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El drama detrás del selfie

OPINIÓN de Ana María De Luis Otero.- Ha pasado el verano y con él un relato en primera de persona, de esa, que no soy otra que yo, la de las redes; esa que tiene muchos “me gusta” porque les gusto, les gusta lo que hago; ¡por fin, tengo muchos amigos!

Así comienza una historia tras otra en ese mundo inexistente que se llama Instagram y que proyecta lo que no soy. La generación del “selfie” determina quién soy en relación a cómo estoy, aquí, hoy, ahora. Parte de mi día lo dedico a comunicar gráficamente qué estoy haciendo; acaso algo que no me gusta pero que les gusta. En esa interacción pasa un tiempo real, ese que me desespera si lo que proyecto no ha tenido efecto…



La inmediatez, sí, ¡claro que la quiero! Necesito saber cómo gestionar la tristeza cuando no me aceptan, cuando no me dicen que les ha gustado. Mi autoestima está condicionado por lo que les gusta y siempre de todo eso que pasa al otro lado de mi móvil. Desconozco que me pasa a mi, aquí, ahora, con la persona que tengo enfrente. No sé pasar un minuto sin mi móvil porque me da y recibo. En ese juego interminable en donde obtengo una comunicación irreal con los demás, tengo la percepción de mi mismo. Todo es apariencia, todo es irreal pero es mío. Un mundo fácil en donde todo es posible porque sin esfuerzo tengo todo en un minuto, a través del móvil. Puede ser una caja de donuts, una pareja para un día o una falda si me la quiero comprar. Desconozco qué es un no, cómo es la realidad y cómo se sienten los demás conmigo si los tengo cerca.

¿De qué huyo? Quizá de mi mismo, quizá de lo que soy para los demás, porque muy feliz realmente no me siento. A veces suspendo, otras no puedo hablar en casa, no tengo control de lo que hago porque todo lo hago para los demás; realmente no sé si me apetece hacer esto o lo otro. La aceptación de los demás es importante para mi. Puedo dar una imagen genial de mi persona; pongo un filtro, saturo el contraste sin saber realmente qué es, le pongo más brillo y luego lo subo. Al rato sucede. La mágica respuesta aparece en las redes en donde voy contando mis experiencias; twitter, instagram, Facebook; mi vida, la irreal, que empieza ya a ser mía, la real, porque es la única que tengo.

Este relato podría ser el de cualquier joven; muestras de dolor y de soledad, de falta de rigor y de no conocer la realidad solo lo inmediato. Para los psicólogos, se hace patente ese dolor y cuando no han sido aceptados. Están dispersos, no se centran, fallan en clase, no atienden, están con amigos pero no participan de las reuniones porque realmente no están ahí, están allí. Si no tienen wifi se sienten mal y llegan a tener ansiedad. Una ansiedad que les genera la obsesión por publicar constantemente.

La pérdida de autoestima, la falta de esfuerzo a la hora de conseguir cosas ha generado una generación de infelices que desconocen que la vida no está allí sino aquí, en la medida en la que podamos ser felices. Luego vienen las situaciones difíciles, las enfermedades, la muerte, el paro, la vida cotidiana y si no se acostumbran a tener herramientas para vivir con estos mimbres, difícilmente podrán lograr la felicidad.

El drama de la juventud pasa por la permanente validación de quiénes son para los demás; quizá también para desconocidos que son los que hacen que ellos se sientan bien, o no. Regular el uso del móvil desde la adolescencia, enseñar a valorar la importancia de las redes y utilizar el sentido común hará que el joven crezca con lo que merecidamente tiene que es salud, fuerza y una vida normalizada. Todo lo demás no tiene sentido, no forma parte de la vida y hace que los que hoy son jóvenes lleguen a la edad madura con una idea equivocada de lo que son.

La comunicación es buena, genera mucha información, hace que las personas estén en contacto pero como casi todas las cosas de la vida; hay que saberla utilizar para que sea realmente efectiva. Proyectar una familia feliz con Barbie, Ken y el coche es lo mismo que decir que están en las Bahamas para que todos añadan, ¡qué suerte! ¡pásalo bien! y esas lindezas con las que todos tienen de todo además de envidia. Es la realidad, la nuestra, la de las personas que vemos a diario, que podemos tener de amigas y que luego nos cuentan su realidad. Nunca coincide con la que proyectan, por cierto. Algo pasa, está pasando, mejor dicho.




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