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"Nuestro presente y nuestro futuro están en el derecho a defender los derechos humanos"

La violencia sexual ha alcanzado niveles nunca antes vistos. En sólo dos meses se denunciaron casi 1,000 casos de violencia sexual. Esto significa que en realidad ha habido muchos, muchos más. En toda la región estamos viviendo una guerra sobre el cuerpo de las mujeres. Como lo demuestra el asesinato de Berta Cáceres


Entrevista con Claudia Samayoa, coordinadora de la Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de Derechos Humanos de Guatemala (UDEFEGUA).

Paolo Moiola.- Han transcurrido 20 años desde que la guerra civil terminó oficialmente en diciembre de 1996. Sin embargo, en Guatemala la paz sigue siendo una quimera. La violencia, la pobreza, la injusticia son el pan de cada día. El país cuenta con 16.5 millones de habitantes, de los cuales 45% son indígenas (mayas, xinkas y garífunas). Según los datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 59.3% de la población vive en la pobreza; de cada cinco indígenas cuatro son pobres, la mayoría en las zonas rurales.

En un contexto tan complicado, exigir respeto por los derechos humanos es una tarea difícil y a menudo muy peligrosa. Un dato sirve para entender mejor: entre enero y noviembre del 2016 se han registrado en Guatemala 223 agresiones contra defensores de los derechos humanos, 14 de los cuales fueron asesinados. Eran personas que defendían el medio ambiente, el derecho a la verdad y la justicia, el derecho a la tierra y el derecho al trabajo.

Para proteger y ayudar a defensores de los derechos humanos, desde el 2000 opera en este país centroamericano la organización Unidad de Protección a Defensoras y Defensores de Derechos Humanos de Guatemala (UDEFEGUA). Paolo Moiola , colaborador de Noticias Aliadas , conversó con Claudia Samayoa , fundadora y coordinadora de la UDEFEGUA, quien en noviembre del 2016 fue premiada por su trabajo por el Procurador de los Derechos Humanos, Jorge Eduardo De León Duque.

¿Cómo se presentaría?
Soy guatemalteca. Tengo el privilegio de tener tres hijos y un compañero de vida que me ha acompañado en esta mi existencia totalmente dedicada a los derechos humanos. Soy graduada en filosofía, pero mi país me obligó, desde los años 80, a ocuparme de los derechos. Derechos a la verdad y la justicia, la educación, los derechos indígenas.

Cerrados 36 años de sangrienta guerra civil, para Guatemala el camino hacia la paz parecía haberse iniciado. Por el contrario, 20 años después de firmados los Acuerdos de Paz el país parece estar pacificado sólo formalmente. ¿Por qué?
Después de la firma de la paz, ingenuamente creímos ser libres al fin. En cambio, entre 1998 y el 2000 —en esa época yo era directora de la Fundación Rigoberta Menchú— el control del país pasó a manos de lo que yo llamo la mafia militar. Se trata de una organización compuesta por militares de la contrainsurgencia y hombres que se ocupan del crimen organizado (tráfico de drogas, contrabando, trata de personas). Una vez que asumieron el poder, empezaron a luchar contra todos los que trabajaban por la paz y los derechos. Los jóvenes y las mujeres, en primer lugar.

¿Cómo reaccionaron ante este abuso de poder?
Junto con diversas entidades decidimos hacer algo diferente: no dejar solo a quien lucha por los derechos. Así nació la UDEFEGUA con un solo objetivo: todos —independientemente de su ideología, sin importar si son jóvenes o viejos, indígenas o no indígenas— tienen derecho a trabajar por la defensa de los derechos humanos. Porque no es necesario ser abogado o integrante de una organización para hacerlo.

¿Cuál es la labor de UDEFEGUA a favor de quienes luchan en defensa de los derechos humanos?
Los acompañamos. Nos hacemos cargo de ellos y de sus investigaciones para que puedan hacer su trabajo con seguridad. Hacemos trabajo de información produciendo boletines (El Acompañante) con análisis, gráficos y estadísticas. En Guatemala hemos seguido más de 5,200 casos. Hoy trabajamos no sólo aquí, sino también en muchos otros países, desde México hasta Panamá.

