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La esperanza del presente

OPINIÓN de Ana Cristina Bracho, Venezuela.- En un primer texto esta semana nos propusimos dibujar un país que necesita respuestas. Más allá de nuestra postura política en general y sobre el llamado a la Asamblea Nacional Constituyente en particular, eso no lo podemos negar. La vida sobre la línea de tensión donde estamos a un paso de la barbarie y de la perdida de la República es insostenible. No lo aguanta ni nuestra cotidianidad, ni nuestra economía y precipita malos tiempos históricos.

Los venezolanos sabemos poco de guerras. Todavía el mundo está lleno de abuelitas que vivieron la segunda guerra mundial y se vinieron a América Latina. Ellas que saben lo que es el hambre y apuran al deber de la preservación de todo, regañando a estas generaciones que dejan perder cosas y comidas. Nuestro país vivió dos grandes guerras que le costaron a cada vez, aproximadamente la mitad de su población y que dejaron en letargo la construcción del Estado, la guerra de Independencia y la guerra Federal.

Pero no por ello debemos pensar que el resto del tiempo histórico fue placentero y pacífico. Nuestro siglo XIX fue un eterno conflicto, tiempo de angustias e intrigas, de caudillos con breves constituciones y gobiernos. El siglo XX, tuvo dos grandes dictaduras, a Gómez y a Pérez Jiménez, sangrientas y opresivas, dotadas de una buena dosis de apoyo internacional.

La segunda mitad de aquel siglo contó con la proscripción del comunismo, con el miedo a la cubanización y el desarrollo del concepto de la vitrina de la democracia. Es el tiempo de la inequidad, del club de golf vs. el cerro, de la prueba de los métodos de tortura y desapariciones forzadas que luego dominarían el sur. Es el tiempo de los carros negros y el lanzamiento de los adversarios políticos desde los helicópteros.

De todos esos procesos Venezuela supo levantarse mediante la conquista de la politización. Es falsa la idea de la estabilidad incluyente o de la alternabilidad abierta antes de 1999. Por ello, pese a que hemos llegado a este tiempo en el que necesitamos respuestas, primero tenemos que ver que también formamos parte de una sociedad que decidió mirarse y oírse para cambiar.

Por ello, mal puede venir la oligarquía con franelas a pintarnos la consigna, históricamente falsa, que son libertadores porque este es un país que tiene toda su historia despierta y que ha cultivado su Independencia con los pobres de la tierra.

Estamos despiertos. Con nuestra fuerza desde este país se impulsaron tres constituciones en el Continente, se cambió mundialmente el concepto de democracia y el de justicia. Avanzamos en la nueva geografía de toda América. Rompimos el esquema de la economía con un único cliente, socio y maestro. Todo lo hicimos y lo asumimos, por eso, ahora pagamos con la orfandad que significa que nos haya, la vida o la canalla, quitado a Chávez.

Nuestro proceso político y su motor para todo el tercer mundo siempre han sido mal vistos. La molestia del cambio político en Venezuela la manifestó desde el comienzo los Estados Unidos y se valió de sus espacios de influencia para hacerla parecer como ponderada, objetiva, neutra.

Por ello, en ese esquema regional corrieron a inventar documentos que rescataran la representatividad y juraron el fracaso de un proceso popular. Entonces, el presente es tan sólo un capítulo agudo, quizás final, de esa situación de persecución.

La misma cada vez ha sido más violenta como lo sabemos si recordamos que estamos a dos años de que nos declararan una amenaza inusual y extraordinaria para los Estados Unidos y eso, desde ninguna perspectiva es poca cosa.

Al ser una amenaza los países que dependen, económica o militarmente, de los Estados Unidos y los que simplemente le temen, comienzan a retirarse silenciosamente antes que aquello les salpique. La historia les enseña la saña violenta que aplica Estados Unidos, cuando por la política o la guerra, tuerce los brazos de los pueblos.

Por eso es falso, que el pueblo venezolano se haya entregado o no esté dando la pelea, lo que ocurre es que es una gran la pelea esta que damos. Tan simbólica, alimentada por las deficiencias y contradicciones, individuales y colectivas que es una estrategia para desesperarnos.

Pero el camino nunca ha sido un camino de rosas. Apenas cuando arrancamos la Revolución bolivariana habían quienes hablaban del fin de la historia, de un triunfo definitivo del capitalismo sobre el socialismo, de la hegemonía absoluta de los Estados Unidos. Con esa mar en contra hicimos el tiempo constituyente que parió la generación más formada y la que ha tenido más auxilio del Estado, en la historia nacional.

