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Cien años de una revolución que ya no está pero sigue inspirando

OPINIÓN de Emilio Marín.- Se cumplieron cien años de la revolución de Octubre en Rusia, convertida luego en república de Soviets. Marcó a fuego el siglo XX. Aunque fue implosionada en 1991, su legado perdura. Donde hubo fuego, algo más que cenizas quedan.

La revolución de Octubre triunfó el 25 de octubre de 1917, según el viejo calendario juliano, 7 de noviembre de ese año, a tenor del calendario del Papa Gregorio XIII. Un cañonazo del crucero Aurora dio la señal de asalto al Palacio de Invierno, adonde se había refugiado, con el miedo rayándole sus almas, el gobierno de Aleksandr Kerenski y unos pocos militares adictos. La resistencia duró muy poco y esa noche era una realidad el poder soviético, que en cuestión de días se haría también de Moscú.

No fue fácil tomar el poder en el país más atrasado de Europa y parte también de Asia. En junio de 1905, cuando se libraba la primera revolución, los marinos se amotinaron en el acorazado Potemkin, que navegaba el Mar Negro, y se unieron a los obreros insurrectos de Odessa. Sobre esto giró en 1925 la excepcional película de Serguéi M. Eisenstein.

Esa vez el desemboque insurreccional en Moscú, diciembre de 1905, pudo ser sofocado por el zar Nicolás II. Ya en ese intento y al calor de las huelgas, en octubre de ese año habían surgido en las fábricas los primeros soviets (consejos) obreros.

Esa fue una originalidad del proceso ruso que superó esa derrota y volvió con más fuerza doce años más tarde, cuando derrocó a los Romanov. Los soviets eran una organización de masas política, relacionada pero distinta a los sindicatos reivindicativos.

En una primera época los reformistas, mencheviques y social-revolucionarios tenían la dirección de los Soviets, opuestos a los bolcheviques de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. En el I Congreso de los Soviets, de 1917, sobre 700 delegados, había 100 bolcheviques y 600 o más mencheviques y eseristas.

La revolución rusa no nació de una sino el resultado de luchas y derrotas, en tres intentos. En diciembre de 1905 fue la insurrección moscovita derrotada. La revolución de febrero de 1917 derrocó al zar pero dio lugar a un gobierno burgués con participación de mencheviques. La tercera fue la vencida: en Octubre triunfaron los obreros.

Los términos “bolcheviques” (mayoría) y “menchevique” (minoría) se usaron desde el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en 1903, comenzado en Bruselas y culminado en Londres, de exiliados y perseguidos por el zarismo y su Ojrana, su policía secreta.

Paz, Pan y Tierra

Durante años de lucha contra el zarismo y la autocracia basada en los terratenientes y el semifeudalismo, los bolcheviques plantearon una revolución democrático-burguesa y un gobierno obrero-campesino. Proponían continuar con una etapa ulterior de revolución socialista, una vez despejada la dictadura medievalista.

De paso sea dicho, tal planteo leninista, plasmado en su trabajo de junio de 1905 “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática”, nunca fue compartida por León Trotsky, que negaba el rol de los campesinos y desconfiaba del papel conductor de la clase obrera, por lo que insistía en la “revolución permanente”. En noviembre de ese año, en su artículo “Sobre las dos líneas de la revolución”, Lenin escribió: “Trotsky repite su ‘original’ teoría de 1905, negándose a reflexionar sobre las causas por las cuales, durante diez años, la vida ha pasado de largo ante esa magnífica teoría”.

El núcleo de la revolución democrática era la confiscación de los terratenientes y no de toda la propiedad privada. La vida confirmó el planteo bolchevique. La revolución de febrero de 1917 bajó al zar pero siguieron las hambrunas, cuando el gobierno de Kerenski, con apoyo de los mencheviques, continuó la I Guerra Mundial. Rusia estaba allí junto a Francia e Inglaterra, en tiempos de Nicolás II, y siguió allí con Kerenski. La “fuga hacia adelante” de éste supuso que con victorias en el frente militar iba a zafar de la revolución obrera. Y fue todo lo contrario: esa guerra interimperialista convenció a las multitudes que los bolcheviques tenían razón. Que necesitaban Paz, Pan y Tierra.

El orden de esos factores no alteraba el producto, pero priorizaba sacar a Rusia de la I Guerra Mundial, interimperialista. Había que poner fin al hambre y sacrificios de 14 millones de jóvenes trabajadores y campesinos arrancados de sus empleos para ir a una rapiña.

Tesis de Abril

El 3 de abril el jefe de los bolcheviques regresó de su exilio en tren vía Alemania (lo que le reportó calumnias de ser “agente alemán”, algo descabellado como luego se demostró con la agresión germana en Brest-Litovsk, marzo de 1918). En reuniones y asambleas, explicó sus Tesis de Abril: pasar a la etapa socialista y “Todo el poder a los soviets”, terminando la dualidad de poderes. Las palancas para movilizar a los trabajadores soldados eran “Paz, Pan y Tierra”.

