tiene que tratar, en sus obras, acerca del mal y de la justicia) es como preguntar si un elefante tiene que usar la trompa. Habría que devolver la pregunta a quienes la formulan: ¿por qué pensáis que los elefantes no deben usar sus trompas?

5

Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda trataban de escapar de definiciones demasiado sofocantes. “Cuando el debate de la poesía se estrecha, cuando las opciones parecen contraponerse, y chocar a ciegas, me acuerdo muchas veces de lo que decía Luis Cernuda de que la poesía no es ni esto ni aquello”.[7] Ni esto ni aquello: es verdad que, en cuanto intentamos ensayar una definición, la poesía nos sorprende rebasándola siempre.

Singularidad de la poesía dentro de la república de las artes: la dimensión de la belleza se cruza con la dimensión del significado. De ahí su específica potencia de “totalidad”.

Se puede plantear la disyuntiva entre vida y literatura; pero no una disyuntiva entre vida y poesía.

No escribimos para la historia de la literatura: escribimos para los ojos helados y las trémulas manos de la mujer, del hombre.

6

Gloria Fuertes en Garra de la guerra: “Con el dinero que consiguieron/ los americanos del maíz híbrido,/ pudieron sufragar la bomba atómica.// Diréis que esto no es poesía./ (Estoy de acuerdo.)”

La autora está de acuerdo. Quizá ha interiorizado los exigentes criterios de Juan Ramón Jiménez –en la conferencia “Poesía y literatura”, por ejemplo– para distinguir la poesía de la literatura, y reconoce que estos versos quedan más del lado de la segunda, que de la primera. (Básicamente, recordemos, se trata de que la literatura dice lo decible y la poesía dice lo indecible o inefable.)[8] Bien hasta ahí.

Pero yo añadiría además que (A) es literatura necesaria, veraz, auxiliadora: tiene sentido escribirla y tiene sentido leerla y –si se me apura—hasta tiene sentido pintarla sobre las paredes. Y (B) está bien situarla cerca de la “alta” poesía, o de la poesía en estricto sentido juanramoniano, para que de esa forma las virtudes y carencias de cada una de las formas de escritura se muestren por contraste.

Hay en efecto poemas que son preguntas sin fin hacia lo abierto; pero también poemas (o textos literarios cercanos a poemas, si nos ponemos juanramonianos ortodoxos) que son testimonio de lo que nos pasa. Creo que ambas laderas son necesarias. (Ya empleé antes la distinción poesía vertical/ poesía horizontal para referirme a esto mismo.)

Se podría hablar, también, de poesía de indagación y poesía de testimonio. Pero en los momentos mejores de estas dos vertientes, debemos hablar sencillamente de poesía: la que está ahí, en plena intersección de lo vertical y lo horizontal.

7

Toda la literatura es comprometida, decía Pablo Neruda. Toda la poesía es social.

Entre los equívocos que rodean la poesía social: unos piensan en el “sujeto” de esta poesía como un ser manipulado y pasivo, receptor de propaganda; otros como una ciudadana o ciudadano crítico, activo conformador de su destino.

Todo se podría aclarar bastante, en casos como éste, con un recurso muy útil: el desplazamiento. Por ejemplo gracias a una traducción incorrecta: “compromiso” se dice en italiano impegno, que podemos “retraducir” al castellano como empeño. Empeño quiere decir para mí, hoy y aquí: no mentir y no aumentar el sufrimiento del otro.

Escribió Ingeborg Bachmann que “la tarea del poeta consiste en no negar el dolor”, y Theodor W. Adorno que “dejar hablar al sufrimiento es el principio de toda verdad”. Nos quedaremos con la síntesis de esas dos sentencias como lo más cerca que pueden situarse poesía y filosofía.

Di lo que no te dejan decir es un primer momento de poesía política, relativamente superficial. Di lo que no te dejas decir va más lejos. Di lo que no sabes decir es un tercer momento, quizá el más profundo.

