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El Pacto de los Montes. Tácticas, estrategias, fanfarrias y enterradores

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Hace muchos, muchos siglos que Esopo relataba en una de sus fábulas que unos montes emitían potentes señales como de parto, estruendos que a todos asustaron; el gran estrépito acabó de pronto y las montañas parieron un pequeño ratón. Desde entonces, la referencia al Parto de los Montes ha sido utilizada para describir aquellos acontecimientos que se anuncian como algo mucho más grandioso o extraordinario de lo que finalmente son.

La batalla por la investidura de Pedro Sánchez y por la formación de un gobierno razonable todavía no ha acabado, y hemos vivido una representación a bombo y platillo de la firma de un acuerdo entre los socialistas y Ciudadanos. Por lo visto y conocido hasta ahora, el tal acuerdo bien merece ser calificado como el Pacto de los Montes.

A pesar de que la ciudadanía debe mantener la calma porque queda mucha tela que cortar, habrá que reconocer que el triste espectáculo de estas semanas no invita, precisamente, a la esperanza. No concita optimismo, claro, cuanto menos, entre quienes consideran que el Partido Popular ha de pasar a la oposición para intentar regenerarse de la pandemia de corrupción que lo tiene postrado, y que Mariano Rajoy es un cadáver político que exige sepultura.

Con mucha trompetería se ha firmado ese pacto entre el PSOE y Ciudadanos; una alianza que suma tan sólo 130 diputados. Una cifra notablemente insuficiente para investir a Pedro Sánchez, así que no digamos para mantener un gobierno. Los dos líderes firmantes han hablado de un horizonte de reformas constitucionales con una ligereza que ha conseguido irritar a propios y extraños, habida cuenta que con los apoyos que entre ambos reúnen no hay absolutamente nada que se pueda reformar.

Puede decirse, por lo tanto, que tras dos meses de idas y venidas, de declaraciones altisonantes de unos y otros, de amenazas y descalificaciones, de retos y apuestas, de amagos y regates; con tanta algarabía, tanto tambor batiente, tantas líneas rojas por todas partes, tanto ruido mediático, los montes han parido un ratón.

Lo más preocupante no es, no obstante, que hayan pasado dos meses largos desde las elecciones; ni que la amenaza de nuevos comicios sea vista cada vez más como algo indeseable pero inevitable; ni que los diversos partidos se alternen en aparecer como caballeros altivos o como doncellas ofendidas, según les convenga; ni que no se atiendan los graves problemas que reclaman soluciones urgentes; ni que los firmantes del Pacto se mientan entre sí y mientan a los ciudadanos; ni que otras fuerzas convocadas a pactar se levanten airadas cuando ―en realidad― no les queda otra que aguantar en la mesa hasta el último minuto, hasta que la convocatoria de elecciones sea un hecho. No, lo más preocupante es constatar que los grandes partidos están atenazados por el tacticismo resultante de una estrategia ―quizá― inconfesable.

La responsabilidad del PSOE es máxima, y lo es en tanto que el voto mayoritario de los ciudadanos ha evidenciado claramente el deseo de desplazar a Rajoy y al PP. Ese compromiso de los socialistas, junto con ser la fuerza política con más votos entre los opositores al austericidio autoritario del PP de la legislatura pasada, debiera obligarles a liderar ese cambio de orientación en la política española. Liderarlo pero desde la conciencia de que ya no son la gran fuerza de la izquierda, sino un partido más, que si hoy aventaja en unos pocos miles de votos a Podemos y sus aliados regionales eso puede cambiar en cosa de meses.

Sin embargo, no se sabe a ciencia cierta qué es lo que quiere el PSOE. Se especula si lo que pretende es un gobierno reformista ma non troppo presidido por él en tanto que minoría mayoritaria, o si el objetivo estratégico real [y por ahora inconfesable] es constituir una Gran Coalición con C’s y con “otro” Partido Popular sin Rajoy [y con otro secretario general que no sea Sánchez]. Incluso, como escribía el otro día García-Abadillo, pudiera ser que el objetivo final fuera un gobierno PSOE-C’s con independientes que contaran con la venia del PP.

Cuando decimos que no está claro qué es lo que el PSOE pretende, cuál es realmente su estrategia, habría que definir qué es el PSOE o, por lo menos, hacer explícitas cuántas corrientes distintas e incluso enfrentadas hay en el seno de ese partido. Sin duda esta es una de las razones de tantas tácticas ―incluso muy contradictorias― que persiguen objetivos parciales, menos esenciales que conseguir la investidura de Sánchez o la constitución de un gobierno. Cuándo sepamos el resultado de todo el proceso, cuando cristalice la verdadera estrategia del sector dominante del PSOE [que no es el de Pedro Sánchez, eso parece evidente], comprenderemos mejor las tácticas de ofensiva, las tácticas de repliegue, las medias verdades, los cuentos para niños que hoy por hoy transmiten desde la madrileña calle de Ferraz.

El Pacto de los Montes ha sido uno de esos cuentos infantiles, más allá de las fanfarrias, por lo que se dice, por lo que no se dice y por la distinta lectura que de él hacen los firmantes. La derogación de la reforma laboral o de la ley de seguridad ciudadana de Rajoy son dos cuestiones polémicas. Sánchez dice que sí se derogarán; Rivera dice que no, que se reformarán. La desaparición o no de las diputaciones es otro asunto que le da pintoresquismo al acuerdo firmado. Lo que sí está claro es que ambos partidos confirman enfáticamente la manoseada unidad de España y se oponen a cualquier consulta en Cataluña; es decir que están de acuerdo en no hacer nada, en que el asunto siga pudriéndose.

Llegados a este punto, las preguntas son muchas. ¿Cuál es la posición del Partido Socialista en torno a estos temas? Parece razonable que antes de negociar con nadie sobre algo debiera tener claro qué es lo que, como partido, querría. Tomemos el caso de las diputaciones, aunque sea un tema menor.

El anuncio de su supresión ha desatado movimientos sediciosos internos. Algunos presidentes de diputación han votado que no al acuerdo por eso. ¿De verdad? Un acuerdo anunciado por Sánchez con trompas wagnerianas, calificado de histórico, es rechazado por distinguidos dirigentes por el asunto [menor] de las diputaciones. Destacados barones no se pronuncian, y no dicen si han votado sí o no. ¿Están de broma? ¿Son estos momentos para menudencias de ese estilo? ¿Es ese comportamiento mezquino y falto de claridad el apropiado para un partido que aspira a liderar una nueva etapa de gobierno?

Por lo que hace al tema catalán, lo establecido en el Pacto de los Montes es que nada de nada. ¿De verdad esperan en Ferraz que el PSC vaya a elecciones con ese lastre? ¿Quieren hundirlo con esa pesada mochila, inaceptable en Cataluña, a la espalda?

Excepto que la estrategia de la corriente dominante del PSOE sea ir a una triple alianza con el PP [explícita o implícita] y C’s, las tácticas cambiantes vistas hasta ahora abocan no solo al fracaso de Sánchez, sino al suicidio del PSOE. Si el PSOE se apoya en el PP, ya sea de forma activa o pasiva, habrá sellado su fecha de defunción. Parece evidente que al PSOE le sobran patriotas de partido que pueden resultar a medio plazo los enterradores de la formación política.







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