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Las supuestas exequias de la reforma constitucional

OPINIÓN de Emilio Cafassi.-  El domingo pasado* intentaba trazar desde esta página un somero balance del reciente congreso del Frente Amplio uruguayo (FA) que pasó a cuarto intermedio. El mismo día, el periodista Leonardo Pereyra hacía lo propio pero en el diario El Observador. Ya desde los títulos se podrían advertir las diferencias.
Mientras él rotulaba que el “FA enterró la reforma constitucional a dos metros bajo tierra”, por mi parte enfaticé que la fuerza política había comenzado a realizar la fantasía de la elaboración colectiva. Debo reconocer que mis conclusiones -para este caso puntual, a diferencia de tantos otros inversos- convergían con mi propio deseo. Me pregunto si en el caso de Pereyra no sucedía algo similar, si no celebraba íntimamente la tal inhumación de la iniciativa reformista. Porque con mayor extensión aún, el mismo autor se había explayado en la edición de ese matutino del 20 de noviembre en un texto cuyos ejes parecían dictados por la esquiva Unidad Popular, cuya delectación ante las limitaciones o fracasos frentistas resulta indisimulable. Enumeraba una ristra de banderas “arriadas”, aunque con diferente sintaxis a la del grupo de izquierda. Su prosa contenía una concepción tácita de la política, como ineluctable secuencia desde el cortejo seductor al electorado hasta la posterior degradación naturalizada en la defraudación con la que acompañaba el inventario crítico. Se trata de una idea más o menos tradicional y conservadora -aunque sincera- del poder como pesada losa sobre los cambios, siempre más proclive a las medias astas pragmáticas y la impotencia transformadora. Sin embargo, en ese artículo se exponían varias sinuosidades y debilidades reales del gobierno frentista, como en las consignas o intervenciones del grupo de izquierda autoexcluido del FA. Tanto las del periodista cuanto las del grupo, resultan advertencias para tener muy en cuenta y encarar soluciones, no celebraciones.

En cualquier caso, la salida de ese grupo de militantes es una más de las deudas a incorporar en el arqueo político del FA, como también sobre la que debería reflexionar este fragmento político centrifugado al que aludo. Porque la médula de la cuestión programática y hasta de gestión gubernamental para fuerzas de izquierda no es exclusivamente el rumbo exacto o el resultado, sino la arquitectura organizativa que le permita a cada integrante incidir para rectificar derivas o superar limitaciones. Es decir, para construir fuerza colectiva que logre transformar fácticamente la realidad, no sólo poder denunciar sus miserias e ignominias. No es bueno para el FA perder revolucionarios, ni lo es para los excluidos permanecer en el ostracismo testimonialista en nombre de una supuesta pureza autodefinida, que por lo general es un sólo un velo semitransparente sobre los simplismos y las flaquezas imaginativas. Menos aún puede decidirse la construcción de una alternativa política, según se gane o pierda un debate interno, allí donde existan reglas consensuadas. No hay una sola evidencia de que en el FA se expulse a combativos ni que se les impida la opinión, las iniciativas o la posibilidad de incidencia. Sí la hay de la inexistencia de canales de interacción regular entre los organismos de base y de estímulo a su actividad y participación que genera distancia entre dirigentes y dirigidos aunque no haya llegado a ser aún abisal. Desbloquear las obturaciones intercomunicativas y realimentar el funcionamiento de los comités de base, debería ser una prioridad colectiva, hasta por instinto de supervivencia.

Pero volviendo al balance del congreso, la lectura de Pereyra debe al cristal de la Unidad Popular no sólo el catálogo de incumplimientos, sino la tesis tácita del bloqueo estructural de rectificaciones, o peor aún, la de la expropiación de toda capacidad decisional por parte de una camarilla dirigencial apartada de los ideales originarios. Para Pereyra “la mayoría de la coalición considera que la iniciativa está muy por debajo de las prioridades del país” de lo que deduce el enterramiento con el que titula. ¿Habrá estado acreditado en el congreso? Porque personalmente pude escuchar en las sesiones plenarias y de comisiones dudas varias respecto a las prioridades, pero no encontré un solo sepulturero, quizás porque no di con el dirigente del grupo de Sendic que le habría confiado esa voluntad que extiende hacia “buena parte de la dirigencia”. Sin embargo, sí compartí opiniones con algunos altos integrantes del poder ejecutivo de la gestión pasada que lejos de querer soterrar la iniciativa que convocó al congreso, aspiran a otorgarle el máximo impulso. Le asiste la razón sin embargo cuando recuerda que la decisión del camino reformista quedó en manos del Plenario Nacional (PN), pero el único camino para poder concluir necesariamente el descarte de la iniciativa convocante del congreso es reproduciendo el estereotipo maniqueo que da por sentado que “la presencia de los dirigentes es más fuerte que la de los militantes” como si entre ambos hubiera una oposición de intereses y una distancia irreconciliable. No creo que el PN pueda decidir si se impulsa o no la reforma y por qué camino, antes de que el congreso culmine de definir los principios y valores que sustentarán la iniciativa, y muy particularmente el capítulo V dedicado al concepto de ciudadanía. El FA no puede persistir desguarnecido frente a la burocratización, el desánimo y la desmovilización, cosa que no creo que el PN desconozca.

