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Nicaragua, una excepción al ciclo conservador en la región

Daniel Ortega en su cuarto gobierno sandinista, tres al hilo

OPINIÓN de Emilio Marín.- El sandinista Ortega comenzó su cuarto período presidencial, el tercero consecutivo. Lo hizo tras ganar ampliamente las elecciones de noviembre en Nicaragua. El país se convierte así en una excepción al ciclo regional conservador y de derecha.

El 6 de noviembre estaban convocados a votar 4.1 millones de nicaragüenses, para elegir presidente y vice, 90 diputados nacionales y 20 al Parlamento Centroamericano (Parlacen).

Con el 72,5 por ciento de los votos ganó el Frente Sandinista de Liberación Nacional y su “Alianza Unida, Nicaragua Triunfa”, consagrando a Ortega y su compañera de fórmula y de vida, Rosario Murillo. Ella ya tenía fuerte protagonismo como coordinadora del Consejo de Comunicación y Ciudadanía, a cargo de reuniones con ministros y alcaldes, movimientos sociales, etc., además de la comunicación.

Era vox populi que Ortega la iba a presentar como su candidata a vice, lo que se concretó en agosto. Para la oposición al servicio de los planes estadounidenses, Murillo como vice significaba que el matrimonio quiere perpetuarse al estilo monárquico.

Esos críticos mal intencionados llegan al extremo de comparar esa fórmula sandinista con la dictadura de los Somoza, que duró entre 1934 y 1979 cuando fue derrotada por la revolución sandinista, con Ortega al frente del FSLN y presidente de la Junta de Reconstrucción. Así él gobernó hasta 1985, cuando hubo elecciones democráticas y ganó su primer mandato hasta 1990, siendo derrotado por la Unión Nacional Opositora (UNO) auspiciada por Washington, que colocó en el poder a Violeta Chamorro.

Después de varios gobiernos neoliberales y conservadores que se alternaron, Ortega volvió a ganar en 2007. Y allí arrancó su serie de tres mandatos al hilo, con la reelección en 2011 y la re-reelección de noviembre pasado, contra los candidatos del Partido Liberal Independiente, el Partido Conservador y Alianza por la República, todos de derecha. El resto de la oposición había convocado a la abstención. Si no ocurre algún golpe de Estado o invasión norteamericana –hoy impensados, pero moneda corriente en la historia del país centroamericano- el sandinista estaría entregando el cargo en 2022.

Recapitulando. Daniel Ortega Saavedra fue líder del FSLN fundado en 1961 y al que se incorporó cuando tenía 18 años. En esa lucha contra Somoza estuvo 7 años preso y fue torturado. Salió en libertad junto a otros sandinistas, en un canje de prisioneros luego de una acción guerrillera. Pudo ir a Cuba y luego volvió a la lucha armada encabezando la Tendencia “Insurreccional”, una de las tres en que se había dividido el Frente. Impulsar insurrecciones en el último tramo de la dictadura era lo más correcto, frente a las tesis del grupo de Tomás Borge (“Guerra Popular Prolongada”) y el “Proletario” de Jaime Wheelock. El 19 de julio de 1979 la guerrilla convertida en insurrección popular derribó a Somoza, quien se fue al exilio (años más tarde sería ajusticiado en Paraguay por un comando de ex militantes del PRT dirigidos por Enrique Gorriarán Merlo).

Volvieron los sandinistas

En sintonía con las críticas que Washington, los tentáculos de desinformación, la bien financiada red de fundaciones y ONG que demonizan a los gobiernos populares o simplemente progresistas, a Ortega también le han dicho de todo, comenzando por el tratamiento de “preso terrorista” que recibió en las prisiones de la dictadura.

Tras la victoria de 1979 y sobre todo cuando ganó las elecciones de 1985, sufrió los embates de la administración Reagan-Bush, con las sanciones económicas y la guerra de los “contras” desde Honduras. Esos mercenarios hacían la guerra con armas y financiamiento norteamericano, incluso con los fondos del escándalo “Irán-Contras”.

El imperio y la derecha regional mentían con que “Nicaragua se había convertido en una nueva Cuba”. Hubo esfuerzos diplomáticos del grupo de Contadora, incluso con participación de Raúl Alfonsín, un radical no alineado dócilmente con la Casa Blanca, a diferencia de los que hoy acompañan a Mauricio Macri. Así se abrieron negociaciones para que el Pentágono no repitiera el libreto invasor contra Managua.

De todo eso resultaron las elecciones de 1990, que el sandinismo abordó con gran debilidad interna porque su economía estaba muy vulnerable por la guerra de los “contras”. Los 35.000 muertos y heridos de esa contienda parecían responsabilidad del Frente y no de los agresores. Se imponía supuestamente la necesidad de “la concordia”, “unión nacional” y la superación de las posiciones revolucionarias. Su vulnerabilidad externa estaba a la vista: crisis del bloque socialista oriental y la URSS, Cuba iniciaba su “período especial” y el Consenso de Washington brillaba en la región.

