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“Nosotros a lo nuestro”, el decepcionante y lamentable espectáculo político

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Es desesperante, irritante y triste ver cómo pasan los días, las semanas y sigue sin resolverse el galimatías político y partidario en España. Los líderes políticos parecen contagiados del Síndrome Rajoy, y han caído todos ellos en el regate corto, en el amagar y no dar, en el tacticismo de vuelo corto, en el dejar que el tiempo pudra los asuntos hasta que un movimiento final inesperado resuelva la situación a su favor.
Nada parece afectarles de lo que ocurre más allá de los cenáculos o de las cámaras televisivas, no hay proceso o acontecimiento, dentro o fuera de las fronteras peninsulares que les acelere el pulso y, con ello, el ansia por constituir un nuevo gobierno que afronte los problemas reales de la gente.

Ni la vergüenza de lo que ocurre en la frontera sur europea con los refugiados, ni las complicaciones por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, ni los centenares de muertos de Bagdad cada semana, ni el infierno de Siria, ni los atentados terroristas como el reciente de Niza que es un duro golpe más para Francia, ni el intento de golpe de Estado en Turquía, ni las amenazas de sanción de Bruselas a España que obligarán a más recortes, ni la desigualdad galopante que vivimos, ni la caída en picado del remanente para el pago de las pensiones, ni la urgencia de emprender cambios en el marco constitucional, ni la perentoriedad de modificar el corpus legislativo que el Partido Popular impuso a golpes de su mayoría absoluta como sustento de su política austericida, a las órdenes del eje Bruselas-Berlín. Ni todo junto. Nada parece ser urgente.

Nada parece tener el calado suficiente como para que esos líderes y sus equipos dialoguen, negocien y, en su caso, acuerden cómo salir de este embrollo. Hoy por hoy es Rajoy quien debe llevar la voz cantante, y si él no consigue recabar los apoyos suficientes para ser investido, será el turno de Pedro Sánchez. En cualquier caso, sea el uno sea el otro, es la hora de que convocados por Rajoy o por Sánchez se sienten a una mesa dos o más líderes políticos y no se levanten hasta tener ultimado un pacto de investidura y, si es posible, otro de legislatura. Ante los problemas de todo orden y magnitud que nos afectan, esos cuatro líderes políticos debieran evitar trasladar a la ciudadanía que están de espaldas a ella, y que practican el nosotros a lo nuestro.

Destaca sobremanera la incapacidad manifiesta de los dos grandes partidos, PP y PSOE, para salirse de la dinámica y la cultura del bipartidismo casi total ̶con el permiso de los nacionalistas vascos y catalanes- en el que han vivido durante décadas. La realidad está cada vez más clara: los dos grandes partidos sistémicos no saben ̶ni parece que quieran- entrar en la realidad de pactos y negociación que el mapa parlamentario exige.

El PP pretende, sin complejos de ningún tipo, con una insolencia y un desparpajo que provoca vergüenza ajena, que su histórico adversario principal le brinde su apoyo por acción u omisión. Esta posición, que desafía la lógica política más elemental, no ha encontrado una respuesta suficientemente elaborada y contundente por parte del PSOE, y este partido se encuentra sometido al fuego graneado tanto de los de Rajoy como de Ciudadanos y, por motivos distintos, de Podemos.

Particularmente desdichado es el papel que está jugando Pedro Sánchez, quien se enfrenta a la situación con una mano atada a la espalda. La que le han inmovilizado sus propios correligionarios meridionales, que tienen prisa y no disimulan por apartarlo de la secretaría general del partido.

Todo el mundo acosa a Sánchez. Desde los medios de comunicación más potentes a los grandes intereses empresariales y financieros, españoles y europeos. Todos le piden altura de miras, sensatez, patriotismo. Todos le urgen a permitir o participar para que Mariano Rajoy vuelva a ser elegido presidente del gobierno. Lo que haga falta para evitar una nueva llamada a las urnas o, lo peor de lo peor, que Podemos alcance parcelas de gobierno. Poco parece importar que sus electores no le votaron para hacer presidente a Rajoy.

Sorprendentemente, nadie apremia a Rajoy. Nadie, ni de dentro ni de fuera de su partido, le urge a recabar apoyos, a negociar y a ceder para conseguirlos. Nadie parece reprocharle que pasadas tres semanas de las elecciones no haya obtenido ni un voto más en el Congreso. Nadie censura su indolencia, su tendencia a gangrenar la situación. Y el PSOE es incapaz de denunciar de manera efectiva esa impericia disfrazada de arrogancia del dirigente del PP.

La amenaza de ir a terceras elecciones en noviembre siembra el pánico entre los contendientes, menos en los del PP. En la medida que subordinan los intereses generales a los suyos particulares, saben que si eso ocurriera todavía recuperarían más votos del electorado de Albert Rivera y el incremento de la abstención de un asqueado electorado de izquierdas afianzaría su victoria en las urnas. A eso juegan los de Rajoy, y mientras tanto las urgencias que nos afectan habrán de aguardar hasta que ellos tengan de nuevo el poder y las aborden –si es el caso- desde su muy particular y exclusivo punto de vista.

Ciertamente tienen estrategia. Perversa, bastarda si se quiere, pero la tienen. Son los únicos, según todos los indicios. Los otros tres simplemente o carecen de ella o han adoptado el modus operandi del PP, ese de nosotros a lo nuestro, a ver si al final salimos ganando.

¡Qué falta hace una opinión pública con capacidad de presión! Lo mismo puede decirse de la opinión publicada: ¡qué peso tan escaso, incluso el de las grandes firmas! Ni los escándalos de todo tipo, ni la indolencia del líder, ni su incapacidad manifiesta encuentran la censura efectiva de la ciudadanía. Los partidos políticos nuevos parecen contagiados de los viejos, y el electorado al que movilizaron está cada vez más próximo a la decepción de las expectativas generadas y, por lo tanto, a una especie de resignación melancólica. En el pecado llevarán/llevaremos la penitencia.




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