8

En la histérica exigencia de inteligibilidad por parte de los poetas llamados en España “de la experiencia” hay un error de base: el mundo no es ni podrá ser completamente transparente. En el lenguaje, en la vida social, en el corazón humano hay zonas de opacidad, lagunas de sombra. La ambigüedad, el inconsciente, la contingencia, el azar, la imprevisibilidad son componentes de la vida humana que ni siquiera deberíamos desear eliminar. En el fondo, ese requerimiento de inteligibilidad total es miedo a la libertad. (Y el miedo a la libertad es también, más pronto que tarde, miedo a la responsabilidad.)

Lezama Lima –ese altísimo poeta que hizo su lema de la frase Ah oscuridad, mi luz— sobre poesía clara y poesía oscura: “Lo claro y lo oscuro poco importan en verdad. Lo que cuenta es el reverso enigmático de lo lejano y lo cercano a lo que Pascal hizo referencia. (…) Si la poesía es de superficie, ¿qué le queda al lector? Si en un poema todo lo dice el poeta que escribe ese poema, ¿qué quedará entonces al lector que es el otro autor del poema?” [9]

Esta concepción de la coautoría o coproducción, a riesgo de ocasionales oscuridades, es en realidad mucho más profundamente democrática que la “antielitista” exigencia de inteligibilidad a toda costa.

9

En Santiago de Chile, el 11 de septiembre de 1973, se inauguraba una fase histórica aciaga dentro de la cual aún nos encontramos: la fase neoliberal del capitalismo. Qué les podría contar a ustedes sobre Augusto Pinochet, sus generales, sus torturadores, sus desaparecedores y aquellos economistas gringos llamados los Chicago boys.

Durante cuatro terribles decenios no hemos dejado de avanzar hacia la dictadura global del gran capital -estructurado en empresas transnacionales (los últimos episodios se llaman sometimiento del gobierno griego de Syriza, gran canal transoceánico a través de Nicaragua, TTP o TTIP). “Aumentar la competitividad y agregar valor”, reza el mantra de los descreadores del mundo. La reducción de lo humano a relaciones mercantiles es un fenómeno criminal al que habría que llamar antropocidio. Alguien dijo con razón que el neoliberalismo ha supuesto sin duda un gran fracaso económico y ecológico… pero todo un éxito político y cultural.

Vivir como si fuésemos la última generación sobre la Tierra: eso el capitalismo lo considera prosperidad y progreso. La cadena de catástrofes que se avecina es inenarrable, nos advertía Nicanor Parra en 1990. Eso era hace un cuarto de siglo, cuando aún se hubiera podido cambiar de rumbo… “Matar al otro, destruir la naturaleza, son formas de suicidio. Asesinato es suicidio” (Franz Hinkelammert).

“La historia es una pesadilla de la que quiero despertar” (Jorge Luis Borges recordó a James Joyce, discurseando sobre budismo). Buda –y todas las demás sabidurías de la “Era Axial”- nos intima a despertar… Lo mismo Kant –y todas las demás Ilustraciones-: madurar, llegar a la edad adulta. ¿Seremos como sociedad capaces de ello? Hemos caminado a través de la historia como sonámbulos (sleepwalkers – Langdon Winner). ¿Llegaremos a alguna clase de despertar colectivo?

Les recuerdo de nuevo la copla de Antonio Machado que evoqué al comienzo de este discurso: “Tras el vivir y el soñar/ está lo que más importa:/ despertar”. Podríamos, podemos despertar. Pero ya no nos queda mucho tiempo… La destructividad del Juggernaut ha crecido tanto que superarlo se ha convertido, ya a corto plazo, en cuestión de vida o muerte.

