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Colombia, 20 años después

OPINIÓN de Ileana Alamilla.- Atribulados como estamos con los acontecimientos nacionales que, cual reality show, seguimos por los medios cotidianamente, los guatemaltecos (as) continuamos mirándonos al ombligo y somos poco sensibles ante los sucesos internacionales.




Es así como el acontecimiento de relevancia continental producido esta semana con la firma del cese al fuego en el prolongado conflicto bélico colombiano ha sido poco destacado en los artículos de opinión. Con el ánimo de relacionar nuestra problemática nacional con este trascendental acontecimiento, comparto estos pensamientos.

El conflicto armado, de más de medio siglo de duración, finalizó el pasado jueves 23. La paz se firmó en Cuba, cuya revolución inspiró a toda la generación de líderes guerrilleros, entonces jóvenes, que intentaron asaltar el poder por la vía de las armas en varios países latinoamericanos, objetivo que sólo se alcanzó en Nicaragua.

La guerra se había convertido en Colombia en un mal endémico, cuya existencia se trocó en parte de la vida “normal” del país. En los últimos años, afectó básicamente a determinadas zonas rurales; los habitantes de los principales centros urbanos se enteraron por las noticias y no por vivencia directa.

La parte sucia del conflicto la hicieron, fundamentalmente, los “paramilitares”, actuando con cierta autonomía de las fuerzas armadas.

La guerrilla también ha sido señalada de violaciones a derechos humanos y de estar asociada a las actividades de cultivos ilícitos, muchos de ellos producidos en zonas en gran medida controladas por los rebeldes.

Finalmente, después de un poco más de tres años de negociaciones en La Habana, se cuenta con varios acuerdos de paz, algunos relacionados directamente con el fin del conflicto, la justicia transicional y la incorporación de los rebeldes a la legalidad, en términos sociales y políticos, y otros referidos a aspectos estructurales que subyacen como causas profundas del enfrentamiento, tal el caso del relacionado con la problemática agraria del país.

Se espera que en pocas semanas se firme la paz definitiva, ya en territorio colombiano.

Así, mientras Colombia alcanza la paz, en Guatemala estamos por conmemorar los 20 años de haber logrado este mismo propósito, relación que debe motivar una reflexión nacional sobre estos procesos.

La guerra colombiana fue la más prolongada de América Latina. La guatemalteca fue la segunda. La base campesina de ambos procesos revolucionarios es coincidente. Ambas sobrevivieron la caída del campo socialista que les propiciaba inspiración ideológica. Los acuerdos que permiten el fin del conflicto abordan aspectos relacionados con la finalización de la guerra, pero también relativos a causas estructurales e históricas subyacentes.

La paz colombiana llega después de importantes victorias del Estado sobre el crimen organizado vinculado con el narcotráfico, el cual significó hace algunos años un dramático flagelo para la sociedad, hasta que se derrotó a importantes capos de la droga. Se culmina el conflicto con un Estado fortalecido, basado en la existencia de un estado de Derecho, además, con indicadores socioeconómicos mucho mejores que los nuestros.

En Guatemala, afortunadamente la guerrilla no se vinculó a actividades relacionadas con cultivos ilícitos. Pero aquí, el crimen organizado y el narcotráfico han tenido su auge después de firmada la paz y la cooptación del Estado por poderes paralelos también se produjo durante las dos décadas posteriores.

Para nosotros, los chapines, la paz colombiana que despierta sentimientos de gran esperanza para ese país debería ser una motivación para reflexionar por qué los guatemaltecos (as) perdimos esa oportunidad para dar saltos cualitativos hacia el desarrollo nacional. Guatemala le sacó 20 años de ventaja a Colombia, pero los desperdiciamos.




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