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Heroínas antifascistas de ayer y hoy

OPINIÓN de Amy Goodman, Denis Moynihan.- La violenta manifestación de grupos neonazis y miembros del Ku Klux Klan que tuvo lugar en Charlottesville, Virginia el mes pasado, procesión con antorchas incluida, y la reiterada defensa del presidente Donald Trump de este encuentro racista, se han convertido en un punto de inflexión en el Estados Unidos moderno. Trump dobló la apuesta la semana pasada, cuando volvió a culpar a ambas partes por la violencia y calificó a algunos manifestantes antirracistas y antifascistas como “tipos malos” al día siguiente de reunirse con Tim Scott, el único senador republicano afroestadounidense del Senado, a quien la Casa Blanca llamó “Tom” Scott.

En resumen: Heather Heyer, una activista de 32 años de edad, fue asesinada, y al menos 19 personas más resultaron heridas cuando un neonazi arremetió su vehículo contra una multitud de contramanifestantes antifascistas el 12 de agosto. Los grupos de odio y los supremacistas blancos, que han ido en aumento desde que Barack Obama se convirtió en el primer presidente afroestadounidense, ahora se ven envalentonados por Trump.

En este momento crítico de la política estadounidense, y también en esta época de las Festividades Sagradas Judías de Rosh Hashaná y Yom Kipur, viene al caso recordar la historia de la resistencia contra el fascismo. Las historias de Ana Frank y Sophie Scholl –dos jóvenes alemanas; una judía y otra cristiana– deberían guiarnos e inspirarnos en este tiempo de oscuridad.

En 1942, Sophie Scholl, estudiante universitaria de 21 años, de Munich, Alemania, junto con su hermano mayor, Hans, estudiante de medicina, formaron el colectivo Rosa Blanca con un pequeño círculo de amigos. Decidieron producir una serie de panfletos que exponían las atrocidades nazis e instaban a la resistencia contra Hitler. El primer panfleto se publicó en junio de 1942. Fue enviado anónimamente por correo a ciudadanos de Munich que los miembros de la Rosa Blanca consideraron que podrían simpatizar con la propuesta. Los folletos se dejaban en paradas de autobuses y portones, y en cualquier lugar en el que pudieran ser entregados clandestinamente. Ser atrapado podía implicar ser encarcelado y, posiblemente, enfrentar la muerte.

El segundo panfleto decía: “Desde que Polonia fue conquistada, 300.000 judíos han sido asesinados en ese país de la manera más bestial imaginable. Los judíos son seres humanos también”. El colectivo alentaba la resistencia pasiva y el sabotaje. En su cuarto comunicado expresó: “Cada persona puede contribuir en algo para derrocar a este sistema”.

La Gestapo, la policía secreta nazi, organizó una amplia búsqueda de los distribuidores de panfletos. Finalmente, en febrero de 1943, Hans y Sophie fueron atrapados mientras repartían folletos en la Universidad de Munich. Fueron interrogados, juzgados, condenados y decapitados junto con un profesor y otros activistas estudiantiles.

Mientras tanto, Ana Frank, de 13 años de edad, sufría junto a su familia una creciente persecución antisemita en una Ámsterdam ocupada por los nazis. Ya habían huido del antisemitismo en su Alemania natal. Estados Unidos les negó varias veces la visa para que la familia Frank pudiera refugiarse en Estados Unidos. Desesperados, en 1942 se trasladaron a un sector oculto del edificio donde estaba ubicada la oficina del padre de Ana, Otto, lugar al que Ana llamó “el anexo secreto” en su famoso diario. Lograron permanecer ocultos durante dos años.

Es difícil de creer que Ana Frank escribió su destacado diario cuando tenía entre 13 y 15 años de edad. “Oigo cómo se acerca el trueno que, un día, también nos destruirá a nosotros. Siento el sufrimiento de millones”. Esto lo escribió el 15 de julio de 1944, y continúa: “Y, sin embargo, cuando miro hacia el cielo, de alguna manera siento que todo cambiará para mejor, que esta crueldad también terminará, que la paz y la tranquilidad volverán una vez más. Mientras tanto, debo aferrarme a mis ideales”, escribió.

Tres semanas más tarde, el anexo secreto fue asaltado por las fuerzas paramilitares nazis, conocidas como las SS. Ana, su familia y las otras cuatro personas que se escondían allí fueron arrestadas y deportadas a campos de concentración alemanes. Ana y su hermana Margot fueron separadas de sus padres y fallecieron en el campo de Bergen-Belsen en 1945, semanas antes de que el lugar fuera liberado. Solamente Otto Frank sobrevivió a los campos de concentración, tras lo cual recuperó el diario de Ana y lo compartió con el mundo.

Ahora, más de 70 años después, grupos armados neonazis y del Ku Klux Klan marchan con antorchas en Estados Unidos, coreando “¡Sangre y tierra!”, un eslogan nazi de la década de 1930, además de “¡Los judíos no nos van a reemplazar!”. Donald Trump, cuyo padre fue arrestado en una marcha del Ku Klux Klan en 1927, y que fue demandado por el gobierno federal por discriminar a sus arrendatarios afroestadounidenses, afirma que había “muy buena gente” entre la multitud supremacista blanca en Charlottesville.

Sumado a esto, poco después de los incidentes en Charlottsville, Trump indultó a Joe Arpaio, el ex sheriff del condado de Maricopa, Arizona, que había sido condenado por su tristemente célebre persecución ilegal a latinos inocentes y quien, con orgullo, hacía referencia a una de sus cárceles como su propio “campo de concentración”. Además, refugiados de seis países de mayoría musulmana tienen prohibido el acceso a Estados Unidos, y también se están desmantelando las protecciones y apoyos para la comunidad LGTBQ (también victimizada durante la Alemania nazi).

“Si no sientes indignación, no estás prestando atención”. Esa es la cita que figuraba en el perfil de Facebook de Heather Heyer cuando murió. Como Ana Frank —y Sophie Scholl antes que ella—, Heather murió ejerciendo resistencia contra el fascismo. Hagamos que sus historias inspiren una nueva ola de valiente resistencia.



22 de septiembre de 2017




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