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Uchyraccay, la deuda social del Perú

La prensa puede ser Ángel o demonio





Jorge Zavaleta Alegre.- Juan Manuel Vilca, Gerardo Torres, hoy Editor de Claridad, Roberto Cubas, y Pedro Sánchez, el penúltimo viaje a los andes de Huancavelica, 7 días antes de la tragedia de Uchuraccay


Mi saludo a Claridad. Mis primeras palabras: La prensa atraviesa por una profunda crisis de credibilidad. En este drama, la prensa local, aquella que se preocupa de los problemas concretos del poblador de las aldeas, de los pueblos remotos, es más importante que los grandes circuitos internacionales que manejan una sola “verdad”.

Como afirman los investigadores de la fundación madrileña Juan Manuel Flores Jimeno, los periodistas están cada vez más lejos de los procesos de producción y emisión de información y cada vez tienen menos control del producto final de la labor que desarrollan.

Las agencias de asesoramiento de periodistas, (periodistas “en el otro lado”) sirven más para defender los propósitos de grupo que proponer soluciones a las demandas sociales.

En este contexto, cabe recordar siempre la historia de Uchuraccay, en los Andes de Ayacucho, para entender como la violencia puede destruir la vida.

Uchuraccay, crimen de Estado, es una conmovedora Crónica , un relato de un testigo directo, cuya lectura nos invita a la reflexión. Gerardo Torres Cóndor, periodista comprometido con la verdad, nos entrega un informe publicado en Claridad, que ninguna crónica oficial podría haber recogido. No hay peor enemigo de la prensa que las organizaciones criminales y los Estados con sus informes oficiales, para confundir el universo que nos rodea.

Claridad, es el fruto de un sindicato de periodistas, que sale a las calles para ocupar el inmenso vacío informativo que deja la prensa empresarial, y que experimenta, con el impulso de la tecnología digital, una acelerada merma de lectores. Me alegra mucho que este nuevo vocero popular también tuvo el mismo nombre.de la Sonora, en la ciudad de Caraz, Región Ancash, a 50O km al Noreste de Lima, Este medio, con su cadena de altoparlantes en las esquinas de las principales calles, influencio en la población a leer poesía, literatura, hacer teatro, aprender a cantar, con el acompñamiento de instrumentos de cuerda y percusión. Los temas que abordaba eran esencialmente locales, porque ayudó a promover el turismo por la cadena de pueblos del Callejón de Huaylas, cuyo belleza natural es su gente laboriosa que cuidavba sus nevados, lagunas, ríos y manantiales.


