Ir al contenido principal

Refugiad@s en Uganda: sin agua

Diana Manilla Arroyo, coordinadora del proyecto de MSF de atención a personas refugiadas sursudanesas en Rhino (Uganda), narra su experiencia.


Atsushi Shibuya


¿Cómo es vivir un día sin agua? ¿Y cinco? ¿Seis? ¿Qué se siente cuando ni siquiera puedes lavar los trozos de tela que tuviste que usar como compresa? ¿Cómo te lavas las manos después de limpiar a tu bebé, que sufre su enésima diarrea desde que llegó al campo y que ha manchado toda su ropa y la tuya? ¿Cómo cocinas las habas y el maíz, que son lo único que puede comer aquí la gente?

Este es el día a día de los 43.000 refugiados que viven en Ofua, en la parte oeste del asentamiento de Rhino. Llegaron aquí huyendo de la violencia en Sudán del Sur. Sabían que lo que les esperaba en Uganda no sería fácil, pero no imaginaban que el agua sería uno de sus principales problemas. Uganda hoy acoge a más de un millón de refugiados, de los que casi la mitad llegaron a partir de julio de 2016, cuando el conflicto se intensificó en el país vecino; y, a pesar de sus loables esfuerzos por ofrecerles unas condiciones de vida dignas, la situación en los campos dista de ser medianamente aceptable.

Caminos que son barrizales

En Ofua uno podría tardar varios días en ir de un extremo al otro del campo: es enorme. Los caminos demarcan las zonas o 'vecindarios' donde los refugiados viven bajo techos de paja y entre paredes de plástico o barro. Estos caminos de arena, que, cuando llueve, se convierten en auténticos barrizales, están jalonados de tanques negros de agua, situados sobre sacos de arena, y junto a los cuales siempre hay colas de niños con bidones amarillos, esperando al camión que rellena el tanque. Cuando paso junto a ellos, siempre me sonríen y me saludan efusivamente, porque mi color de piel diferente les causa curiosidad y ganas de interactuar con esa persona extraña.

Uganda brinda a los refugiados los mismos servicios básicos que a los ugandeses, por ejemplo, atención médica y enseñanza. Además, les ofrece la oportunidad de trabajar y les asigna una parcela de tierra para que puedan instalarse y cultivar. En muchos sentidos, Uganda es un ejemplo a seguir, al contrario que todos esos países que cierran sus fronterasa millones de personas que se han visto obligadas a huir, dejanda atrás sus casas y sus vidas. Aunque también es cierto que existen muchos aspectos que no son tan idílicos y que deberían mejorarse de forma urgente.



Alice, una adolescente que reside en Ofua, me describió la violencia de la que había escapado no con palabras, sino con el gesto invisible de un cuchillo que corta el cuello. Esa es la descripción casi unánime que hacen habitualmente muchos de los adultos y niños que he conocido en este campo. No se acompaña de otros gestos ni de cambios en la entonación: es un movimiento casi sin emoción.

Alice huyó a Uganda con su hermana mayor y la hija de esta, una niña de 4 años; pero su hermana murió por el camino y, de golpe, Alice perdió su infancia. Ahora es ella quien cuida de su sobrina, día y noche, sin separarse de ella. Alice no va al colegio, no trabaja y ha perdido el contacto con sus padres, de quienes no sabe nada desde hace mucho. Me llama la atención su manera tan consciente de describir su pasado y lidiar con él; pero al mismo tiempo pienso en lo que daría esta chiquilla por poder dejar todo eso atrás y volver a la normalidad, que es lo que al fin y al cabo todo el mundo ansía en este campo de refugiados.

Camiones cisterna

En Ofua hay inmensos problemas relacionados con servicios tan básicos como, por ejemplo, el acceso al agua potable. Hace ya más de seis meses desde que el asentamiento comenzase a recibir refugiados y, a día de hoy, y a falta de soluciones alternativas más sustentables, la población en Ofua continúa en su mayoría dependiendo del agua suministrada por estos camiones cisterna de los que hablaba; un sistema de aprovisionamiento que resulta problemático e insuficiente. Desde cualquier lugar del mundo donde no hay filas de niños sosteniendo en sus manos bidones amarillos mientras esperan la llegada de un camión que no siempre llega, seguramente sea difícil entender los desafíos que supone vivir sin agua suficiente. En una ciudad europea cualquiera, estoy segura de que muy pocos se preguntarán cuántos litros por persona al día son necesarios, no solo para sobrevivir, sino también para llevar una vida digna. En todos los países occidentales el agua es algo que está normalmente disponible y cuyo uso sin limitaciones nos resulta completamente normal y cotidiano. Y así debería de ser siempre. Aquí, allí y en todos los lugares del planeta. En España por ejemplo, según los datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística en 2013, el consumo de agua en los hogares se sitúa en los 150 litros de media por persona y día.[1] Con estos litros de agua tiramos de la cadena del wáter, cocinamos, nos lavamos las manos, nos duchamos, nos quitamos la sed o regamos las plantas, entre otras actividades cotidianas. Fuera de la normalidad, y en situaciones de emergencia que se viven en otras partes del mundo, como conflictos armados, desastres naturales o epidemias, el estándar internacional mínimo es de 15 litros por persona y día. Con esos 15 litros se deberían cubrir las necesidades humanas más básicas en materia de alimentación e higiene. Parece poco, ¿verdad? Pues bien, aquí en Ofua el promedio es de tan solo 8 litros por persona al día. La gente sobrevive, sí, ¿pero se puede afirmar que estos estos 8 litros permiten tener una vida digna? Las consecuencias de la falta de agua, y también de la falta de higiene, resultan difíciles de imaginar.

