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La miopía como problema político

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Tiene dos acepciones la palabra miopía en el diccionario: una dice que se trata de un defecto de la visión causado por la incapacidad del cristalino de enfocar objetos lejanos, y se indica que éste se corrige con lentes o mediante una operación con láser; la otra define que se trata de una falta de perspicacia, y se alude a cortedad de alcance intelectual. Y no dice cómo se corrige.

Viene esta pequeña aclaración del título de la columna a propósito de los comportamientos políticos que observo en la dirección del partido de los socialistas españoles. Adviértase que digo miopía sin afán de ofender, que es cosa que procuro evitar cuando me siento crítico. No achaco inepcia o incompetencia a la dirección socialista, ni tampoco malevolencia, así que me quedo en la cortedad de miras, que no quiero molestar a algunos amigos y conocidos.

La crema de la crema socialista se ha juramentado en su apoyo a la presidenta andaluza Susana Díaz en el afán de la señora por ocupar la secretaría general del partido. Confluyen en la Operación Susana los miembros de la llamada Gestora -presidida por el asturiano Fernández, un hombre gris que duerme a las ovejas cada vez que comparece ante los medios-, la práctica totalidad del aparato orgánico del partido –los asalariados a los que les va el sueldo en la misión-, los llamados barones regionales –todos menos la mallorquina Armengol, a lo que parece- y los grandes personajes del santoral socialista, desde Felipe González a Zapatero, pasando por Guerra, Rubalcaba y algún otro de menor peso en el partido. La inmensa mayoría de los conjurados son gente de otra época, gente que viene de los viejos buenos tiempos en los que se subieron al coche oficial y no están dispuestos a bajarse de él en ningún supuesto. Antes muertos.

La traumática y televisada conspiración contra Pedro Sánchez acabó con la dimisión de éste, con la vía libre al nombramiento de Rajoy como presidente del gobierno y con la purga a los seguidores del socialista madrileño. Fue un auténtico asesinato en el Comité Federal, por parodiar la célebre novela de Vázquez Montalbán; un crimen de opereta sangrienta en el que Sánchez –hasta entonces un hombre con más gestualidad que ideas, con más titubeos que certezas- se convirtió para muchos en la única cara visible de un partido socialista ubicado en la parte izquierda del tablero político.

La mayoría susanista intentó torpedear la candidatura de Sánchez propiciando la del vasco Patxi López, y el invento no resultó como esperaban. López, el más breve de los presidentes del Congreso y antes fiel a su Secretario General, ha quedado convertido en una figura patética que recuerda el papel del esquirol en la huelga obrera. Eso ha llevado al aparato de Ferraz a reconocer dos cosas: que Sánchez tiene un tirón entre la infantería del partido que no supieron calibrar a tiempo, y que hay que machacarlo con fuego de artillería hasta destruirlo personal y políticamente. Hasta Caballo de Troya o Quintacolumnista de Podemos han venido a llamarlo. Tierra calcinada y no hacer prisioneros, esa parece ser la consigna de la Gestora y afines.

Ensimismados en su feroz guerra interna, los socialistas caminan hacia el abismo. Siendo como es impensable la victoria de Sánchez en las primarias, dada la desigualdad de tropas, armamento e intendencia respecto a Díaz, lo que se puede apostar es que el tamaño de la herida que la confrontación está generando en el partido será, quizá, letal para la propia organización. Eso sin entrar en el previsible descalabro electoral posterior con Susana Díaz como cabeza de cartel. Constituye un enigma que tan afamados y experimentados líderes socialistas crean que la andaluza tiene algún tirón electoral más allá del de la marca PSOE en Madrid, Galicia, País Vasco, País Valenciano, Baleares y, sobre todo, Cataluña; un territorio sin el cual los socialistas no volverán a presidir el gobierno de España jamás de los jamases.

Mientras los socialistas se desangran con ese espectáculo tan de cine gore como triste para los electores de izquierda, Rajoy hace y, sobre todo, deshace libre de marcaje. Su gobierno es sumiso ante los poderosos y cruel con los débiles. Se pliega a las exigencias del nuevo usuario del Despacho Oval y, por boca de la ministra Cospedal, compromete elevar el gasto de defensa al 2 por ciento del PIB; fiel a su estilo, además, sigue a pies juntillas los dictados de Merkel y Bruselas en materia de reducción del gasto público. Paralelamente, hace oídos sordos en temas como la crisis migratoria, el desempleo crónico, la corrupción endémica de su partido, el pavoroso futuro del sistema de pensiones o el deterioro de la educación y la sanidad pública. Eso por no hablar del retroceso en materia de libertades individuales, machacadas por la llamada Ley Mordaza.

Éste es el resultado de la miopía de los socialistas. No solo no están, es que no se les espera. Ellos siguen enzarzados en su guerra total interna, mientras en el Partido Popular se frotan las manos encantados de haberse conocido. Lamentablemente, como no es una patología que se corrija con lentes o con intervención quirúrgica, la miopía socialista va a dañar gravemente a todos los que quisiéramos al PP lo más lejos posible de las instituciones. Tenemos, visto lo visto, Rajoy hasta que el caballero quiera. Que cara nos va a salir la maldita miopía.







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