Por GerardoTorres, Editor de Claridad
Uchuraccay sigue siendo una herida abierta y sangrante en el periodismo porque hasta ahora no se hace justicia a los mártires de la prensa nacional que fueron asesinados en la lejana comunidad de los Andes de Ayacucho, hace 34 años.
El alevoso crimen fue perpetrado un mes después de estallar la guerra interna en suelo ayacuchano, el 26 de enero de 1983, durante el segundo gobierno de Fernando Belaúnde Terry.
En vísperas de la Navidad del año 1982, el presidente Belaúnde había decretado el estado de emergencia en esa región, y encargó a las Fuerzas Armadas el control político militar para combatir a las huestes maoístas de Sendero Luminoso que dirigía Abimael Guzmán.
Los periodistas habían llegado a Uchuraccay el atardecer del 26 de enero, tras una caminata de varias horas desde el caserío de Toccto, hasta donde los trasladó el taxi que contrataron en la ciudad de Huamanga.
La delegación lo integraban Pedro Sánchez, Eduardo de la Piniella, Félix Gavilán (Diario de Marka) Willy Reto, Gerardo Torres; Jorge Luis Mendívil (El Observador) Jorge Sedano (La República), Amador García (revista Oiga), el periodista ayacuchano Octavio Infante y el guía Juan Argumedo.
En el grupo habían tres quechuablantes: Gavilán, Infante y Argumedo, quienes consideraban que no tendrían problemas de traducción si la necesidad lo exigiera, en una localidad andina.
Los periodistas y su guía recorrieron solitarios valles, montañas y quebradas profundas por un estrecho camino, sin pensar que estaban transitando el último trecho de su vida. El objetivo de ellos era buscar la verdad en torno a la matanza de varios adolescentes en Huaychao, comunidad vecina de Uchuracay. Ambas están asentadas en un valle andino a 4,000 metros sobre el nivel del mar.
El sangriento episodio había ocurrido una semana antes y las informaciones que se manejaban en Huamanga eran contradictorias. Viajeros procedentes de Huanta señalaban que los infantes de Marina habían ultimado a balazos a varios adolescentes. No precisaban cifras, en tanto que fuentes castrenses aseguraban que las víctimas eran senderistas que fueron linchados por los comuneros de Huaychao.
Los periodistas decidieron llegar al lugar de los hechos y partieron con la confianza de periplos anteriores a otros puntos de la zona convulsionada junto a colegas que días antes ya habían retornado a Lima, entre ellos el que suscribe esta crónica (Torres Cóndor).
Diez días antes de la tragedia de Uchuraccay viajamos con Pedro Sánchez y colegas de otros medios a Pariabamba, en la cuenca del río Pampas, Andahuaylas, Apurímac, donde lugareños habían encontrado en un desolado paraje el cadáver de la senderista identificada con el pseudónimo de Carla.
El 15 de enero contratamos un taxi y partimos temprano rumbo a la zona. Recuerdo como si fuera hoy que en los controles policiales y militares que pasamos preguntaban insistentemente por periodistas del “Diario Marka”, periódico de tendencia izquierdista que en ese entonces en Ayacucho era adquirido por más de 10 mil ejemplares diarios y a nivel nacional superaba tirajes de más de 100 mil.Resultado de imagen para fotos masacre de uchuraccay

Junto a nosotros viajaban también Manuel Vilca (La República), Roberto Cubas (Correo) y Jorge Torres Serna (revista Gente).No obstante el peligro, decidimos no mostrar la credencial de Marka. Pedro Sánchez enseñaba el carnet de “Quehacer”, revista de un prestigiado Centro de Investigación Social, y yo mostraba el carnet del Colegio de Periodistas del Perú (CPP).
Llegamos a Andahuaylas cerca de la media noche, tras un viaje de más de 12 horas, con torrenciales lluvias, lo que dificultaba el desplazamiento del automóvil por una carretera sin asfalto.
En Andahuaylas nos alojamos en el hotel de turistas, que estaba atestado de policías y efectivos del servicio de inteligencia del Ejército. Los colegas de la región y lugareños de la zona nos aconsejaron no continuar el viaje al río Pampas: “En las comunidades de la zona están los “sinchis”, cuerpo especializado de la policía, que operan vestidos de campesinos. No expongan su vida”, nos advirtieron. La mayoría de esa expedición decidió no seguir viaje.
Pedro Sánchez se molestó. Él era el más entusiasmado en llegar a Pariabamba. Decía que necesitaba tomar fotos y mostrar al mundo su trabajo profesional.
Hacía sólo dos días que él había llegado a la zona de guerra, en reemplazo de Severo Huaycochea, veterano reportero de “Marka” que estaba en Ayacucho desde el 23 de diciembre, un día después del ingreso de las tropas militares al mando del comandante Clemente Noél Moral.