Hasta julio de 1917 había expectativas que ese traspaso fuera pacífico, vista las fuerzas del pueblo y la debilidad extrema del gobierno. Esas esperanzas terminaron en julio, cuando se reprimió salvajemente las protestas contra el hambre y el crac económico derivado de la guerra.

Allí se decidió preparar la insurrección en Petrogrado. El II Congreso de los Soviets sería a fines de octubre de 1917. La estrategia de Lenin fue atacar antes y llegar a esa cita obrera pidiendo se hiciera cargo del gobierno y adoptara medidas de fondo sin perder ni un minuto.

Los soldados revolucionarios tomaron el poder en un día. El Soviet deliberó en el Palacio Smolny y el 26 de octubre aprobó los primeros decretos redactados por Lenin. El de la paz proponía un armisticio de tres meses a todos los países en guerra para negociar un acuerdo definitivo. El de la tierra daba la tierra a los campesinos, incluso en forma de asignación a éstos tal como habían preconizado los eseristas de izquierda. Los bolcheviques resignaban su programa de nacionalización de la tierra para dar sustento campesino al flamante gobierno. Ya habría tiempo, razonaron, de convencer a los campesinos de las bondades de la cooperación. El tercer decreto nombró al primer gobierno soviético.

Todo eso fue aprobado por los obreros, campesinos y soldados del Soviet. Los acontecimientos de Petrogrado se expandieron a Moscú y otras latitudes. Más complicada fue la llegada de la revolución a parajes asiáticos de Rusia, con diferentes idiomas y religiones, como lo cuenta John Reed, el norteamericano autor del célebre “Diez días que conmovieron al mundo” y al que se refiere la película Reds dirigida en 1981 por Warren Beatty.

Grandes avances

Desde entonces y cuando en 1922 nace la URSS con Rusia y otras repúblicas, el socialismo dio grandes frutos. No fue fácil porque a la agresión alemana en Brest-Litovsk le siguieron invasiones de Francia, Inglaterra, Estados Unidos, Japón, etc, en algunos casos con tropas propias y en otras apoyando a exgenerales zaristas Denikin, Kolchak y Wrangel. Todos fueron derrotados.

No había manuales para construir ese nuevo modelo de sociedad y hubo que aprender sobre la marcha. En medio del hambre se aplicó un comunismo de guerra, incautando todo lo producido por los campesinos. Posteriormente se le cobró en especie o un impuesto del 10 por ciento; se le dejaba sembrar voluntad y lo producido de más era suyo. En 1921 se inició la Nueva Política Económica (NEP) abriéndose a la inversión extranjera y fomentando los negocios para aumentar la producción y el consumo, con estímulos materiales y altos salarios para los directivos y jerárquicos. Manteniendo el rol central del Estado y los planes centrales, se permitieron empresas privadas pequeñas y medianas.

Esa fue orientación de Lenin, quien estaba mal de salud luego de sufrir un atentado de Kaplan, una eserista de izquierda, en una visita fabril. Aún en 1922 tenía una bala alojada en el cuello, que le fue extirpada. Falleció en 1924, apenas siete años después del triunfo (los cubanos tuvieron a Fidel Castro 57 años luego de 1959).

Moscú puso en el espacio a Yuri Gagarin en 1957 y luego a Valentina Tereshkova, como muestra de lo alto que llegó el socialismo, convirtiendo a la URSS en el segundo país más importante del mundo.

Además hay que mensurar la destrucción que sufrió en la agresión nazi de junio de 1941-mayo de 1945. Los soviéticos partían a la defensa con el grito de “Por la Patria y por Stalin”. Más de 20 millones de soviéticos dieron su vida para batir al III Reich. “Los hitlerianos destruyeron 1.170 ciudades, más de 70.000 pueblos y aldeas, decenas de miles de industrias, escuelas, clínicas, centros de enseñanza” (Museo Central de Lenin, pág. 127). El protagonista de esa proeza fue el pueblo, con la conducción política y militar de José Stalin, secretario general del PCUS desde 1923, quien tuvo otros méritos como la colectivización del campo y la industrialización. Sin eso no se habrían podido forjar las armas de defensa para ganar la “Gran Guerra Patria”.

El coloso se desplomó en 1991 por mérito de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y el Papa Karol Wojtyla, pero también fruto de desviaciones propias. Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin favorecieron la implosión con el contrabando que la “perestroika” y “glasnot” eran “más socialismo y más democracia”.

La Comuna de París fue la primera gesta de las clases laboriosas. Octubre la segunda y vinieron otras en Beijing, Hanoi, Pyongyang y La Habana. La primera duró 71 días y la segunda 74 años, pero la historia no finalizó. Puede haber otros pueblos que asalten el cielo con las manos y el Palacio de Invierno con los soviets.




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