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El Niño Costero ha pasado pero queda la secuela

Intenso calentamiento de las aguas en la costa peruana pone en evidencia falta de preparación y manejo de riesgos.
Diario El Comercio, Perú




Ramiro Escobar.- Luego de cerca de tres meses de tormentas, copiosas lluvias, riadas, inundaciones y huaicos —palabra de origen quechua que alude a una avalancha de lodo y piedras que baja de los cerros—, el Perú, sobre todo en la costa norte, respira, se levanta de los escombros, comienza a re-ocupar pueblos y ciudades. Se dispone, al fin, a normalizar sus actividades con menos sobresaltos.

El fenómeno denominado Niño Costero, un calentamiento anormal de las aguas del Pacífico que bañan las costas peruanas, ha dejado como saldo trágico 107 muertos, 171,322 damnificados (personas que lo perdieron prácticamente todo) y 1’010, 208 afectados parcialmente. También 221,761 viviendas destruidas o dañadas a lo largo de todo el país.

Los datos fueron ofrecidos el 12 de abril por el Centro de Operaciones de Emergencia Nacional (COEN), en un momento en el cual ciudades como Piura, capital del departamento norteño del mismo nombre, limpian aún el polvo y el barro que dejaron las inundaciones como consecuencia del desborde de numerosos ríos que saltaron de su cauce de modo imparable.

Según Pedro Ferradas, director ejecutivo de la organización no gubernamental Soluciones Prácticas, este calentamiento inusual de las aguas ya se había presentado en los años 1891 y 1925 en las costas peruanas y provocó destrozos parecidos, o peores.

Más recientemente, en 1983 y 1998 se presentó el fenómeno climático de El Niño —conocido como El Niño Oscilación Sur, que se caracteriza por el calentamiento de las aguas superficiales del Pacífico oriental ecuatorial debido al debilitamiento de los vientos alisios que corren de este a oeste provocando intensas lluvias, inundaciones, sequías y altas temperaturas—, que también dejó enorme destrucción y miles de damnificados.

“Lo que tienen en común ambos es el debilitamiento de los vientos anti-ciclónicos [que giran en el sentido de las agujas del reloj en el Hemisferio Norte y en sentido contrario a las agujas del reloj en el Hemisferio Sur, en dirección inversa a un ciclón], lo que posibilita que las aguas calientes permanezcan varios meses”, explica Ferradas a Noticias Aliadas.

Al producirse esa alteración, la Corriente de Humboldt, el torrente frío que corre de sur a norte del mar peruano, se torna incapaz de contener el avance de la corriente cálida o ecuatorial que va de norte a sur.

Como consecuencia de ello, el mar norteño del Perú, habitualmente cálido aunque no tanto como en zonas tropicales, registró un aumento de la temperatura de 8ºC y hasta 9ºC, lo que provocó continuos procesos de evaporación que desataron precipitaciones torrenciales, y casi imparables, para las cuales, incontables poblaciones, pequeñas o grandes, no estaban preparadas.

Inexistente monitoreo climático
Sólo en el departamento de Piura, según el Centro de Operaciones de Emergencia Regional (COER), los damnificados fueron alrededor de 10,000 y ciudades como Catacaos, una acogedora villa muy conocida por sus artesanías de mimbre, quedó literalmente sumergida bajo las aguas. Lo mismo ocurrió en varios otros pueblos y hasta ciudades más grandes, como Chiclayo, capital del departamento de Lambayeque, a unos 200 km al sur de Piura.

Esta ciudad, que soportó ingentes tormentas y los desbordes del río La Leche, no contaba con un adecuado sistema de canaletas para contener las precipitaciones. De acuerdo con Carolina Chambi, directora de proyectos de la consultora Libélula, Ambiente y Comunicación, no existe todavía un “sistema de monitoreo climático”.

Si este existiera, sostiene la especialista a Noticias Aliadas, podría contarse con “información en cantidad y calidad que nos permitiría hacer modelos y pronósticos”, así como establecer sistemas de alerta temprana que amortiguarían efectos como los provocados por el Niño Costero. Tampoco hay, añade, “infraestructura resiliente al clima”, que podría resistir con más fuerza situaciones como esta.

Del fenómeno se venía hablando en el Perú desde el 2015. La Organización Meteorológica Mundial anunció que se estaba produciendo un episodio de El Niño para el 2016. Sin embargo, se presentó este año como un calentamiento superficial únicamente localizado en las costas peruanas y ecuatorianas, y muy intenso.

