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Una reconciliación que, tantas décadas después, no acaba de llegar.

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Se han cumplido cuarenta años de las primeras elecciones democráticas tras la dictadura franquista, y el Parlamento vivió un acto solemne en el que el rey Felipe VI se dirigió a los representantes políticos de la ciudadanía. No es que en su intervención el monarca olvidara alguno de los problemas centrales que España padece, como la preocupante tensión catalana o la asfixiante corrupción, ni que condecorara a personajes nefastos, ni siquiera que se alineara con las tesis de la derecha al insistir en que la ley es la ley y hay que cumplirla, olvidando que los allí presentes son quienes han de parlamentar para mejor aplicar las leyes, mejorándolas cuando sea necesario. Adaptándolas a las exigencias de la realidad, que es por definición cambiante.

Más lamentable resultó qué –en un acto de aquellas características- Felipe VI se olvidara de las víctimas de la dictadura, y también de las víctimas de la Transición, esa fase de la historia reciente que él mismo y tantos otros alaban como modélica e inmaculada. Ni una palabra sobre las dos mil quinientas fosas que existen en España, más de la mitad todavía sin abrir, en las que yacen los restos de ejecutados por la dictadura de Franco. Ni una palabra tampoco sobre las ciento ochenta y ocho víctimas del período de la recuperación de la democracia. Toda esa gente, no obstante, recibió un homenaje en un acto previo, también en el Congreso pero en una sala, no en el hemiciclo. A la reunión, organizado por Unidos Podemos, asistieron los diputados del PSOE, PNV, Compromís y PDeCAT. Ni rastro, claro, de los del PP ni de los de Ciudadanos. Xavier Domènech, el diputado de En Comú Podem aportó una reflexión interesante: "188 personas murieron por violencia institucional [durante la Transición]. En la Revolución de los Claveles [en Portugal, 1974], cuatro. A veces las revoluciones son más pacíficas que las transiciones".

Felipe VI habló de las elecciones de 1977, y las ligó con el “gran proyecto de reconciliación nacional, el gran propósito nacional de unir a las dos Españas que helaban el corazón de Antonio Machado”. Fue, posteriormente, Pablo Iglesias quien aconsejó al Jefe del Estado una mejor lectura del poeta. Toda la razón. Además, apuntemos que no fueron las dos Españas las que mandaron a Machado al exilio, las que lo llevaron a la muerte y a ser enterrado en Francia, en Colliure.

¿Reconciliación nacional? Habrá que convenir que no se ha producido realmente. Además, sería necesario reconocer que el interés puesto en esa reconciliación ha sido muy asimétrico. Muy descompensado.

Ya en junio de 1956, es decir, hace más de sesenta años, en plena negra noche franquista, el Comité Central del Partido Comunista de España propuso trabajar para lo que llamó Reconciliación Nacional: “En la presente situación, y al acercarse el XX aniversario del comienzo de la guerra civil, el Partido Comunista de España declara solemnemente estar dispuesto a contribuir sin reservas a la reconciliación nacional de los españoles, a terminar con la división abierta por la guerra civil y mantenida por el general Franco”.

Veintiún años después, en la campaña electoral de 1977, Manuel Fraga Iribarne, líder de Alianza Popular y padre político y preceptor de los actuales dirigentes del PP, entre ellos de Mariano Rajoy, gallegos ambos, estaba muy lejos de proponer algo semejante a lo enunciado por los comunistas más de dos décadas atrás. En aquella campaña, Fraga Iribarne afirmaba: “Que se medite bien, que se haga un voto útil a un partido capaz de defenderlo. Que no se vote por nostalgias, por resentimientos. Que no se vote por sentimientos de revancha. Hay que optar, en este momento hay que aclararse, hay que dar la cara, no hay más remedio. Y hay que ver quién puede dar al país seguridad, orden y ley, restauración de la confianza, relanzamiento de la economía, reparto eficaz de la nueva riqueza. Plantarles cara, —hay que decirlo—, a los grandes enemigos de España, que son el marxismo y el separatismo”. Los grandes enemigos de España, los de toda la vida.

¿Quién puede extrañarse de la política actual del PP de Mariano Rajoy? El actual presidente del Gobierno se ha jactado públicamente de no aportar ni un euro presupuestario para el cumplimiento de la Ley de la Memoria Histórica, así que lo de la reconciliación sigue siendo una voluntad expresa desde la izquierda y una negación terca desde la derecha. Así seguimos, tantas décadas después.

La actual Presidenta chilena, Michelle Bachelet, concedió en 2003 una entrevista al diario El Mercurio con motivo del 30 aniversario del golpe militar de Pinochet. En ella habló de la necesidad de trabajar conjuntamente por el reencuentro de sus compatriotas, y es que la señora más que de reconciliación, prefería hablar de reencuentro: "Por eso no uso, en general, las palabras perdón o reconciliación. Reconciliación, porque es un asunto muy personal. Para que haya reconciliación a nivel colectivo requiere que haya más verdad y justicia. No se puede borrar el pasado. Primero porque es imposible. Segundo, porque es peligroso no aprender de las lecciones de la historia. Y tercero, porque como médico sé que para que una herida sane tiene que estar limpiecita".

¿Se puede tener limpiecita la herida de la guerra y la dictadura con dos mil quinientas fosas en las cunetas, con el Valle de los Caídos como monumento funerario del responsable de la mayor tragedia de la historia de España? Todo parece indicar que todavía hay demasiada gente por estas tierras que no es que no quiera reconciliar, es que ni siquiera quiere reencontrarse con los que fueron derrotados, muertos, desaparecidos, humillados y exiliados por una dictadura de negra y cruel memoria.




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