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El horizonte del incierto mal menor

Sorpresa por los resultados electorales en Argentina

OPINIÓN de Emilio Cafassi.- Argentina despertó el lunes en un gris amanecer y con perspectivas de nubarrones más densos aún de lo previsto, velando el horizonte. Al echar a andar el día, fue tropezando con los restos de cotillón que dejó una fiesta derechista exponencialmente exultada por su propia sorpresa, ya que superó el techo de captura de votos que hasta sus propios encuestadores le acercaban con cierto pluscálculo optimista a cambio de la captura de una no menos optimista e importante plusvalía. La alianza “Cambiemos” cosechó la mayor proporción de esa siembra copiosa del sistema político nacional llamada “indecisos”. Hipotetizo que la magnitud de este estrato social dubitativo (sólo considerable desde el punto de vista político electoral, en ningún caso sociológicamente) es directamente proporcional al nivel de similitud e identificación político-cultural entre las ofertas, para decirlo de un modo que refleje efectivamente la naturaleza mercantilizada de las opciones políticas y sus modos exclusivamente publicitarios y escénicos de seducción.

A una semana de la elección, la mayoría de las encuestadoras situaban a los indecisos en el orden del 15%, es decir, holgadamente por encima de la sumatoria de intención de votos de los 3 adversarios menores. Para ellas, la ponderación distribuida de ese segmento daba a grandes rasgos un 40% al oficialista “Frente para la Victoria” (FPV), 30% a Cambiemos, 20% al “UNA” y un 10% al resto, incluyendo los votos en blanco y anulados. En otros términos, que el oficialismo no estaba muy lejos de ganar en primera vuelta ya que para la legislación electoral argentina si la primera minoría supera por un voto el 40% y obtiene sobre la segunda un 10% o más de diferencia, queda consagrada en el poder ejecutivo sin necesidad de celebrar un ballotage. Finalmente el resultado fue del 36,86% para el FPV, 34,33% para Cambiemos, 21,34% de UNA, mientras el “FIT” obtuvo el 3,27%, “Progresistas” 2,56% y “Compromiso Federal” 1,67% (mientras hubo 2,36% en blanco y 0,8% de anulados e impugnados, que no integran la contabilidad para la decisión del ballotage). A los dos candidatos que confrontarán en el ballotage, Scioli y Macri, los separa por tanto una diferencia del 2,53%.

Si bien el caudal electoral de casi todos fue superior respecto a las primarias obligatorias, cosa explicable porque el nivel de abstencionismo fue inferior en un 5% (precisamente lo que crece Cambiemos), las únicas fuerzas que incrementaron sus proporciones fueron las dos opositoras mayoritarias y Cambiemos en particular, de manera explosiva. Scioli cayó desde el 38,41%, el FIT desde el 3,31%, Progresistas desde el 3,51% y C. Federal desde el 2,11%. Inversamente, UNA creció muy poco desde el 20,63% (un 3,44%) pero Macri, lo hizo desde el 30,07%, es decir que creció un 14,16%, lo que refleja casi un 5% del total del electorado. Impactante avance, para no mencionar aspectos más cualitativos y simbólicamente rutilantes como haber ganado la Provincia de Buenos Aires y muchísimos municipios populares controlados por décadas por los llamados “barones del conurbano”, mafias clientelistas cooptadas mayoritariamente por el oficialismo o por fracciones de él, últimamente fugadas a UNA, aunque varias de ellas retransfugadas a la opción mayoritaria (aunque resta saber por cuánto tiempo, según el resultado del ballotage).

En ausencia de programas -y si los hubiera, inclusive de compromiso alguno con ellos- las diferenciaciones resultan necesariamente deductivas utilizando para su ejercicio diversos insumos tales como las tradiciones políticas en las que se inscriben, las gestiones concretas en los ámbitos de ejercicio del poder, las alianzas y apoyos, etc. Aspectos que en la cultura política argentina están encubiertos por una gruesa capa de maquillaje, creando un campo fértil para el cultivo del segmento social que creo causante de la sorpresa sobre la que escribo aquí: los indecisos. En una sucesión de artículos recientes en este diario intenté dar cuenta de particularidades de esa cultura que logró enraizarse sólidamente en el régimen de gobierno (no muy diferente al de cualquier otro estado-nación capitalista moderno) y trepar por sus bifurcaciones y alternativas como una hiedra monocromática, tapicera y uniformante. No volveré sobre esas teorizaciones, sino sólo señalar aquí que la simulación, la “borocotización” y la extimización política, junto a la virtual desaparición del sistema de partidos, facilita la indiferenciación entre alternativas políticas y ésta última la indiferencia ciudadana.

