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“Los narcos han infiltrado todas las instituciones mexicanas”

Entrevista con Alejandro Solalinde

Paolo Moiola.- Cada año miles de migrantes centroamericanos intentan cruzar México para llegar a la frontera norte e ingresar ilegalmente a EEUU. Es un viaje agotador y muy peligroso debido a los narcotraficantes y las autoridades locales. Muy pocos llegan a la meta. La mayor parte regresa o se queda en el camino soportando violencia y abuso y poniendo en riesgo la vida misma.



En este marco se inserta la labor del padre Alejandro Solalinde, sacerdote mexicano de 72 años, fundador del Albergue de Migrantes “Hermanos en el Camino”, que acoge migrantes en Ixtepec, en el estado mexicano de Oaxaca.

Paolo Moiola, colaborador de Noticias Aliadas, conversó con el padre Solalinde, nominado para el Premio Nobel de la Paz 2017, quien vive desde hace años con escolta armada debido a la sentencia de muerte decretada contra él por los narcos, que hacen pingües negocios a costa de los migrantes.

Padre Solalinde, ¿cómo se definiría?
En primer lugar, diría que soy un misionero católico. Trabajo en Ixtepec, estado de Oaxaca, en el albergue-refugio para migrantes. Empecé en el 2005, cuando pedí a mi obispo ocuparme de ellos. No fue fácil, porque parecía un desperdicio que un sacerdote se dedicara a la gente de la calle, a los migrantes. Pero, al final, obtuve el permiso.

¿A cuántas personas recibe el refugio?
En este momento, el Albergue de Migrantes acoge a un centenar de personas al día. Los migrantes se quedan un par de días o a lo más tres, y luego continúan su camino.

¿De dónde provienen?
Sobre todo de Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua. Pero también de Brasil, Costa Rica, Ecuador, Panamá, Perú y  Venezuela, incluso de Belice. Casi siempre llegan sólo para intentar cruzar hacia EEUU. Según las estadísticas, el 50% de ellos se queda en México, mientras que el 25% renuncia y se regresa; se rinde.

¿Y cuántos llegan a la meta final, el paraíso estadounidense?
De acuerdo con las cifras, el 25% de los migrantes alcanzan la meta y logran ingresar, incluso con [el presidente] Donald Trump. Quien controla la frontera no es México o EEUU, sino el crimen organizado. Si pagas o llevas droga, se las arreglan para hacerte pasar. No hay muro que valga, por más sofisticado que sea.

En Europa la mayoría de los migrantes son hombres jóvenes. ¿Y aquí?
También aquí la mayoría son jóvenes. Yo calculo que son cerca del 80% del total. Pero también hay niños y mujeres. Personas mayores he visto pocas; probablemente se resignan a quedarse en su lugar de origen. Y también los enfermos se quedan en casa. Son las personas más jóvenes y sanas las que viajan.

¿Cómo es una jornada típica en el albergue de Ixtepec?
Ninguna es igual a la otra, pero una cosa es la misma: cada día es siempre muy intenso. Temprano por la mañana —hacia las 5:30 am— rezo y leo el Evangelio del día. Hago ejercicios. Lavo y plancho mi ropa, si quiero estar limpio; nadie lo debe hacer por mí.

Luego bajo a la planta donde están los migrantes. A veces desayuno con ellos, después de que han hecho la limpieza del lugar. Visito los diferentes ambientes del albergue para ver cómo marchan: la carpintería, la panadería, la granja, la cocina (un sector que siempre necesita mucho trabajo).

También tenemos una biblioteca y una sala de computadoras donde la gente puede comunicarse con sus seres queridos. Hay una enfermería con dos médicos y dos enfermeras. Hay también un área psicológica con cinco encargados. En resumen, somos como una pequeña ciudad.

Cuando llegan los migrantes al albergue, ¿cómo son acogidos?
No puedo hablar con todos, así que los reúno, por lo general, en la capilla. Cuando han comido, se han lavado y cambiado de ropa, entonces los llamo.

Lo primero que les digo es: “¿Cómo ha ido su viaje hasta aquí?” Y luego: “Levanten la mano los que vienen de Honduras. Los de Guatemala. Los de El Salvador”. Y así sucesivamente. De esta manera me doy cuenta de qué grupo es. Y luego: “Levanten la mano los que son cristianos evangélicos”. A los que lo hacen les digo que presenten su iglesia por su nombre. Para cada iglesia damos un aplauso. Sí, es una forma de reconocer que su camino es correcto. Y que somos hermanos en la fe.
Después hago lo mismo con los católicos. Por último, digo: “Levanten la mano los que no tienen ninguna iglesia o religión”. Y también son muchos los que levantan la mano.

Luego pregunto lo que sucedió durante el viaje. Pido que me digan si ya han presentado su denuncia o todavía no.