Ustedes trabajan por la protección de defensores de los derechos humanos, pero la violencia también se manifiesta dentro del hogar. Se estima que en el país ocho de cada 10 mujeres sufren violencia física, psicológica, sexual y patrimonial por parte del propio cónyuge o pareja.
Sí, hay mucha violencia. La violencia sexual ha alcanzado niveles nunca antes vistos. En sólo dos meses se denunciaron casi 1,000 casos de violencia sexual. Esto significa que en realidad ha habido muchos, muchos más. En toda la región estamos viviendo una guerra sobre el cuerpo de las mujeres. Como lo demuestra el asesinato de [la dirigente indígena y ambiental hondureña] Berta Cáceres.

En setiembre del 2015, masivas protestas obligaron a renunciar al presidente Otto Pérez Molina, elegido en el 2012, por estar involucrado en un grave escándalo de corrupción. Dos meses después Jimmy Morales, comediante y evangélico, fue elegido presidente por amplia mayoría, ¿Qué sucedió?
Él no tenía ninguna posibilidad, pero luego —a partir de junio del 2015— los pastores evangélicos empezaron a decir que votaran por él, porque Morales era la solución. A ellos se unieron de inmediato militares y ex paramilitares [pertenecientes a las PAC, Patrullas de Autodefensa Civil nacidas en 1981 y disueltas formalmente en 1996]. Morales no tenía ninguna propuesta, pero ganó con una gran participación popular.

En la campaña electoral su lema fue: “Ni corrupto, ni ladrón”. ¿Quién es el presidente Jimmy Morales?
Es machista, racista, autoritario. Para Jimmy Morales los pueblos indígenas son solamente guatemaltecos y no comprende por qué deben ser tratados de manera diferente. Está promoviendo las viejas visiones nacionalistas: todos somos Guatemala, dice. Pero su Guatemala es la Guatemala que sólo habla español y no reconoce formas diferentes de hacer política. Su concepción es muy machista: las mujeres no pueden hacer política hasta que hayan pedido permiso a sus maridos. Son posiciones muy conservadoras que tienen que ver con su pertenencia a una iglesia evangélica fundamentalista de matriz estadunidense.

Cerca de la mitad de la población de Guatemala es indígena. Su condición sigue siendo dramática.
En los últimos años la población indígena se ha empobrecido. En las comunidades indígenas la miseria ha aumentado en 12%. En el país hay desnutrición crónica: uno de cada dos niños está desnutrido, y ese porcentaje aumenta entre los niños indígenas. Son cifras oficiales. En Guatemala todo se manipula, pero en este caso ni siquiera el gobierno puede ocultar la realidad. Por desgracia, no hemos conseguido cuanto soñábamos en los años 80, pero ha habido una importante movilización de los pueblos indígenas.

¿Quiere decir que, a pesar de las dificultades, ha habido un cambio en sentido positivo?
Cuando trabajaba para la Fundación Menchú, el énfasis estaba en la educación bilingüe. Hoy esto ha sido superado. Hoy los pueblos indígenas luchan como comunidad y ya no como individuos. Luchan por sus derechos, incluidos los derechos al desarrollo y a ser consultados. También han comenzado a tender puentes con la población no indígena. De este modo se reducen las barreras del racismo y las nacidas durante la lucha armada. Es una manera de llegar a una conciliación.

También en Guatemala las Iglesias Evangélicas siguen creciendo a expensas de la Iglesia Católica. ¿Cómo ve la situación?
Los evangélicos son ahora el 35% de la población. En cuanto a la Iglesia Católica, está dividida en dos corrientes, como sucede en muchos países. Una es la popular, que lucha por el medio ambiente y contra el crimen organizado. Una iglesia que hace rabiar a la derecha, que la acusa de promover la guerra, de ser marxista y comunista. Con la llegada del papa Francisco, esta iglesia se ha visto fortalecida. Luego está la iglesia tradicional que no apoya a los pobres, que dice que quiere mantener una posición independiente. Está representada por la Nunciatura, por ejemplo. Como católica espero que, tarde o temprano, el mensaje de Francisco llegue a toda la estructura. Ya hoy tenemos obispos muy comprometidos con la realidad. Mons. Álvaro Ramazzini y Mons. Julio Cabrera son los más representativos, pero ya no están solos.

Pasan las décadas pero pareciera que Guatemala tiene siempre los mismos problemas y que al final cualquier solución está condenada al fracaso. ¿Hay demasiado pesimismo en esta visión?
En mi opinión, nuestro presente y nuestro futuro están en el derecho a defender los derechos humanos. En los últimos años me ha mantenido viva la visión de tanta gente. Si logramos liberarnos de las fuerzas intolerantes, Guatemala cambiará y no sólo ella, sino toda la región. Juntos tenemos un gran poder y esta es mi esperanza. —Noticias Aliadas.








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