La casi totalidad de mis amigos simpatizantes del oficialismo, con los que además de los afectos me unen algunas importantes valoraciones puntuales de la etapa kirchnerista (aunque no así el balance de conjunto), atribuyen esta resultante a las limitaciones –inocultables, digamos de paso- de Scioli como candidato. Como si estas carencias del postulante fueran ajenas a las de la fuerza que lo candidatea y más detenidamente aún a su arquitectura organizativa. Para ponerlo sintéticamente, según esta interpretación endógena dominante, sería Cristina la que se equivocó al elegir a su sucesor (recordemos que pidió a todos un “baño de humildad” y ungió a Scioli ordenando a sus eventuales competidores retirar su postulaciones a las primarias) de forma tal que, si hubiera elegido bien y se hubiera ganado en primera vuelta, no habría nada que cuestionar sobre el modo de construir la continuidad del “modelo”, tal como lo autodenominan. Un modo que a la vez es el que siempre rige para la toma de todas las decisiones cardinales de la política nacional. En algún círculo familiar, de amigos íntimos o vaya a saberse de qué tipo, pueden pergeñarse desde ampliaciones de los derechos sociales como la ley de matrimonio igualitario o la asignación universal por hijo, o restringirse como con el veto a la ley del 82% móvil para los jubilados o a la prohibición de explotación de los glaciares, por tomar sólo algunos ejemplos. Ni siquiera hay reuniones de gabinete. El rumbo depende de cómo se levante cada día quien toma las decisiones, presumiblemente la presidenta, y cómo evalúa las mismas en función de su autoreproducción en el poder. Más de una vez he relatado anécdotas en las que ministros o secretarios se enteran por la prensa de decisiones en su área o de su salida o ratificación en sus cargos. Si a consecuencia del régimen liberal-fiduciario, la profesionalización de los representantes y su irresponsabilidad jurídica y mandataria para con sus representados expropian potencias decisionales de la ciudadanía, qué puede concluirse cuando hasta ellos son sustituidos por un círculo áulico familiar o amiguista. La despolitización no podría ser más plena. El FPV no es un partido ni un movimiento, sino una asociación piramidal sumamente empinada cuya base está conformada por empleados del Estado agraciados por una privilegiada relación con algún dirigente o puntero que los sostiene y una red de “clientes” temerosos de perder alguna prebenda discrecional. Su único rol “militante” es la asistencia y el aplauso, nunca la discusión, la elaboración o el cuestionamiento.

Sin embargo esta lógica no es prerrogativa exclusiva del oficialismo. Las principales fuerzas políticas están estructuradas de modo casi idéntico, razón por la cual caracterizo de este modo a la cultura política en general. Pero no se sigue de aquí que el ejercicio deductivo de diferenciación sea imposible ni menos aún inútil sino inversamente indispensable y hasta dramático. Los dos candidatos que se enfrentarán en el ballotage vienen encabezando los dos mayores distritos del país: la capital y la provincia. Comparten la característica de haber tenido gestiones penosas en cada una de las áreas a las que dicen otorgarle prioridad, como educación, salud o seguridad. Ambas gestiones están plagadas de procesos por corrupción y apelaron frecuentemente al veto de leyes aprobadas por sus legislaturas locales. No obstante, no es idéntica la base social que tienden a representar ni menos aún las alianzas sobre las que reposan sus candidaturas, por lo que ésta es la variable que debe ponderarse para el ballotage, justamente por aquello que en esa segunda vuelta se dirime.

El 22 de noviembre está en juego qué fuerza (además de qué sujeto) se queda con la totalidad de poder ejecutivo nacional, el principal y más concentrado de los poderes del Estado. Es, nada más ni menos, lo único a arbitrar a pesar de presentarse bajo la apariencia de dos nombres propios. Frente a esta disyuntiva no puede haber neutralidad alguna. El trotskista FIT, por ejemplo, o en su momento Zamora, llaman a votar en blanco, argumentando algo así como que ambos descargarán la crisis sobre el pueblo trabajador o más ampliamente que ambos son burgueses. Una verdadera imbecilidad que los ayuda a perpetuarse en la actual intrascendencia electoral. No hay dos personas iguales, ni tampoco organizaciones. Si ante la indudable similitud -aunque nunca plena igualdad- de los elegidos, la izquierda y el reformismo progresista sólo lograron algo más de un 5% en total, los problemas no hay que ir a buscarlos en aquellos lejanos y análogos triunfadores sino mirando mucho más hacia adentro.

Macri sostiene que la alternativa es entre el cambio y la continuidad. Una más de sus groseras manipulaciones ideológicas y slogans publicitarios. Pero la disyuntiva es, por el contrario, entre una segura regresión y la incertidumbre.

El rumbo será necesariamente fortuito.





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