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La bandera a media asta, ha decretado el Ministerio de Defensa

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Cuando era niño, hace ya demasiados años, en los sesenta, con Franco todavía en El Pardo, vivito y amargando, la Semana Santa era una pesadilla para los que no éramos hijos de familia religiosa. Para los que sí lo eran seguramente también, pero eso debería contarlo otro.

Se imponía, sin derecho a reclamo, una especie de luto riguroso. No se cantaba, no se expresaba alegría alguna, no se exteriorizaba ningún signo que declarara felicidad, por modesta que ésta fuera. Las emisoras de radio, las pocas que había, emitían música clásica, preferentemente sacra. Nada de gozo o contento, todo había de ser triste, fúnebre, dramático.

Era muy niño, no tendría todavía los diez años, y bajé la escalera del edificio saltando escalones y silbando, imagino que feliz porque iría a encontrarme con los amigos. La portera salió de su garita como por un resorte y me detuvo con aspavientos exigiéndome silencio. No recuerdo sus palabras, porque el susto me había paralizado, pero me hablaba de “la muerte de nuestro Señor”, y me amenazaba con las penas del infierno. Salí de allí muerto de miedo y convencido de haber cometido un pecado de los más graves. Una de las dos hojas de la puerta del patio permanecía cerrada, como cuando moría un vecino. Mucho miedo.

La Semana Santa tuvo, con más fuerza desde entonces, unos tintes tenebrosos para mí. Era tiempo de silencio, de oración y recogimiento, decían. Menos mal que más adelante me reconcilié con la música clásica, porque creo que en aquel tiempo hicieron todo lo que pudieron porque la detestara al asociarla a represión, dolor, sufrimiento, muerte.

Así eran muchas cosas en aquella España cuartelera y beata. Todo se imponía, nada se explicaba, todo se exigía, nada se discutía. Y lo que se imponía y se exigía eran las formas, las pautas, los dogmas de quienes habían vencido en la guerra. Que a ningún vencido ni hijo de vencido se le pasara por la cabeza olvidarse de eso; que nadie descuidara esa realidad. Todo el mundo a cantar el himno fascista y a levantar el brazo cuando la autoridad lo considerara, todo el mundo a misa, todo el mundo a recibir la Formación del Espíritu Nacional, todo el mundo a memorizar el último parte de guerra firmado por Franco el 1 de abril de 1939.

Tengo estos recuerdos cuando leo que el Ministerio de Defensa ha enviado una circular a todos las instalaciones militares en la que ordena que "desde las 14:00 horas del Jueves Santo hasta las 00:01 horas del Domingo de Resurrección, la enseña nacional ondeará a media asta en todas las unidades, bases, centros y acuartelamientos".

Malo es que el Ministerio de Dolores Cospedal olvide un decreto vigente, aprobado por la tristemente fallecida Carme Chacón, en el que se estableció que la bandera se arriara a media asta solo por la muerte de militares en acto de servicio, el rey, su heredero, consorte o los días de luto nacional. Sin embargo, es todavía peor la explicación que da el Gobierno. Siempre es así con el PP, malo lo que hacen, y peor cuando te lo explican.

Dice el Ministerio que con esta disposición se "respeta el ejercicio de la libertad religiosa" y que esta medida "forma parte de la tradición secular de los ejércitos".

Bonita forma de respetar la libertad religiosa en un país aconfesional, en el que el artículo 16.3 de su Constitución dice: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”.

Estamos, me temo, cada día más cerca de aquellas pautas que marcaron mi niñez. Desde el Gobierno actual, el del PP que preside Rajoy, se dirige el Estado desde su libertad religiosa, desde sus creencias, desde su confesionalidad, desde su [interpretación de la] Constitución. Así, cuando se nos explica, displicentes, que lo de la bandera a media asta entronca en la tradición secular de los ejércitos, debemos entender que no hay ni ha habido otro ejército más que el suyo, que el ejército que permaneció leal a la legítima República Española ese no era un ejército, era una horda… o similar.

Ese ejército del que hablan es el mismo que en estos días manda un pelotón de legionarios a custodiar el Cristo de la Buena Muerte en la procesión de Jueves Santo en Málaga. Y allí, haciendo viriles malabarismos con el crucificado, y ante la mirada atenta de la ministra Cospedal, le cantan su himno, el de la Legión, aquél de “soy un novio de la muerte / que va a unirse en lazo fuerte / con tal leal compañera”.

Veo y oigo, y me hago la pregunta que no supe hacerme en aquellas semanas santas de mi niñez: ¿Qué tengo yo que ver con esta gente?




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