Hace poco me preguntaban, por enésima vez, si la poesía puede algo frente al capitalismo. La poesía y el arte no pueden casi nada: pero ese casi nada es esencial no dejar de intentarlo. Lo humanamente decisivo no se juega entre el cero y el infinito, sino entre poco y nada. “La poesía es necesaria para que el ser humano siga siendo humano en un mundo irrespirable”, nos dejó dicho Gonzalo Rojas.

Cantar, nombrar, cantar, celebrar, cantar, llorar, cantar, soñar, cantar.


[1] JRJ, Tiempo, edición de Mercedes Julià, Seix y Barral, Barcelona 2001, p. 71.
[2] Véase Jorge Riechmann, “En el revés del mundo crece el cosmos”, en Resistencia de materiales, Debate, Madrid 2003.
[3] Carta a Franz Xaver Kappus desde Roma, 23 de diciembre de 1903; en Rainer Maria Rilke, Teoría poética, ed. de Federico Bermúdez Cañete, Júcar, Madrid 1987, p. 47.
[4] Manuel Sacristán: M.A.R.X. (Máximas, aforismos y reflexiones con algunas variables libres), edición de Salvador López Arnal, Los Libros del Viejo Topo, Barcelona 2003, sección I, aforismo 16.
[5] Prólogo a ESPACIO, en Lírica de una Atlántida, Galaxia Gutenberg, Barcelona 1999, p. 95.
[6]El papel de los intelectuales en nuestras sociedades pragmáticas, según Ryszard Kapuscinski: “Los intelectuales son los constructores de la cultura. Y entre todas las decepciones que ha traído el siglo XX, no son sino las culturas de todos y cada uno de los pueblos lo que ha sobrevivido cual cimiento inamovible en medio de las ruinas y los escombros de los Estados y las ideologías.

El papel de los intelectuales también consistirá en no quitar ojo a los medios de comunicación, en mostrar una especial sensibilidad hacia sus posibles manipulaciones, en vigilar cómo los medios seleccionan y presentan la información. Su importante papel consistirá en hablar de aquello de lo que no se habla, en subrayar lo que se margina, en llamar la atención sobre aquellos aspectos de la realidad que no tienen ninguna posibilidad de convertirse en temas estrella de producciones cinematográficas destinadas al consumo de masas, sobre aquellos problemas que ni con calzador se pueden meter en el estrecho marco de la pantalla del televisor.” Ryszard Kapuscinski, Lapidarium IV, Anagrama, Barcelona 2003, p. 25.

[7] Luis Muñoz en Luis Antonio de Villena, La lógica de Orfeo (antología), Visor, Madrid 2003, p. 94. Por otro lado, Cernuda tomó quizá la idea de Juan Ramón: “La poesía no es así ni asá; es de todas maneras, se encuentra en todas partes y cada uno puede espresarla de un modo infinitamente distinto de los demás. No hay que definirla más que aspectos” (Juan Ramón Jiménez, Y para recordar por qué he venido, edición de Francisco Javier Blasco, Pre-Textos, Valencia 1990, p. 120).
[8]“Poesía escrita me parece, me sigue pareciendo siempre, que es espresión (como la musical, etc.) de lo inefable, de lo que no se puede decir –perdón por la redundancia–, de un imposible. Literatura, la espresión de lo fable, de lo que se puede espresar, algo posible.”Juan Ramón Jiménez, “Poesía y literatura”, en Política poética, ed. de Germán Bleiberg, Alianza, Madrid 1982, p. 82.
[9] “Asedio a Lezama Lima” (entrevista a Lezama por Ciro Bianchi Ross); publicada primero en Quimera 30 (abril de 1983), ahora en El Signo del Gorrión 22, otoño 2001, p. 58.
*Intervención en la sesión inaugural del III Congreso Internacional de Poesía “El poema más allá del poema: Enseñar, estudiar y hacer poesía en el siglo XXI” (Proyecto Chile mira a sus poetas), Santiago de Chile y otras ciudades, 27 a 30 de octubre de 2015. tratarde.org





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