Retornamos a Huamanga la noche del 17 de enero y en la madrugada del día siguiente, aproximadamente a las 2 am, el portero de la hostal “Santa Rosa” tocó la puerta de mi habitación, en el segundo piso, y me dijo que dos personas me buscaban y querían hablar conmigo. No salí, le dije que se identificaran y dijeran el motivo de su visita a esa hora.
El portero llevó el encargo y 5 minutos después retornó. “Insisten en hablar con Ud., dicen que han secuestrado a la hija del distribuidor del periódico”, dijo. El distribuidor de “Marka” en Huamanga era un hombre humilde de baja estatura de apellido Quispe, cuya tarea contaba con la ayuda de su hija Norma, una colegiala de 15 años de edad.
Me preocupó el mensaje y estuve a punto de despertar a Pedro Sánchez para salir juntos, pero un mal presentimiento me detuvo y le dije al portero que me sentía con malestar y les diga a los visitantes que buscaría al distribuidor de Marka a las 7 de la mañana. Así fue, a esa hora hablé con Quispe, me confirmó que habían llevado a su hija. El responsabilizaba a los militares del secuestro.
Ante mi requerimiento, Quispe me dijo que él no había ido a buscarme a la hostal, hecho que me preocupó y desde ese momento pensé en algo malo me podía pasar.
El 19 de enero hablé con el director del periódico, José María Salcedo, y pedí mi relevo. Retorné a Lima el 22 de enero y dos días después partió a Huamanga mi reemplazo, Eduardo de la Piniella.
Los periodistas sabíamos que al Comando Político Militar le molestaba las noticias que se difundían en el país y el mundo de lo que ocurría en la zona convulsa. Casi todos los días, los senderistas mataban policías, jueces, alcaldes y gobernadores. Incursionaban en pueblos y caseríos y asesinaban a jóvenes y adultos inocentes que se resistían plegarse a sus filas.
Después que se marchaban los subversivos, llegaban los militares y policías y también mataban a los pobladores acusándoles de terroristas como sucedió en Accomarca, Lucanamarca, Putis, Pampa Cangallo y muchas otras comunidades de la región
Los periodistas que llegábamos a los pueblos a donde habían incursionado las fuer-zas beligerantes escuchábamos sólo relatos de horror de parte de los sobrevivientes. Mujeres ancianas imploraban ayuda de rodillas, decían en quechua que los senderistas o militares mataron a sus hijos o que se habían llevado a sus hijos. Javier Ascue (ya fallecido), que trabajaba para “El Comercio”, nos servía de traductor.
La estrategia de los militares en Ayacucho era de tierra arrasada, no podían dejar testigos en las zonas donde incursionaban. Eso fue lo que ocurrió en Uchuraccay y en Accomarca, por mencionar sólo dos ejemplos.
La matanza de Accomarca ocurrió el 14 de agosto de 1985. Empezaba lo que sería el primer desastroso gobierno de Alan García, sindicado hoy como uno de los ex mandatarios más corruptos y que amasó fortuna en sus dos gestiones.
Teófila Ochoa Lizarbe, la única sobreviviente de Accomarca, reveló ante los tribunales de justicia que ese día, en horas de la mañana, una patrulla militar incursionó en el pueblo y obligó a 60 comuneros, entre adultos y niños, ir a la plaza para una supuesta asamblea.

Después fueron obligados a ingresar a una casa casa donde fueron acribillados a balazos y luego la incendiaron para que no quede evidencia. Teófila, que entonces tenía 12 años, presenció el horror desde la parte alta del poblado. No estuvo entre los sentenciados a muerte porque se había demorado en retornar a casa de un mandado que le hizo su madre, doña Silvestra Lizarbe.
Teófila relató que después los asesinos la persiguieron a balazos, pero gracias al Divino no la mataron. Logró salvarse y vivió para contar el horror ante el mundo.
La justicia ha condenado a los criminales de Accomarca, 31 años después, aunque no a todos. Al responsable político, Alan García, no le pasa nada. Los familiares de los periodistas masacrados en Uchuraccay, los gremios profesionales y todo el Perú exigen sanción para los asesinos de los mártires del periodismo.
El poder militar y político de entonces afirmaba que los comuneros de ese alejado poblado de las alturas de Huanta. dijeron que lo confundieron con terroristas, pero los alzados en armas nunca an-daban cargando cámaras foto-gráficas sino fusiles, cuchillos, machetes y dinamita.
Cuando fui citado a declarar a la Comisión investigadora que presidió el escritor Mario Vargas Llosa afirmé todo lo relatado en esta crónica y puntualicé que no creía que los comuneros sean los criminales. Sustenté mi afirmación en el buen trato que recibíamos los periodistas en las comunidades a las que llegábamos en misión periodística.
Ante el requerimiento del Nobel, señalé que para mí en el asesinato de los periodistas tuvieron participación activa los militares y los policías vestidos de campesinos.





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