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El problema valenciano. De la irritación y la queja a la acción política

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- He recordado estos días un artículo que escribí hace ahora treinta años, más o menos, titulado "La queixa i el lament front a la crisi de la Guerra Gran". Acababa entonces de publicar mi tesis doctoral bajo el título de Temps d’avalots [alborotos] al País Valencià, 1914-1923. Me refería a la crisis provocada en las comarcas centrales valencianas por los efectos de la I Guerra Mundial, y es que tanto el ferrocarril como el transporte marítimo se dedicaron de forma prácticamente exclusiva al comercio de las mercancías esenciales para los combatientes, lo cual perjudicaba extraordinariamente la comercialización de la producción agraria valenciana, de forma particularmente intensa a la naranja. El asedio de los submarinos alemanes a los puertos valencianos desde 1917 no hizo sino agravar la situación hasta el límite.

El hambre y la queja serán las dos constantes durante toda aquella época. Telegramas y comisiones en Madrid, a pedir atención por parte del gobierno de España. El hambre estará presente en todos los escritos dirigidos al Ejecutivo. Un ejemplo elevado desde Alzira: "Rogamos a V.E. atienda justas pretensiones Comisión naranjera región valenciana, salvando pueblo de hambre, ruina, miseria. Saludamos respetuosamente". La respuesta habitual del gobierno a tanta delegación era el silencio, y en otros casos vendrá de la mano del incremento de los efectivos de la Guardia Civil y el encargo al Ejército de intervenir para mantener el orden público amenazado por los miles de afectados por la crisis. La situación no hará sino agravarse y los alborotos, los disturbios graves, se mantendrán cada vez más duros hasta bien terminada la guerra en Europa.

Ahora, cuando ha pasado un siglo, la situación no tiene nada que ver con aquella de la segunda década del siglo XX. Salvo en un aspecto: el gobierno actual sigue sordo ante las peticiones de justicia presupuestaria que le llegan desde las tierras valencianas. La infra-financiación que el Estado aplica a los valencianos, histórico pero agravado durante los años de Rajoy en La Moncloa, hace tiempo que ha provocado un clamor de una desconocida unanimidad por estas tierras. Ante la infamia presupuestaria, el gobierno de Puig y Oltra, las organizaciones empresariales y los sindicatos, las universidades y las múltiples y variadas asociaciones de la sociedad civil, han exigido una financiación que atienda al peso poblacional de los valencianos en el conjunto de España.

Al hacerse públicos los presupuestos que Rajoy y Montoro han aprobado como Gobierno, en Valencia se ha producido un clamor de tanta unanimidad que -cuidado que es llamativo- incluso el PP firmó una declaración de las Cortes Valencianas en la que se ponía negro sobre blanco el "rechazo más absoluto" a las inversiones que contemplan los presupuestos del Estado para 2017, del 6,9 por ciento, que no sólo no compensa la insuficiencia inversora de los últimos años, sino que las inversiones además de no ajustarse al peso poblacional suponen una reducción de 209 millones respecto a 2016. Además, los grupos firmantes han recordado que cada valenciano recibirá 119 euros, muy por debajo de los 184 de media nacional, y demasiado lejos de las cifras de otros territorios en los que sus ciudadanos recibirán hasta tres veces más.

La vicepresidenta Oltra ha declarado que "Mariano Rajoy ha conseguido enfadar a todos los valencianos". Como ha escrito Salvador Enguix en La Vanguardia: "Sólo hay que ver la prensa valenciana de estos días, de derechas y de izquierdas, para entender la unanimidad en la crítica al Gobierno. Unanimidad ". No le falta razón al periodista cuando afirma que lo que está consiguiendo Rajoy es generar las condiciones para que se instale un sentimiento pre-soberanista en la sociedad valenciana y que sea el embrión de una especie de problema valenciano, a la forma y manera de otros como el vasco o el catalán. Los empresarios autóctonos, que están lejos de posiciones asimilables a cualquier tipo de soberanismo, ya dicen sin esconderse que es evidente que los valencianos no pintan absolutamente nada en Madrid. Es una opinión que de momento el PP ignora.

Tradicional e históricamente pocas veces se ha ido desde Valencia más allá de la queja y el lamento frente al gobierno central; pocas veces se ha sustanciado aquello de "en Madrid no nos hacen ni caso". Es más, hace cien años y también ahora está plenamente vigente la primera estrofa del himno regional que dice "Para ofrendar nuevas glorias a España...".

Pues sí, ofrendar se ha ofrendado todo lo que ha hecho falta, pero el gobierno de Madrid, de cualquier signo y color, ha sido indiferente ante tanto patriotismo españolista. El PP gobernó la región durante veinte años, y la convertió en escaparate de las supuestas espléndidas bondades gestoras de los diversos líderes regionales: Zaplana, Olivas, Camps y Fabra. Al perder la mayoría absoluta, el Pacto del Botánico permitió que el PSPV y Compromís, con el apoyo externo de Podemos, constituyeron el gobierno actual. La animadversión del PP de Rajoy se redobló en perder aquellas elecciones; además, la corrupción generalizada de su partido, que ha generado en Valencia un rosario de procesos judiciales que ya han conducido a prisión a algunos dirigentes y que mantiene a otros con muchas posibilidades de acabar igual, parece que acentúa el deseo de castigar la ciudadanía valenciana por parte del Ejecutivo de Madrid. ¿Cómo explicar, sino, los insultantes presupuestos presentados por Rajoy?

No deja de ser sorprendente que tanto fervor por la unidad de España, tanta manía de ver ataques en contra de ella en cualquier reivindicación hecha desde las regiones periféricas, y la rotura más palpable, más contundente, explícita e innegable, es la que perpetra ahora el PP. Tanto es así, que Mónica Oltra ha declarado: "España no se rompe por la periferia, sino por los presupuestos generales del Estado".

Cabe preguntarse si ahora, un siglo después de aquella crisis de 1917, la de la Guerra Mundial, los valencianos trascenderán la queja y el lamento y convertirán la irritación en acción política; en una nueva dinámica partidaria que se apoye en el hecho diferencial propio y obligue al PP de Rajoy a atender las justas demandas que se reiteran desde Valencia. Todo hace pensar que esto no ocurrirá si los diversos actores políticos y sociales autóctonos no hacen emerger en el escenario político español el problema valenciano.




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