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Dora Coledesky: feminista y trotskista, luchadora por el aborto legal

Mabel Bellucci.- En una clásica casa del barrio Ituzaingó, el 17 de agosto de 2009 murió Dora Coledesky. Durante años cruzó de prisa sus calles tranquilas para tomar el tren en dirección a Capital Federal. Allí vivía con su compañero de militancia y de vida, Ángel Fanjul, con quien se casó a los 24 años. Esta mujer, estampa feminista de las luchas contra la clandestinidad del aborto en Argentina, con zapatones gruesos, lentes grandes y rodete al corte de las sufragistas de principio del siglo XX, siempre brindaba el beneficio de la duda. Pese a la tozudez, a chillar con ira, a enojarse, era imparcial y franca. Dora tenía el mismo respeto tanto por lo que sabía cómo por lo que no sabía, sin posturas gerontocráticas.



Ella había nacido en Buenos Aires el 21 de junio de 1928 y, siendo una adolescente, la familia se trasladó a Tucumán. Al finalizar sus estudios secundarios, comenzó un febril empeño del que nunca se desligó: militar en espacios de izquierdas. Primero en una agrupación estudiantil, la Federación de Estudiantes Secundarios. Luego, transitó por el Partido Socialista (PS) para finalmente recalar en el Partido Obrero Revolucionario (POR), de tendencia trotskista, junto a Ángel Fanjul. Su ideario socialista provenía de una vieja prosapia familiar. Su padre, hombre culto y de escucha atenta comprometido con la defensa republicana durante la Guerra Civil Española, cumplió un rol sustancial en la elección de sus prioridades. Ese cúmulo de experiencias activistas juveniles, la fogueó como una ferviente oradora en actos públicas y también en asambleas universitarias. A la par, su claro discurso lo ponía en juego durante los eventos partidarios en las barriadas obreras de Buenos Aires. A poco de recibirse de abogada se proletarizó, cumpliendo con el “mandato revolucionario” de la época y comenzó a trabajar en la textil La Bernalesa, con un plantel de 5000 mujeres. Estamos en los años ’50. Para ese momento, Dora era un cuadro destacado del partido y con esa impronta participó en varias huelgas e ingresó a otro establecimiento, donde fue elegida delegada. De ahí aprendió su trato con mujeres pobres sin caer en falsas identificaciones ni posturas populistas. Supo escuchar sus charlas y secretos en los recreos. Le asombraba la apertura casi rayana a la desfachatez que tenían las obreras al hablar sobre sexualidad y aborto siguiendo el ritmo tayloristas de las máquinas.

Mientras tanto, en los ’70, con Fanjul abrieron un estudio de derecho laboral. Seis años después, con la dictadura militar en puerta, partían al exilio, en Francia, como tantísimos militantes políticos argentinos. De la misma manera como Buenos Aires le significó ingresar a un nuevo mundo, citadino y bricolage, París fue aún más intensa: se vinculó al efervescente movimiento feminista: “Se hacían reuniones de 500 mujeres, en la universidad de Vincennes, por ejemplo –le contó en una entrevista a Moira Soto–. A una de esas reuniones nos invitaron a las exiliadas para que contásemos lo que sucedía en nuestros países, luego surgió la idea de hacer un grupo de mujeres latinoamericanas que duró bastante tiempo”. En 1984, la pareja retornó a la Argentina. Dora volvía con un compromiso a cumplir, sin vuelta atrás: luchar por el aborto voluntario en su país. Se contactó con sus antiguas compañeras, entre ellas, sus queridas amigas Magui Bellotti y Marta Fontela, fundadoras de la histórica agrupación ATEM- 25 de noviembre.