El mar en contra en este momento es una posible guerra de misiles entre Corea del Norte y Estados Unidos. Este último país, así como otros de Europa, han rechazado la política y puesto en la Presidencia ciudadanos que vienen del mundo financiero. Esto mientras vivimos en un planeta donde hay más migrantes precarios, más gente que muere de hambre, más niños que no son tratados por enfermedades curables, menos gente con acceso a la salud en los países industrializados y que el dinero le queda a menos gente, eso sí, cada vez en mayores proporciones.

El mundo es un enorme espejo, la opresión se obtiene fundamentalmente forjando el acuerdo de los oprimidos especialmente a través del miedo. Hay que dibujar un mundo donde el progreso es individual y no colectivo y salirse de esa lógica es una tragedia.

Por ello, construir un proceso político de masas bajo lemas de justicia social es un asunto muy complejo. La idea del otro mundo posible se enfrenta a que no pocos piensen que como a las culebras estas ideas hay que matarlas por la cabeza.

El proceso nacional, en medio de esa historia y en este contexto mundial tiene que mirar algunas cosas. La juventud, que es la mayoría de nuestra población tiene un rechazo –al menos aparente- del discurso político nacional tradicional, incluso independientemente del sector político al cual se sientan atraídos.

Los muchachos no conocen el pasado y me atrevería a afirmar, que no lo quieren conocer. Requieren una construcción en futuro y esta, como terreno poco labrado en el discurso político de la izquierda, ha sido un campo de siembra para el mercado. La conquista de la igualdad en su imaginario dista de aquella que dio paso a la Revolución que buscaba la igualdad de oportunidades. A nuestros jóvenes la guerra económica les ha dibujado una hipotética posibilidad de igualdad-libertad en el consumo.

La rabia del hoy sea inoculado desde la ambición por las cosas. Por ese supermercado o centro comercial atiborrado de primeras marcas donde su existencia es tan idílica que poco parece importar si existe la posibilidad cierta de comprar en él.

Tan evidente como saber que ese no es todo el país, ni toda la juventud, es el hecho que esto no lo podemos obviar y que no existe en el presente una herramienta que nos permita contestarnos hacia dónde va un barco que nadie dirige, que no tiene responsables ni jerarquías, que alimentan desde afuera y que tiene como objetivo golpear, en lo más profundo, la noción de un país.

Un barco con dichas características, cuyo combustible es el odio y su objetivo romper un país, no puede entrar en la definición de oposición política. Porque es precisamente un ejercicio de anti política pero no es tampoco todo el mar.

Si el mar fuese el país entero, amplio y diverso, en el encontraríamos el deber del encuentro, de la superación y de la justicia. En el presente el debate de cómo se evita el conflicto y como se gana la justicia es objeto de múltiples formulas pero en todas se reconoce como herramienta la negociación.

Para llegar a esto, a la contextualización de este como un momento difícil y de aquellos como sujetos políticos con otros conceptos, tendríamos que construir espacios donde la actualidad deje de ser un oscuro capítulo y pase a ser el tiempo de la siembra de un futuro mejor. Es el tiempo donde muchos saltarán del barco, ciertamente pero con ellos no hay que centrarse en cuestionarles como personas sino en mirar, los procesos que fallaron, los objetivos que definidos antes ya no sirven para este tiempo.

Hablar con todos más allá de los propios ombligos y tomando la fuerza devoradora de los enemigos para entender que pasamos del por ahora, al definitivo es ahora.

Pensar en positivo en todo este tiempo es obligatorio porque muchas grandes batallas, bíblicas e históricas, las ganaron los más pequeños, los más enclenques contra gigantescos ejércitos. Buena fue la pela que le dio la dignidad de Vietnam a los Estados Unidos como imposible fue la ganada, cerro a cerro, Campaña Admirable de Bolívar.

Hace un tiempo, cuando las cosas eran más simples, Soto Rojas me contaba que ellos nunca soñaron que todo lo que hemos sido llegase a un día a ser realmente posible. Con su fuerza y aliento recojo esta idea, sin distraernos superar esto será un capítulo más.



https://anicrisbracho.wordpress.com/2017/05/30/la-esperanza-del-presente/




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