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El canager justiciero

OPINIÓN de Ana Cuevas Pascual.- Algunos hechos, algunas situaciones, nos golpean en el diafragma de la sensibilidad dejándonos sin aire. Actos de crueldad gratuita, inexplicable, odios gestados en mentes frenopáticas que embisten en la dirección que les marca un trapo rojo imaginario.
Un padre abrazado a su bebé salta por una ventana. La ira contra su pareja le conduce a destruir la inocente vida de su propia criatura. Te voy a dar en dónde más te duele- le espetó a la madre antes de emprender el vuelo hacia el más abyecto absurdo.
Hay tantos crímenes por odio como por indiferencia. Unos son machistas, otros racistas y hasta institucionales. Si deleznable resulta el apaleamiento de un inmigrante o un mendigo, no me parece nimio que algún delegado del gobierno no vea inconveniente en que Zaragoza sea la Meca donde se junten grupos de extrema derecha y filo-nazis para organizar encuentros y exaltar sus ideas de mierda. Se puede pecar por acción o por omisión tengo entendido. Y autorizar este tipo de reuniones en nuestra ciudad debería ser pecado de los gordos. Además de la ideología anti-constitucional y violenta que defienden, algo que no queremos sea reseña de nuestra noble tierra, está el peligro real que supone para la ciudadanía que esta banda de monos tarados campen a sus anchas por nuestras calles.

Pero la obviedad no es un problema en el país que inventó el esperpento. Tampoco lo es a nivel internacional. No tenemos la exclusiva de payasos homicidas que contribuyen a que nuestro planeta sea un lugar más sórdido e inhóspito. La estupidez humana es, quizás, la auténtica esencia democrática. Se reparte equitativamente sin que le frenen muros ni fronteras. Ahí está el bueno de Trump que no salió de una chistera. Tampoco Rajoy, aunque cueste creerlo.

Dirán que se me va la cabeza. Dirán bien. Supongo que he cortocircuitado mis neuronas por una sobredosis de ese polvo de espejos conversos y cóncavos que flota por la atmósfera.

Por tanta crueldad gratuita contra nuestra propia especie y todo bicho viviente, por tanto horror inexplicable, no es de extrañar que alguno pierda el juicio y emprenda su particular vendetta. Es el caso de un pensionista italiano de 70 años que decidió expresar su indignación utilizando métodos escatológicos. El buen hombre se ha estado dedicando a mandar sobres que contenían papel higiénico impregnado de su propia caca. Pero no piensen que elegía sus víctimas al azar. Los diez mil sobres que remitió durante tres años iban dirigidos a todo tipo de fauna antropófaga. Políticos, banqueros, pedófilos...

Uno de sus objetivos epistolares ha sido Bengt Holst, el director del zoológico de Copenhague que ordenó hace tres años ejecutar en público y dar de comer a los leones a la cría de jirafa ‘Marius’. Las razones: no daba la "talla" genética para la reproducción. Pese a las ofertas de adopción de otros zoológicos y organizaciones animalistas Holst decidió montar un holocausto caníbal delante de decenas de estupefactos niños daneses. Por cierto, los leones que se comieron a Marius fueron ejecutados poco después para, según la versión del mismo Holst, hacer sitio a otros leones. Todo muy gore. Tanto, que la venganza del caganer justiciero no deja de ser una jaimitada inofensiva.

Que el mundo es y será una porquería ya lo se- nos dice un viejo tango. Las misivas del jubilado indignado eran, de alguna poética forma, una invitación a que los abusadores se vieran retratados. Un acto íntimo de justicia remota. Directamente salido de sus entrañas. Esos restos de mojones mensajeros no llevaban ningún mensaje subliminal o una amenaza oculta. Eran la interpretación más genuina de esta humanidad enloquecida. Si es verdad aquello de que hay que combatir el fuego con el fuego, a lo mejor se podría combatir la mierda con la mierda. Por probar. Total, ¡Si lo que nos sobra es mierda!




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