Creo inversamente que la dinámica del congreso mostró otra sinergia, complejidad y espíritu crítico, que está muy lejos de las previsibilidades y del control de dirigentes. En los debates y en las enmiendas de ambos documentos, lejos de arriarse banderas se izaron en alto muchas de ellas e inclusive se implantaron nuevos mástiles. No niego que en algunos sectores importantes de los niveles más altos de dirección la prudencia y hasta la molicie ganen peso, pero el FA viene logrando actualizarse cuando recibe presión de sus bases, de los movimientos sociales y la sociedad civil. Uno de los fundamentos para pasar a un cuarto intermedio fue precisamente el de dar oportunidad a las bases para recrear su nivel de debate, organización y movilización. No sólo para tener oportunidad de elaborar con tiempo y cuidado enmiendas de los capítulos faltantes, sino para poder pensar y ejecutar alternativas organizativas que recreen el momento de apogeo, inclusivo y convergente de sus mejores épocas. Lo que presupone también dirigencias receptivas a las demandas y presiones de bases y movimientos.

Debe reconocerse sin embargo, que en el contexto de la amplia pluralidad de enfoques teóricos e ideologías hay opiniones que desaconsejan impulsar cambios polémicos y complejos en la esfera política y jurídica, enfatizando que deben abordarse medidas económicas y sociales en un contexto de enorme dificultad por la dinámica recesiva mundial y la perspectiva de nuevos cercamientos proteccionistas en países centrales. Simplificándolo, no sería el momento. Pero también, apelando a idéntica síntesis, estamos quienes sostenemos que justamente por las escasas posibilidades de trascender significativamente la tendencia regresiva internacional administrando el capitalismo en una dirección fuertemente progresista con demandas crecientes de atención social, es el momento de superar la miseria política de la democracia liberal-fiduciaria introduciendo cambios radicalmente sustantivos en la participación de los afectados en las decisiones que los incumben y en el mandato y

control de los representantes. Y ambas opiniones, si bien pueden tener mayor predisposición en algunos sectores respecto a otros, cortan transversalmente a buena parte de las organizaciones integrantes del FA e inclusive a las bases y los dirigentes. De lo contrario no se explicaría ni la aparición formal de la iniciativa de cuarto intermedio pergeñada por un puñado minúsculo de militantes tanto independientes como algunos sectorizados la noche del sábado, ni menos aún el resultado de la votación.

Pero también hay argumentos pragmáticos que exigen revisar la dinámica política tanto frentista como nacional, inclusive desde la más estrecha y egoísta preocupación electoral. Véase si no el artículo que en este diario publicó William Marino el 1 de diciembre con las cifras de votación del presupuesto participativo y sus ácidos comentarios sobre los cambios de significantes que devinieron cambios de significados convergentes con la desmovilización ciudadana, tanto como las del viernes pasado, aunque debería celebrar el cuarto intermedio para revertir las tendencias pesimistas.

Cualquiera sea la resolución que se adopte en abril, incluyendo la que vaticina Pereyra, el FA saldrá fortalecido. Porque aún a pesar de lo poco propicio que resulta un verano para debatir y organizarse, se robustecerá la vida de las bases y habrá inevitablemente reclamos de revisión de la dinámica organizativa, e inclusive experiencias innovadoras que se pondrán en movimiento con o sin permiso. Y tendrá más vida la reanudación del congreso porque además de un dispositivo de poder colectivo, esa instancia es la verdadera celebración.

Quizás el entierro de la iniciativa reformista resulte sólo un malentendido como el de aquella canción “El muerto vivo” de González Arena tan popularizada en España por Peret y por estas tierras en la versión en vivo de Serrat y Sabina.

“No estaba muerto, estaba de parranda”.

*4 de diciembre (nota de la editora)




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