¿A qué denuncia se refiere?
La ley dice que si un migrante ha sido víctima de un delito, debe tener una visa humanitaria. Lo mismo si en su país es perseguido o si su país es un lugar de violencia.
Nuestra oficina de registro evalúa la situación jurídica de cada persona que llega. Incluso, antes evalúa su condición psicológica y física: si una persona necesita atención médica, es enviada a la enfermería. Si presenta problemas emocionales por lo que ha pasado, es enviada al grupo de psicólogos.

Aparte de usted, ¿cuántas personas hacen funcionar el albergue?
Tenemos un equipo de ocho personas estables. Pero recibimos ayuda de numerosos voluntarios que llegan de todo el mundo. Incluso de China y Australia. Y muchísimas personas que vienen de Europa.

¿Cuándo y por qué los carteles de la droga comenzaron a interesarse por los migrantes?
Todo comenzó con [el expresidente] Felipe Calderón (2006-2012) que hizo una guerra insensata —y perdida— contra el narcotráfico [que dejó 60,000 muertos y 26,000 desaparecidos durante su mandato, según cifras oficiales y privadas]. Esta guerra provocó el descabezamiento de algunos carteles y la expoliación de otros, entre ellos los Zetas.

Estos últimos se quedaron sin liquidez para pagar la droga. La droga no se puede pagar a crédito: se paga inmediatamente. Por lo tanto, los Zetas pensaron en sacar dinero a los migrantes. Sabían que estos no tienen nada, pero tienen amigos y familiares en EEUU. Comenzaron, por lo tanto, a secuestrarlos y pedir rescate. En pocos meses lograron arrancar millones de dólares.
Además del rescate, pronto comprendieron que de los migrantes se podía obtener más: con la prostitución, la explotación laboral, el tráfico de órganos.

¿Cuántos carteles están involucrados?
Principalmente los Zetas y en menor medida el cartel del Golfo. De los otros no se sabe, pero ciertamente no trafican con los migrantes de manera sistemática.

¿Y las autoridades mexicanas qué hacen?
Son parte del negocio, ¡claro! Los agentes de migración, los policías, los políticos de todos los niveles son cómplices, sobre todo en el caso de los migrantes. Saben que es una fuente de dinero fácil y muy grande.

Yo suelo definir a mi gobierno como una “narcocleptocracia”. Los narcos han infiltrado todas las instituciones mexicanas. Es raro encontrar —yo no he conocido nunca— un político o funcionario que no robe.

En el Mediterráneo están los barcos chatarra o las balsas inflables; en México está La Bestia.
Comenzaron a llamarlo La Bestia porque es un tren de carga, no diseñado para transportar personas. Por esto los migrantes viajan en el techo o en el estrecho espacio entre los vagones. Durante 12, 13 o 14 horas.

Pueden ocurrir muchos accidentes, especialmente si la gente se duerme. O cuando suben los hombres del crimen organizado, que los tiran abajo si no pagan.

El tren sale desde el sur, desde Chiapas, a una hora de Guatemala. Tiene diferentes ramificaciones y puede llegar hasta Mexicali o Ciudad Juárez, en la frontera con EEUU.

¿También usted frecuenta el (supuesto) paraíso estadunidense?
Sí, viajo a EEUU cuatro a cinco veces al año para encontrarme con grupos de emigrantes, para saber cómo les va o qué podemos hacer por sus derechos. Son más de 34 millones de mexicanos los que viven allí legalmente. Y 6 millones los mexicanos que no tienen documentos (de un total de 11 millones de indocumentados, según el Pew Research Center).

Todos ellos envían dinero a México. La última cifra [2016] habla de unos US$27 millardos al año. Por esto digo que, después del narcotráfico, las remesas son la principal entrada para el país.

En Europa se debate sobre si los migrantes deben ser acogidos o deben ser rechazados. ¿Considera usted que existe un derecho a emigrar?
Creo que hay un derecho a no migrar cuando hay todas las condiciones de vida justas en sus lugares de origen. Sin embargo, el sistema capitalista ha destrozado las condiciones de vida en los países de origen de los migrantes: por la violencia, la falta de trabajo, la ausencia de oportunidades de desarrollo para los jóvenes.

Los movimientos migratorios siempre han existido. Pero es la primera vez en la historia de la humanidad que la migración es de sur a norte. Históricamente siempre ha sido todo lo contrario: de norte a sur.

En todo el mundo, la migración y los migrantes son el problema del siglo. ¿Qué puede hacerse?
Estamos de acuerdo en que el problema es estructural, es decir, que nace del sistema liberal-capitalista, entonces la única solución es cambiar el modelo. Evidentemente no se puede seguir así.
No se puede tener al 99% de la población mundial viviendo de las migajas dejadas caer por el 1% de la población. —Noticias Aliadas.




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