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La Horrible Noche

OPINIÓN de Mauricio Castaño H., Colombia.- Todos los astros políticos parecían estar alineados para dar el triunfo de la paz, así lo dejaba entrever cierta solvencia del Gobierno y su Equipo Negociador. Los encuestadores anticipaban triunfo (Sólo a los dioses les está permitido hacer promesas). Desde el Distrito Capital se irradiaba la estrategia de pedagogía de la paz, una puerta abierta a la esperanza. Pero el fracaso hizo estremecer a los futuristas del marketing político. Los astros jugaron mal. El Gobierno falló en su triunfalismo y con él las pobres víctimas y un puñado de ciudadanos solidarios vieron venir de nuevo la desgracia de la guerra.



Si es de sentido común preferir la paz a la guerra ¿qué pasó entonces por las mentes de esos treinta y cuatro millones de votantes habilitados para ir a las urnas ese domingo dos de octubre? Fecha ésta en la cual se decidiría si se estaba de acuerdo con la construcción de una paz estable y duradera.

De todo el universo de votantes tan sólo fueron a votar el treinta y siete por ciento, no menos de doce millones. La negación por el acuerdo ganó por una diferencia estrecha aproximada de sesenta mil votos. Estas desproporciones, el abstencionismo del sesenta y tres por ciento y un margen pírrico de la victoria, hace pensar muchas cosas sobre el gobierno y la población. Con el gobierno porque tuvo todos los recursos humanos y económicos para desplegar la campaña a su favor y aventajar a sus opositores afanados en apuñalar la paz.

Todo el diseño del plebiscito fue pensado a su favor: la cantidad de votos permitidos para ganar, el umbral fue tan sólo un poco más de cuatro millones y medio; la pregunta fue escogida por el propio presidente así como las tan sólo dos opciones de respuesta, un Sí o un No, sin opción para el voto en blanco. En suma, el traje fue hecho a la medida, favorable para contestar con un Sí, para refrendar el proceso de paz. Pero entonces ¿qué pasó? ¿Por qué no resultó tal cual y ganó el No que sume al país en una incertidumbre sin proporciones? ¿Acaso Colombia está animado por un espíritu festivo de la guerra?

Una horrible noche de aquel domingo cerró la puerta de la paz.La horrible noche no cesó. Tanto el Gobierno como los escasos ciudadanos que se movilizaron en torno a la paz, a poner fin a un conflicto de más de medio siglo, no salían del asombro de la apretada derrota. El principio de realidad que distingue el mundo real del virtual se difuminó. El gobernante en el centro pierde de vista su periferia.

Este viejo problema data desde el nacimiento de la República con esa eterna división entre Centro capitalino y las aisladas regiones. Centralismo versus Regionalismo. Aquí el Centro, la gran ciudad, la gran capital monumental y ostentosa, Bogotá, y allá la región marginal y pobre y distante, apartada de los recursos y de lo más moderno del mundo actual. Estas diferencias se pueden dimensionar desde la proporción con la que se distribuye el Presupuesto Nacional de las regalías, por cada cien pesos, Bogotá se queda con ochentaidos, el resto se distribuye para el restante y basto territorio nacional. Este tema de inequidad presupuestal y por ende de desarrollos desequilibrados, ha llevado a grandes disputas, grandes broncas entre la élite bogotana, los llamados patricios, y las élites regionales. Es un tema de quién se queda con la mayor tajada del presupuesto Nacional, quien se queda con los mejores terruños, con los mejores circuitos económicos. Esto se repite en cada contienda electoral, se pone en juego por encima de los intereses nacionales o de propósitos nobles como es la búsqueda de la paz.

Este tema de concentración del presupuesto es lo que alimenta el llamado clientelismo, el gobierno central distribuye a las élites regionales según las conveniencias. Y ésta lógica no operó para el plebiscito de la paz. Los políticos regionales o gamonales no sacaron a su electorado. No hubo dádivas, no había presupuesto para repartir mercados, bultos de cemento o alguna promesa futura de empleo para el incauto seguidor. Esa tal maquinaria política no fue aceitada como suele suceder cuando se requiere proteger los intereses de cada quién.

Cada político maneja sus propios intereses para engorde de su propio ego. Se cuida de no endosar triunfos a causas ajenas, y la paz era otra mercancía más sin dividendos clientelares. Y este es uno de los grandes peligros en la actual incertidumbre del país. Uno de los líderes más representativos que impulsaron el voto por el NO, fue el expresidente Uribe, que con habilidad mantuvo una campaña en la cual acudía a las emociones sencillas de la gente del común para infundirles miedo y resentimiento hacia los guerrilleros: que este país se iba a quedar sin papel higiénico como sucede con Venezuela, que les iban a quitar sus tierras o la tal desproporción de que a un guerrillero asesino le iban a dar catorce millones mientras que a usted señor obrero, señora ama de casa tan sólo le pagan setecientos mil pesos. O que al jubilado le iban a quitar o rebajar la pensión. Y otras escaseces más se avecinarían. Así, esta estrategia de lo emocional y del terror más muchas otras mentiras, bastó para que el inculto votante se informara. Bastaba tan solo acudir al Twitter o a las redes sociales para reafirmarse en sus miedos y rumores que su mecías le anunciaba.

Pero además de este zócalo emotivo está aquella gente emergente que posa de pertenecer a una clase adinerada en supuesto peligro de perder sus privilegios. En estas desigualdades en las que se mueve este país, la propaganda mercantil ha inculcado el sueño de la familia burguesa, basta con tener una casa, un carro, mujer e hijos para sentirse identificado con la clase más adinerada del país y hasta del mundo entero. La propia identidad no existe, más bien se reniega de su pasado, sus orígenes son motivo de verguenza. Y quien reniega de su identidad y de sus raíces es un ser diluido. La sabiduría popular dice que quien se avergüenza de su pasado familiar se avergüenza de sí mismo. Y es aquí donde vemos esa insolidaridad de las gentes citadinas de origen humilde, que dan la espalda a los sufridos campesinos, a sus identidades. A aquellos que no han descansado de la guerra. Recordemos las más de doscientas mil muertes y los ocho millones de víctimas. Recordemos el mapa electoral: los pueblos más golpeados por la violencia actual, es decir, las regiones campesinas fueron los que votaron por el Sí, ellos no quieren seguir poniendo más muertos, ellos quieren parar el dolor de una guerra ajena. Y en contraposición, la ciudad, los ciudadanos de sueños burgueses, sin identidad, alejados del sonar de la metralla, votaron en rechazo de la paz.

Dijimos renglones arriba de la incertidumbre actual del país y de la inequidad en la distribución del presupuesto Nacional y claro, de su riqueza en general. Y queremos agregar de lo inescrupuloso que ha sido esta misma clase dirigente: recordemos que el conflicto actual con la subversión comenzó con la negativa de los gobernantes a un grupo de campesinos que reclamaban servicios básicos tales como escuelas, puestos de salud, energía eléctrica, hacer vías para transportar sus productos... Cuenta la historia que la respuesta del gobernante fue echarles plomo. Y uno de los reclamos del entonces legendario guerrillero, Tirofijo o Manuel Marulanda Vélez fue que le repusieran sus gallinas y sus marranos. Sin solución y amenazado, se resguardó monte adentro. Hicieron conejo a la paz, a sus peticiones.

Ese horrible domingo tiene a Colombia en la incertidumbre, a portas de saltar al vacío, en crisis institucional que afecta la economía, los bolsillos de todos. Sobreviene negociar con los opositores clientelares, se asoma el chantaje en clave de próximas contiendas. ¿Harán otra vez conejo a la paz?






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