En el mes de mayo de este año, Médicos Sin Fronteras realizo una encuesta que reveló que menos del 20% de la población femenina en edad reproductiva de Ofua recibe apoyo para poder comprar compresas, cuyo precio en el mercado local es inasequible para la mayoría de ellas. Tampoco hay muchas organizaciones que se las suministren de manera gratuita. Muchas dejan de salir de casa y de ir a la escuela porque no hay agua para lavar los pedazos de tela que utilizan una y otra vez. Y tienen vergüenza porque saben que huelen mal y que no están limpias. Otro de los datos de la encuesta reveló que en Ofua, donde la diarrea es uno de los problemas de salud más latentes en los niños menores de cinco años, más de la mitad de la población no tiene acceso a una pastilla de jabón. Y otro dato más: en este campo de refugiados al menos la mitad de la población siente incertidumbre sobre si tendrán agua al día siguiente. Y esa falta de garantías empuja a más del 80% de la población del campo; es decir, a todos aquellos que dependen del agua que traen los camiones, a esperar junto a los tanques cuando oscurece, a pesar de que el 70% dice no sentirse seguro cuando cae la noche..

Charles, un líder comunitario muy al tanto de los problemas de seguridad junto a los tanques, me llama con frecuencia, preguntándome si sé si los camiones van a llegar o no, porque ya pasan de las 6 de la tarde y comienza a anochecer. Él sabe bien que son otras organizaciones las encargadas de la administración de los camiones, pero igualmente me llama a mí, tratando de encontrar desesperadamente respuestas que mitiguen la incertidumbre de su comunidad. Yo, lamentablemente, poco puedo decirle.

Fuentes alejadas

El problema del agua tiene muchas causas, pero un factor fundamental es el hecho de que las fuentes existentes no están necesariamente localizadas en los lugares donde la gente ha sido asentada. Y en algunos casos se encuentran verdaderamente alejadas. Trasladar el agua a través de este sistema de camiones de agua, que se atascan en el barro cuando llueve, que se estropean con frecuencia, o que simplemente no pueden hacer todos los viajes necesarios para que todos tengan agua ese día, resulta muy costoso e ineficaz, pero en la mayoría de los sitios no existen otras soluciones más sustentables. Nosotros, como podéis ver en el vídeo que han hecho mis compañeros desde Parlorinya, hemos empezado a instalar plantas potabilizadoras que suministran millones de litros de agua en algunos de los asentamientos de la zona, pero de momento no llegamos a todos los lugares necesarios.

Las tierras que se les asignan a los refugiados, tampoco son todas cultivables, y resulta casi una cuestión de suerte haber recibido un pedazo de tierra árido o no. Y naturalmente, uno se pregunta, por qué fueron los refugiados asentados en esas zonas si las autoridades ya sabían que eran zonas tremendamente áridas. Cierto es, que independientemente de si son cultivables o no, y de que los refugiados puedan eliminar la dependencia de las raciones humanitarias mensuales de comida, estas tierras permiten tener una vida lejos del ciclo de violencia de Sudan del Sur. ¿Pero, quitando eso, les permiten también tener también una vida digna?

Si las decisiones del sector humanitario se basan en lo que la gente necesita con mayor urgencia, entonces esta es una realidad hasta cierto punto esperada. La gente lo primero que necesita es un lugar en el que estar a salvo de la violencia, y, viéndolo así, puede entenderse que no importe mucho donde se localice el lugar de refugio que se les ofrece. Lo más importante es poder acceder a un lugar que tenga servicios básicos de salud, agua y alimentación. Estoy de acuerdo, pero, sin embargo, aquí tampoco disponen siempre de todo eso.

En lo que concierne al agua, es cierto que en crisis humanitarias el suministro de suficiente agua potable es un desafío, y la asistencia se brinda en base a las necesidades más básicas para sobrevivir al periodo de emergencia. Sin embargo, en Ofua la población lleva más de seis meses asentada en lugares que incluso no se llaman oficialmente ‘campos de refugiados’, sino asentamientos. Esto es porque se prevé que todas estas personas tengan que permanecer en Uganda por un largo tiempo. Y sin embargo Alice, como muchos otros en Ofua, me comentan con frecuencia que ellos lo que esperan es poder volver lo más pronto posible a Sudan del Sur, donde las cosas antes eran distintas. Quieren rehacer sus vidas, volver a lo que antes era la normalidad.



Desde principios de 2017 Médicos Sin Fronteras (MSF) trabaja en Ofua, en el asentamiento de Rhino. A la fecha, MSF ha construido y opera un sistema de suministro de agua extraída de dos pozos de alto rendimiento por medio de una bomba que traslada el agua a través de más de 8 kilómetros de pipas, a un centro de almacenamiento central y a 17 grifos comunales en dos zonas de Ofua. MSF también brinda servicios de salud gratuitos tanto a refugiados como a ugandeses en dos puestos de salud que dan servicios básicos y de prevención, y en un centro de salud con capacidad de hospitalización y sala de partos. Por medio de estas operaciones, MSF emplea a más de 200 refugiados sursudaneses y a residentes Ugandeses.
[1] http://www.ine.es/prensa/np934.pdf




">


ARCHIVOS

Mostrar más


OTRA INFORMACIÓN ES POSIBLE

Información internacional, derechos humanos, cultura, minorías, mujer, infancia, ecología, ciencia y comunicación

El Mercurio Digital (elmercuriodigital.es) se edita bajo licencia de Creative Commons
©Desde 2002 en internet
Otra información es posible




AI FREE: DIARIO LIBRE DE INTELIGENCIA ARTIFICIAL