Si bien Ecuador sufrió también efectos desastrosos —21 muertos y 1,410 desplazados, según recogió el portal Mongabay.com—, fue en el Perú donde el golpe fue mayor, a lo que se sumó la falta de preparación en general, de infraestructura, como apunta Chambi, y al mismo tiempo, de estrategias integrales que habrían sido útiles.

Ferradas señala entre ellas la ausencia de un “manejo de riesgos en cuencas y quebradas”, un vacío que aumentó, de manera dramática, la vulnerabilidad en incontables zonas a lo largo y ancho del territorio peruano. En Chosica, por ejemplo, localidad al este de Lima, la capital, los desbordes y huaicos han causado estragos y destrozos en sucesivas ocasiones.

La ocurrencia de lluvias en esta área se habría debido, no tanto al Niño Costero, sino además al ingreso de nubes potencialmente lluviosas desde la sierra central del país. El hecho es que, como observa Ferradas, las “medidas de prevención” fueron insuficientes, y el panorama —allí y en otras regiones— se agravó por la incontrolable especulación existente sobre el suelo urbano.

Vastos territorios altamente vulnerables, muy pegados a una quebrada potencialmente peligrosa durante las crecidas, han sido vendidos, o hasta traficados, con la complicidad de empresas y municipios que ejercen un laxo control. Es decir, la pésima ocupación de los pisos ecológicos y ecosistemas, heredada del quiebre cultural causado por la Colonia, se ha ido pronunciando.

La prueba palmaria de que en el mundo prehispánico había una cultura preventiva más sólida es que, hacia fines de marzo, un grupo de pobladores de Catacaos se refugió en el centro arqueológico de Narihualá, ubicado a  2 km del pueblo, pero en una parte alta. Ejemplos parecidos se encontraron en otras partes del país, en medio de las imparables tormentas.

Urge infraestructura resiliente
Chambi señala que es importante hacer crecer la conciencia de la vulnerabilidad y fortalecer las capacidades “para que la gente no siga actuando como siempre”. No siga ocupando terrenos vulnerables, como se ha visto dramáticamente en los últimos años, o acaso siglos. Ahora, por primera vez en el Perú, se está hablando de posibles reubicaciones.

No parece un asunto fácil y, de acuerdo a las fuentes consultadas, es menester tener en cuenta algunas variables más. Para Ferradas, un elemento esencial es contar con “la organización de la propia población vulnerable”. En años pasados, en la misma zona de Chosica, se pudo amenguar los efectos de los huaicos poniendo “barreras dinámicas” que detenían la caída de piedras.

La infraestructura resiliente, por añadidura, puede ser “gris” (construcciones más resistentes) o “verde”, sostiene Chambi. Esta última implicaría una estrategia que ha sido puesta en práctica en el Perú, y en otros países, pero de manera pálida: reforestar las riberas de los ríos, a fin de que cuando las lluvias arrecien las plantas puedan absorber en parte el volumen de agua.

De parte del Estado, la respuesta debiera ser bastante más organizada. Algo observable en la emergencia suscitada por el Niño Costero, fue que el gobierno depositó la responsabilidad central en las Fuerzas Armadas, al punto que el ministro de Defensa, Jorge Nieto, asumió la conducción de los rescates y operaciones relacionadas con los desastres crecientes.

Existen organizaciones especializadas, como apunta Ferradas, y para el reparto de la ayuda humanitaria se contó con diversas instituciones públicas y privadas. La constante apelación de las autoridades y la población a colectas para los damnificados resultó muy plausible, pero la situación reveló que el aparato administrativo del Estado estaba en cierto modo desguarnecido.

Una cuestión fundamental surge del dolor generado por las tragedias que soportó el país en estos meses. No ha quedado claro, a pesar de los apresuramientos mediáticos, que el Niño Costero tenga que ver, directamente, con el cambio climático. La presunción de que es así es latente, pero la ciencia no ha sido definitiva al respecto, mientras no tenga plenas certezas.

Aún así, como afirma Chambi, es muy probable que el calentamiento global haga que “los eventos extremos [como, por ejemplo, lluvias extremas y sequías] sean más extremos aún, tanto en intensidad como en frecuencia”.

No parece, por eso, muy inteligente pensar que esta fue una situación excepcional, pues lo más probable es que se repita en el futuro, con más fuerza. —Noticias Aliadas.





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