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En Filipinas, las trabajadoras migrantes reconstruyen su vida y defienden sus intereses en común

En las últimas dos décadas, un promedio anual de 172.000 mujeres filipinas [1] abandonaron su país para convertirse en trabajadoras migrantes, en busca de un empleo decente y de ingresos adecuados. Mientras que la mayoría de los trabajadores migrantes de Filipinas se emplean en la producción, las mujeres migran, principalmente, como trabajadoras domésticas y son vulnerables, en particular, al abuso y la explotación. Pero cuando existen oportunidades de migración seguras, las mujeres prosperan y contribuyen con valiosos servicios e ingresos.



Un programa mundial de ONU Mujeres, denominado “Promoción y protección de los derechos laborales y humanos de las trabajadoras migrantes”, trabaja para fomentar las capacidades de las organizaciones y redes de mujeres migrantes con el fin de mejorar la atención a las mujeres trabajadoras migrantes. Este programa, que en Filipinas es un proyecto piloto, cuenta con el respaldo de la Unión Europea. ONU Mujeres conversó con mujeres migrantes repatriadas y líderes comunitarias de la provincia de La Unión, ubicada a más de 400 km de Manila, donde el programa presta apoyo a diversas organizaciones de mujeres migrantes. Estas son sus historias.





“Migré al Oriente Medio como trabajadora doméstica porque mi esposo estaba por perder su trabajo por problemas de salud. Trabajé muchas horas —era la única trabajadora doméstica en una casa de familia de diez integrantes— y sufrí maltrato verbal. Hubo un tiempo en que no cobré el salario por varios meses...”, comparte Virginia Carriaga, de 55 años.

Luego de dos años de maltrato, Carriaga se escapó de su último lugar de trabajo en Líbano y buscó ayuda en la Embajada filipina. Antes de ser repatriada, pasó dos meses en un refugio de Beirut patrocinado por la Embajada, donde se convirtió en vocera de otras trabajadoras migrantes. Hoy, Virginia Carriaga es una empresaria exitosa, dueña de un bazar en Balaoan, gracias a la capacitación que recibió del Gobierno y de organizaciones de mujeres trabajadoras migrantes.





Primitiva Vanderpoorten, una enfermera retirada que trabajó en el Reino Unido por varios años, invirtió sus ingresos en la adquisición de propiedades en su país natal. Hoy ofrece su hotel en Luna como lugar de reunión de Bannuar Ti La Union, una organización de mujeres trabajadoras migrantes, de la que es miembro. “Incluso como enfermera, recibí comentarios ofensivos de pacientes. Me preguntaban por qué estaba en su país y me decían que debía regresar al mío”.





“Mi hijo abandonó la escuela secundaria y se involucró en actividades delictivas. Se enfadó conmigo por haberlo dejado en Filipinas. ¿Fui mala madre?, me pregunté”, comparte Virginia Estepa, extrabajadora migrante de 62 años. Ahora trabaja en el sistema de salud en la barangay (unidad más pequeña de la comunidad) en Naguilian. Al igual que muchas otras personas, Estepa migró al extranjero para mantener a su familia. Las mujeres migran para trabajar y dejan a sus hijas e hijos en su país de origen. En general no se conoce cómo afecta este costo social a las niñas y los niños. Las investigaciones muestran que los padres, las abuelas y las familias extendidas se ocupan de las y los menores.





El programa de ONU Mujeres, con proyectos piloto en tres países —Filipinas, México y Moldova—capacita a las organizaciones y los grupos de trabajadoras migrantes para fortalecer sus habilidades de promoción, el conocimiento de los derechos de las mujeres migrantes, el desarrollo organizacional, la planificación estratégica y la gestión comercial. Las organizaciones y los grupos de trabajadoras migrantes fueron decisivas en la provisión de información con la idea de posibilitar que las mujeres migren con seguridad y que sepan cómo denunciar maltratos y buscar ayuda.





