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¿Qué es eso de la unidad nacional? A propósito de Brasil y nosotros

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Era viernes y estaba en Brasil. Tras dos días intensos de trabajo y de relaciones institucionales, participo en la mesa presidencial de un acto en el cual entregamos los certificados de un máster que durante año y medio hemos impartido desde la Universitat de València.

No ha sido, digamos, un máster convencional: los destinatarios han sido casi medio centenar de profesionales de una entidad oficial que cubre toda la República Federativa. El ambiente era de fiesta mayor. Además de los nuevos titulados, en el salón de actos había familiares y muchos responsables de diversos estados y también dirigentes nacionales de la institución de la que aquellos forman parte. Se trató de un acto extremadamente formal y, a la vez, emotivo. No todos los matriculados iniciales han logrado el éxito, el esfuerzo ha sido considerable, tanto más porque ha sido un curso semi presencial [desarrollado en Brasil, con una fase on line y, finalmente, con una estancia en Valencia] y han tenido que compatibilizarlo con sus obligaciones laborales en la institución con la que mi Universidad tiene firmado un convenio.

El conductor del acto, con voz de locutor de radio de vieja escuela, y con mucha formalidad, ha ido llamando a las seis personas que hemos constituido la mesa. Entre ellos mi colega y amigo que es el director del instituto de investigación al cual está adscrito el máster.

Con los responsables institucionales en el lugar asignado, el conductor anuncia desde el atril adjunto a la mesa que va a interpretarse el himno nacional. Mi amigo y yo, uno junto al otro, nos miramos un segundo, medio sorprendidos porque no habíamos previsto la situación. Aun así, sólo nos dura un suspiro el desconcierto, porque ya nos hemos visto en situación parecida en otros países de América Latina.

Los presentes, todos, absolutamente todos sin ninguna excepción ―cosa que puedo certificar desde mi lugar privilegiado de observación― cantan con devoción el himno nacional.

Todos con gran emoción, resulta evidente; algunos militarmente firmes, otros con la mano derecha en el corazón. Estoy presenciando, pienso, una clarísima expresión de aquello que podemos decir la unidad nacional. Qué extraña, lejana, ajena, me resulta esa comunión que observo.

Brasil es un país complejo, difícil, gigante por propia naturaleza como dice la letra de su himno y, además, desigual como pocos en el planeta. Durante los últimos días hemos trabajado sobre desarrollo sustentable, y en este contexto se ha hablado de territorios ―tanto al ámbito urbano como al rural― de extrema pobreza, con cifras escalofriantes de indicadores que configuran un IDH propio de países de entre los más pobres del planeta, y esto en un país que además de ser el líder indiscutible de la economía de la América Latina, es la segunda de todo el continente y la sexta del mundo por su PIB.

Actualmente, la situación económica no es tan favorable como lo ha sido durante la década pasada. La euforia que se vivía en el país ―un optimismo hiperbólico que comprobé en diversas ocasiones― hasta hace relativamente poco, se ha desvanecido completamente. Además, el problema principal en estos momentos es un problema de credibilidad, de legitimidad y de déficit de institucionalidad. Cómo hace unos días explicaba el politólogo Sergio Fausto, todo hace ver que el PT ha perdido la capacidad para liderar el proyecto de modernización y la aspiración que encarnó Lula da Silva de lograr un Brasil desarrollado, democrático y más justo. Paralelamente, añadía Fausto, nada permite concluir que el PSDB, que lideró durante años el presidente Fernando Henrique Cardoso, esté en condiciones de tomar el relevo.

Las dimensiones de la tragedia son grandes, y haría falta una gran alianza de actores políticos y sociales para volver a generar una expectativa de confianza en el futuro. A estas alturas, aun así, lo que podríamos decir la cosecha de líderes no es precisamente de las que hacen época, empezando por la propia presidenta Dilma Rousseff que ha perdido absolutamente toda credibilidad. Concluye Fausto que en el escenario actual, con el sistema de partidos desorganizado y con los movimientos sociales cooptados, la ciudadanía golpeada por la corrupción y la crisis, apenas puede confiar en las instituciones judiciales. Veremos cómo evoluciona la situación.

Todavía con el escenario latinoamericano enturbiado [las recientes elecciones argentinas, las próximas de Venezuela, la bajada de la actividad económica generalizada, etc.] Brasil es suficientemente grande y potente como para pensar que sus problemas más difíciles son los que tiene dentro de casa. De todo esto hemos hablado, claro, con los amigos y colegas estos días que hemos compartido mesa y descansos de las actividades académicas. La preocupación es evidente y absolutamente generalizada la incertidumbre respecto de cómo puede evolucionar la situación.

Hemos hablado también, claro, de Europa y de España, con tres temas centrales: las causas y los efectos de la matanza de París y los problemas europeos con los migrantes que acampan como pueden en sus fronteras; las próximas elecciones con el binomio de corrupción y desprestigio del presidente Rajoy, un descrédito que no conoce fronteras; y, también, una pregunta recurrente: ¿qué pasa en Cataluña?

Ante la necesidad evidente de potenciar la cohesión europea en momentos tan difíciles ―opina un buen amigo que ha vivido durante años en Barcelona― resulta sorprendente por anacrónica la idea de una secesión catalana que quedaría en tierra de nadie respecto de la Unión Europea. Apelo a la historia para intentar transmitirle aquello que creo que puedo explicar sobre lo que está pasando a estas alturas. Afirmo, como conclusión final, que en España no puede producirse nada que se asemeje a lo que hemos vivido en la noche del viernes con todo un auditorio de gente plural, con todas las diferencias ideológicas y partidarias que seguro allí se concentraban, unidos por una canción nacional común. Es imposible que aquí cantemos todos a una algo parecido a aquello de Terra adorada / Entre outras mil / És tu, Brasil, / Ó Pátria amada! / Dos filhos deste solo / És mãe gentil, / Pátria amada, / Brasil!

Cómo es posible, me preguntan. España es un gran país ―me dicen― envidiable por muchísimos motivos, y Europa es una referencia en todos los sentidos. No sé dar una respuesta concreta y corta como la ocasión exige. Seguramente ―apunto pobremente― es que la historia nos pesa mucho. Demasiado.




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