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Voracidad y diente

OPINIÓN de Ana Cuevas Pascual.- "Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento."
Miguel Hernández


Los trabajadores de este país hemos padecido sucesivas reformas laborales con los gobiernos socialistas y populares en los últimos años. En cada una de ellas se han ido cercenando miembro a miembro, como si de un cuerpo humano se tratara, derechos consolidados tras largos años de lucha y sacrificios. Pero hay que reconocer que la reforma estrella, la "Madre de todas las reformas", fue la del 2012. En esta, evisceraron lo que quedaba del cadáver. Ya debimos olernos el pastel cuando Rajoy soltó aquello de que era una reforma equilibrada mientras el presidente de la CEOE y el del Cepyme reprimían sus ansias de dar volteretas y, a micro abierto, el cachondo de Rosell susurró a a su homólogo Terciado: "Serios, muy serios, que si no..."
 
¿Si no qué señor Rosell? Aunque hubieran dado ustedes palmas con las orejas no hubiera sido más notoria su satisfacción. Nos dimos cuenta sí. Y empezamos a preparar la vaselina. Eran esos días en los que nos explicaron que los mileuristas habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades para justificar la matanza. Esos días en los que los anteriores capos de la patronal, gente como el ladrón y estafador Díaz Ferrán, nos escupían a la cara que lo que había que hacer era trabajar más y cobrar menos. Otro inquilino de Soto del Real. Un centro que alberga a múltiples chorizos ilustres que también nos pedían sacrificios mientras atracaban el país a todo trapo y se llevaban el botín a Suiza.
Pero la voracidad de los tiburones de la patronal es insaciable. Son unos nostálgicos de aquellos maravillosos años en los que la esclavitud consolidó grandes fortunas. La sangre de los latigueros del Mississippi corre alborotada por sus venas. Y quieren más. Nunca tienen bastante. Por eso a Rosell le parece de miedo lo que ha dicho Jordi Cruz (juez de un programa llamado Masterchef) acerca de las condiciones esclavistas en las que trabajan muchas personas en restaurantes exclusivos, lujosos y carísimos (como el de Adrià, Muñoz, Berasategui o él suyo mismo) : Si toda la gente que está en mi cocina estuviera en plantilla, el negocio no sería viable.

¡Pues claro que no chatín! Lo mismico le decían los faraones a los pringados que les construyeron sus pirámides. Además de tener el privilegio de trabajar de sol a sol para mí, con palos gratis incluidos, ¿no pretenderéis tener un sueldo?. El argumento es calcado, solo que extrapolado unos pocos siglos de nada.

Lo que ignoro es si Jordi Cruz hizo estas declaraciones antes o después de comprarse un palacete por tres millones de eurejos. Parece que "el garito" le sale a cuenta. Vamos, que es viable tener a media cocina trabajando a destajo dieciséis horas diarias por la jeta para que le amo se pueda dar la vida padre. ¿Mola o no mola?

¿Cómo no va a ponerse burraco el jefe de la CEOE? Ese es el arca perdida, el santo grial y la piedra filosofal, en un solo pack, en la ensoñación de nuestra gloriosa patronal : Que nos resignemos a trabajar sin cobrar. Y no solo los becarios, vírgenes vestales que se sacrifican con total impunidad, sino la totalidad de la clase trabajadora. ¡Bastante tienes con tener trabajo! Es la respuesta con la que nos encontramos a diario si queremos reivindicar un derecho o defendernos de un abuso. Y a una le dan ganas de contestar aquello de: Lo que usted diga señorit@ Escarlata. Pero ni siquiera pillarían el sarcasmo.

Porque voraces son como la orilla de un río. Pero a medio plazo, son un poco lerdos. Desde mi lógica elemental la cosa va así: España no es un gran país exportador. La mayoría de las ventas de las empresas son nacionales. Ergo, dependen del consumo interno para mantenerse. Si la mayoría de los trabajadores tenemos una economía de posguerra, ¿Quién comprará sus productos?. ¡Ay! Les puede la avaricia. Y es que, hasta para depredar, hay que tener medida.

El otro día se celebró el 1 de mayo y a mí me dio mucha tristeza, voy a ser sincera, el discurso templado de las grandes organizaciones sindicales. Cuando hablaron de la pornográfica corrupción que asola la política, se estaban meneando la pelusa del ombligo. O dicho de otro modo, ignorando la propia. Una corrupción que ha conducido al redil mas conveniente a los borregos, sin demasiado aspaviento. Aceptando lo inaceptable sin tener el valor, aunque razones sobraban, para haber convocado una huelga general indefinida.

De tanto doblar la cerviz, se han provocado un esguince que dificulta que les llegue el riego al corazón y a la mente. Amagan como gatitos de angora que juegan a ser tigres por un día. Patéticas fierecillas amaestradas.

Pero rendirse no puede ser una alternativa. Los tiburones merodean a nuestro alrededor ávidos de beber más sangre obrera. Son implacables y no podemos servirles alegremente de carnaza.
Como decía Hernández, nosotros no podemos ser ellos... panteras deseosas de un mundo siempre hambriento. Nosotros, las trabajadoras y trabajadores de este país, no somos los de enfrente. Pero tampoco queremos el yugo que nos proponen como la solución y prevención a no se qué invento de crisis que, casualmente, ha engordado las arcas de los más poderosos. Y necesitamos unos sindicatos regenerados y dignos para poder combatir esta ofensiva del capital. Los gatos son muy monos cuando ronronean pero, para un tiburón o una pantera, son como "p´a luegos" de esos que quedan entre las muelas. Menos que nada.




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