Ortega perdió esos comicios con Chamorro y la UNO. El sandinismo, tantas veces criticado de autoritario, no democrático, etc., admitió su derrota y volvió al llano durante diecisiete años en que fue oposición en la Asamblea Nacional y en la calle, con los sindicatos, juventudes y agrupaciones sandinistas.

Si el Frente volvió al poder en 2007 fue porque los años de crudo neoliberalismo, con Chamorro, Alemán y Enrique Bolaños, significaron más pobreza para la población y una rampante corrupción, amén de pérdida de soberanía similar al somocismo.

Nicaragua se convirtió en el más pobre de Latinoamérica y el Caribe, apenas por encima de Haití, la eterna Cenicienta empobrecida.

Logros de Ortega

Frente a ese panorama tan negativo, el ciclo sandinista reinaugurado en 2007 empezó a mostrar una política al servicio de los más humildes. Se dirá que Ortega contó para ello con créditos de Venezuela, en el marco del ALBA, pero lo cierto es con ese financiamiento y otros recursos propios se financiaron la construcción de viviendas, escuelas, hospitales y caminos, hubo crédito agrícola, etc.

En el país de 6.1 millones de habitantes, la pobreza –según el Banco Mundial- descendió del 42,5 por ciento al 29,6, entre 2009 y 2014, gracias a políticas inclusivas y de desarrollo de Ortega.

Un gran ejemplo está en salud. La titular del ministerio de Salud (Minsa), Sonia Castro, informó el 4 de enero que durante 2017 se desarrollarán 37 encuentros a nivel nacional con la participación del sector público y privado y otros agentes de la salud, donde se abordarán “la medicina básica popular, la atención al recién nacido, la madre, prevención de actividades mentales, el Autismo y su tratamiento desde la familia”.

Añadió: “se construirán 18 hospitales en el país, cuatro nuevos centros de salud, una casa materna, nueve puestos de salud y tres nuevas bodegas, todo lo cual consolidará el modelo de salud comunitario nicaragüense”.

Tratando de quitar mérito a esa obra sandinista, sus detractores la reducen a la ayuda de Venezuela: entre 2007 y primer semestre de 2016, Nicaragua recibió 4.800 millones de dólares en préstamos blandos e inversiones. Su PBI creció 4,8 por ciento y en 2017 podría llegar al 5.

No sólo Caracas confía en la marcha de su gobierno amigo. Los organismos multilaterales le prestaron 3.000 millones de dólares desde 2007, casi la mitad del BID.

Y a cortar esos créditos apuntó la oposición derechista nicaragüense, incluido el Movimiento de Renovación Sandinista escindido en 1994, al tramitar leyes estadounidenses para sancionar a su país. En setiembre de 2016 la Cámara de Representantes dio media sanción a la “Nica Act”, para que el imperio bloquee créditos a Nicaragua en el BID y Banco Mundial, argumentando “falta de democracia verdadera”. Ahora el Senado yanqui completaría la sanción, trámite donde se podrá apreciar la postura del presidente Donald Trump. El lobby más reaccionario del Capitolio, con Ileana Ros-Lehtinen, que mantiene el bloqueo contra Cuba, dio su aprobación entusiasta a las sanciones contra Managua. La AID, agencia norteamericana financista de esa oposición nica, priorizará “los programas de gobernabilidad y derechos humanos” o sea financiará a la oposición.

Además de las razones políticas e ideológicas, hay otro motivo geoestratégico del odio norteamericano contra Ortega: su proyecto del Gran Canal Interoceánico nicaragüense con financiamiento de China. Será una vía alternativa al Canal de Panamá y con mejores estándares de seguridad y navegación en sus 276 km de longitud. Es una obra con costo total de 50.000 millones de dólares y este mes comienzan los trabajos en la exclusa oeste, sobre el Pacífico, de la compañía china HKND Group. Se podrían crear 50.000 empleos, además de una dinámica económica inmediata, y otra comercial y turística a futuro.

Ortega no es el mismo comandante guerrillero de los ´70. Su asociación con empresarios privados y determinados negocios, así como su alianza con el cardenal Miguel Obando y Bravo, ultraconservador, deja material para la crítica. Por caso, haber promovido el fin del aborto terapéutico legal. De todos modos, en el balance general, el gobierno que encabeza ha ganado tres elecciones al hilo y ese apoyo popular tiene profundo significado. Visto con ojos regionales, su mérito también radica en que es como un viento opuesto al que soplan Macri, Temer, Peña Nieto y otros amigos del imperio. De allí que en su ceremonia de investidura estuvieran el presidente de Bolivia, Evo Morales; el de Venezuela, Nicolás Maduro, y el de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, entre otros.

En estos tiempos latinoamericanos difíciles, el sandinismo dio una buena noticia.






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