Su opus magnum activista fue crear la Comisión por el Derecho al Aborto (CDA) junto con Alicia Schejter, Safina Newbery, María José Rouco Pérez, Laura Bonaparte, referente histórica de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, Carmen González, abogada feminista, Nadine Osídala y Rosa Farías, enfermera del Hospital Muñiz. Seguramente, imperó su trayectoria a la hora de definir el nombre de la agrupación. En 1989, por primera vez, la CDA se sumó a la movilización del 8 de Marzo, empuñando la bandera con un rojo vivaz que flameaba en la Plaza Dos Congresos. Como era su costumbre, esta Armada Brancaleone colocaba una mesa con revistas propias y producciones ajenas también. A contra reloj, el tiempo no les alcanzaba para tantas metas a realizar. Sus integrantes participaban en los Encuentros Nacionales de Mujeres, debatían en programas de radios comerciales como alternativas, escribían notas para periódicos y revistas de variado tipo y color, vendían sus publicaciones, recolectaban firmas de adhesión a su anteproyecto de ley, redactaban cartas a los políticos, hacían visitas a la hora del té para tomar contacto con las mujeres que integraban las filas partidarias.

El 25 de mayo de 1990, con una temperatura polar, en un viejo local “El Cántaro”, donde los vecinos del barrio de La Boca supieron de la primeras reuniones anarquistas, cincuenta mujeres se dieron cita para tratar cuestiones bien distintas de las que desvelaban a sus antecesores: realizar la “I Jornada de la Comisión por el Derecho al Aborto y a la Anticoncepción”. La actividad se constituyó a partir de dos talleres: 1. Anticoncepción y aborto. 2. Aborto y Anticoncepción y finalizó con una gran plenaria. Presentaron trabajos el Centro de Estudios de la Mujer (CEM), Indeso, ATEM- 25 de noviembre y Lugar de Mujer con el aporte médico de Susana Mayol, Zulema Palma y Alicia Cacopardo. A ello, se sumaba un pedido expreso de incorporar a los varones en la disputa; además de invitar a otras agrupaciones de mujeres, feministas, sindicales y políticas, con el fin de organizar una Campaña Nacional por la Legalización del Aborto.

El 25 de septiembre de 1993, una vez más la CDA lanzó este proyecto audaz. Entonces convocó a una reunión preparatoria en la Facultad de Filosofía y Letras/ UBA, generando un germinal de lo que en un futuro próximo sería la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito.

En verdad, a Dora le atraía compartir debates en alianzas heterogéneas, tal como lo experimentó durante su exilio parisino. Por ejemplo, abrió diálogo con Carlos Jáuregui –el principal adalid del movimiento homosexual de los noventa– y Lohana Berkins –presidenta de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti-Transexual (ALITT)–. Todo ello aconteció cuando en el grueso del feminismo porteño prevalecía posturas separatistas y mujeriles. Mientras que el activismo pro aborto colocó de relieve el diálogo mutuo de convergencia en términos de retroalimentación, de influencias recíprocas entre los nuevos feminismos y la disidencia sexo/genérica, contra la discriminación y el machismo dominante. No contenta con ello, en 1999, organizó desde la Coordinadora por el Derecho al Aborto una mesa debate “¿El aborto es solo una cuestión de mujeres?”. Sin dudas, fue una de las primeras oportunidades que referentes relevantes del arco de la comunidad homosexual, integrantes sindicales, grupos feministas junto con izquierdas independientes, se sumaron a una actividad peculiar: las voces que intervenían eran varones atentos a la cuestión. Un modo diferente de abordar las clásicas campañas del “Yo aborté”.

Hacia 2003, en el XVIII° Encuentro Nacional de Mujeres, en Rosario, un plan de lucha nacional por el derecho al aborto fue apoyado por miles de compañeras. Bajo la presencia de casi todos los grupos feministas del país, obreras de Brukman, de Zanón, de organizaciones piqueteras, trabajadoras estatales, estudiantes, diputadas nacionales como provinciales, de movimientos provinciales, numerosa cantidad de jóvenes, integrantes de partidos políticos de las izquierdas, de Madres de Plaza de Mayo y también independientes, todas ellas asistieron a la asamblea que reunió a más de 300 personas. Todo lo demás es presente.



*Mabel Bellucci es activista feminista queer. Integrante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) en el IIGG-UBA y de la Cátedra Libre Virginia Bolten de la UNLPlata. Su último libro es Historia de una desobediencia. Aborto y Feminismo.
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