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El Estado en crisis, la sociedad polarizándose y los gobernantes mirando por sus intereses

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- El verano ha sido más caliente de lo normal políticamente hablando, y decir caliente es una forma suave de referirnos a la suciedad que día tras día debemos tragarnos los ciudadanos. Las informaciones interesadas cuando no la propaganda negra [la intoxicación y la manipulación informativa, para decirlo de forma sencilla]; las tergiversaciones y las medias verdades de responsables, portavoces oficiales y oficiosos; las tertulias sesgadas ad nauseam, la descalificación absoluta y la deslegitimación inapelable del adversario; la negativa recalcitrante a practicar cualquier tipo de autocrítica y el uso de la amenaza como moneda corriente en el ámbito de lo público, todo ello, está teniendo un efecto perverso y peligroso al mismo tiempo entre la ciudadanía atenta a la vida política española. Las posiciones cada vez están más polarizadas.

Cuesta creer que la cuestión catalana haya llegado donde ha llegado, pero es aún más duro tener que coincidir con aquellos que anuncian, pesimistas, que lo peor aún está por llegar, y que el mes de septiembre va a ser droga dura. Por no hablar de octubre, de noviembre... La situación es grave, el modelo de Estado está en cuestión y los máximos responsables políticos no se quitan la pasta de los dedos -ni saben ni quieren- y prefieren no plantarle cara al problema.

Hace meses que vivimos un crescendo de desafíos y de amenazas entre el gobierno catalán y el central. Cualquier cosa se ha hecho desde las dos partes excepto política, entendiendo por tal el diálogo, la negociación y, en su caso, el pacto. Los puentes hace tiempo que fueron dinamitados, no hay interlocutores con capacidad para descolgar el teléfono o para convocar una reunión que permita aligerar la tensión que va acumulándose como una bolsa de grisú en el pozo de una mina de carbón.

Por supuesto que no hablo de las razones de unos ni de otros. De lo que hablo es de lo que parece un pavoroso abandono de responsabilidades por parte de quienes la ciudadanía ha elegido para gobernar. Es imposible no concluir que los independentistas catalanes han decidido desafiar al gobierno central pensando en una próxima convocatoria electoral en la que rentabilizar ese combate, mientras que el gobierno de Rajoy está convencido de conseguir lo mismo agitando la bandera de la unidad de España frente los que la cuestionan.

Cuando alguien podía pensar que el clima de tensión ya era insoportable, ocurrió el atentado de Barcelona. Entonces pudimos comprobar que, efectivamente, por mal que esté una situación siempre es susceptible de empeorar.

No tengo la menor capacidad para evaluar si la actuación policial de los Mossos ha sido excelente o ha evidenciado errores de importancia. Ni la tengo para valorar si el resto de las fuerzas de seguridad del Estado, desde la Guardia Civil al CNI, han hecho lo que tocaba bien, mal o regular. Sin embargo, como ciudadano tengo el derecho de decir que me parece que mucho, demasiado, de lo que hemos visto, leído y escuchado después la masacre barcelonesa ha sido y es deplorable, indigno e impropio de un Estado de la Europa occidental.

Cuando una situación política se polariza hasta estar a punto desbocarse, cuando el escenario se vuelve binario y los actores principales aparecen como irreconciliables, se reduce drásticamente la franja intermedia en la que habitan aquellos que no aceptan una realidad en blanco y negro, los que son sensibles a la gama de grises. Es por eso que esa tierra de los que no tienen las certezas fosilizadas está definitivamente amenazada por unos y otros, y ambos contendientes los empujan a elegir un bando de forma clara, a definirse: conmigo o en contra mía. Hoy por hoy, si las cosas van como van, es verosímil que en algún momento los de la franja deberán tomar partido o aceptar que serán designados como traidores por los blancos o los negros. Mientras tanto, la situación se complica cada vez más, y el aire es cada vez más irrespirable.

El paro y la corrupción siguen siendo, según el CIS, los principales problemas detectados entre la ciudadanía. No obstante, durante el verano uno y otro han quedado sepultados por el ruido de los desafíos y las amenazas de la situación catalana. Parece que no tenemos un problema con el tipo de puestos de trabajo de calidad ínfima que está creándose, ni con la devaluación vía salarial, ni con el desvío de dinero público a bolsillos privados, ni con la amenaza del terrorismo fanático, ni con la violencia contra las mujeres, ni con el drama de la inmigración, ni con la pérdida irreparable de relevancia de Europa en el mundo, ni siquiera con el cambio climático que ya no es una amenaza sino una evidencia. Los hay, está claro, a quienes les viene de perlas que la situación catalana concentre en exclusiva el foco de la atención de la ciudadanía.

Es decir, que los actuales gobernantes prefieren continuar con el suma y sigue que consideran les dará más réditos electorales a corto plazo; todo es puro tacticismo, política menuda, cosa de negociantes de dinero fácil. Cada uno mira exclusivamente por sus intereses. Ahora, todos hablan del 1 de octubre, como si ese día el problema se resolverá en beneficio de los unionistas o de los independentistas. No será así, y pase lo que pase ese día en los siguientes habrá que actuar y tomar decisiones; eso sí, con más presión cada vez.

Mal pinta el curso que acabamos de estrenar. Habrá que estar preparados ya que nos quedan muchos sustos que pasar durante esta nueva etapa.




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