Carmelita Nulledo, de 52 años, encontró particularmente útil la capacitación en desarrollo organizacional. Ella trabajó como empleada doméstica en Singapur y Hong Kong y ahora es agricultura y voluntaria en diversas organizaciones. “Desde la planificación de acciones durante nuestra capacitación, avanzamos con la identificación y con encuestas simples en la comunidad. Esta práctica generará datos sobre las mujeres migrantes, que servirán de información para la planificación y las políticas locales en el abordaje de las necesidades de las trabajadoras migrantes”, comparte. Al igual que muchas otras mujeres migrantes alcanzadas por el proyecto, Carmelita Nulledo es voluntaria en las oficinas de ayuda locales para las trabajadoras migrantes y sus familias. “Tuve una experiencia de migración positiva, y ahora estoy motivada a ayudar a otras personas”, comparte.





Las organizaciones de trabajadoras migrantes en Filipinas también brindan ayuda para reintegrar a las mujeres migrantes repatriadas con capacitaciones en medios de vida y desarrollo empresarial y con el acceso a los programas de asistencia, tales como becas para educación y capacitación, fondos para el desarrollo empresarial, asesoramiento comercial, servicios jurídicos y psicosociales provistos por el Gobierno, conforme a la ley nacional y ordenanzas locales.






Delilah Dulay, de 40 años, trabaja como cortadora maestra en la Producción de vestimenta de Aringay Bannuar, financiada por el Departamento de Empleo y el gobierno local de Aringay en la provincia de La Union. Este recurso provee empleo decente para las mujeres migrantes repatriadas. Dulay había migrado a Qatar para mejorar sus ingresos. Consiguió trabajo como empleada doméstica, por el que prácticamente dormía dos horas por día y por el que recibía un salario mucho menor de lo que le habían prometido. Luego de su regreso a La Union, Delilah Dulay se capacitó en Bannuar Ti La Union como parte de un proyecto de ONU Mujeres, se informó sobre sus derechos y aprendió el oficio como fabricante de ropa.

“Ser miembro de un grupo de mujeres trabajadoras migrantes nos ayuda a ganar confianza para enfrentar la vida cotidiana y sus desafíos. Nos une algo en común que surge de experiencias similares”, dice.






Edna Valdez, de 58 años, trabajó bajo duras condiciones durante cuatro años como empleada doméstica en Hong Kong. Hoy es la Presidenta de Bannuar Ti La Union. “El principal problema de las mujeres trabajadoras migrantes es que no conocen sus derechos. Incluso donde hay leyes y servicios, no saben cómo reclamar sus derechos o acceder a la ayuda. Por eso instamos al gobierno local a establecer una Oficina para Migrantes en cada estamento municipal, cumplimentando con la ley nacional, donde las personas migrantes y sus familias puedan acceder a la información y a servicios de ayuda”, dice Edna Valdez.

Hoy trabaja como voluntaria en la Oficina para Migrantes de la ciudad de San Fernando (provincia de La Union) tres veces por semana, donde deriva a las mujeres trabajadoras migrantes a los estamentos gubernamentales correspondientes para obtener asistencia jurídica y ayuda para la reintegración. Además, capacita a potenciales trabajadoras migrantes con el fin de que puedan identificar las señales de alarma y los riesgos de quedar atrapadas en la trata de personas y la contratación ilegal y que puedan acceder a la ayuda jurídica si sufren maltratos.






Hasta junio de 2016, 118 trabajadoras migrantes han recibido formación sobre sus derechos, 45 más en gestión empresarial y 49 en desarrollo organizacional. El programa piloto fomentó las capacidades fundamentales de las trabajadoras migrantes y sus grupos para que pudieran afirmar los logros obtenidos hasta el momento y continuar defendiendo los derechos de las mujeres trabajadoras migrantes a nivel local y nacional.




Crédito para todas las fotos:ONU Mujeres/Norman Gorecho

Notas

[1] ONU Mujeres (2016). Filipino Women Migrant Workers Fact Sheet (Ficha informativa sobre las trabajadoras migrantes de Filipinas)

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