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Recta final de campaña en Cataluña: alerta con las palabras gruesas

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- Últimos días de una campaña electoral más que singular, en Cataluña. Cada uno de los partidos que se presentan para conseguir el apoyo de los electores juega, como es lógico y legítimo, sus cartas para obtener el mejor resultado posible.

Los independentistas, que fueron de victoria en victoria hasta la derrota final de la aplicación del 155, ni se resignan a reconsiderar sus objetivos, ni son capaces de ponerse de acuerdo entre ellos. Por supuesto que no se espera que las CUP renuncien a sus líneas programáticas, pero mientras que algunos esperaban que republicanos y puigdemonistes mantuvieran, al menos, la mínima sintonía que les permitió custodiar la llama de la República catalana, la realidad se ha evidenciado contraria: Junqueres y ERC aspiran a sacar del centro de la foto al MHP que está en Bruselas; mientras que lo que representa la parroquia de Convergència se ha puesto en sus manos, y anuncian que todo lo que no sea apoyar a Puigdemont será refrendar el 155.

Los que propiciaron su aplicación, con más o menos ganas, también tienen su lucha interna. El PP, con el peor candidato posible ["ser catalán es festejar las victorias de La Roja", declaró el hombre], ha obligado M. Rajoy y la compañía a hacer horas extras en Cataluña. La señora Arrimadas, la antítesis del asilvestrado García Albiol pero con parecidos objetivos, aspira a ganar: hasta aquí han llegado a cambiar las cosas en Cataluña durante los últimos dos años. El señor Miquel Iceta, lucha contra todo y, particularmente, contra su partido de España: a pesar del tibio calor de Pedro Sánchez, todo el mundo sabe que su margen de maniobra es corto, atado en corto como lo tienen desde Madrid.

Los Comunes, del tándem Domènech-Colau es, sobre el papel, -entendemos- la alternativa más atrevida. Aspiran a ser decisivos, y han puesto mucha carne en el asador. La calculada equidistancia de la alcaldesa de Barcelona no es sino una crítica poco fundamentada, que ha obedecido al deseo de la mayoría de polarizar la situación al máximo: buenos y malos, catalanes y españoles, republicanos y constitucionalistas, el que no está conmigo está contra mí. Es de agradecer que los Comunes [y Colau soportando presiones fortísimas] hayan mantenido su negativa a aceptar la división binaria de la sociedad catalana, que es mucho más plural que todo eso. Veremos el resultado que recogen, y hasta qué punto un discurso complejo como el de ellos y poco proclive a la épica es bendecido por un segmento importante de los electores.

En cualquier caso, alguien tendrá que empezar a hacer propuestas en positivo desde la mañana del viernes, día del sorteo de la lotería de navidad. ¿Dónde y a quién le saldrá el Gordo?

Mientras tanto esto llega, últimamente han subido los decibelios de los sectores más radicales e intransigentes de los híper polarizados. Unos hablan de franquismo y de fascismo en todas partes, y otros no ven más que nazis y racistas a diestro y siniestro.

Todo aquel que no está, en opinión de esta gente, a favor de la separación de Cataluña es un franquista; todo lo que hace el gobierno de M. Rajoy, es franquismo. Desde la otra orilla del río, todo el que no se emociona con la bandera española es un nazi [onalista] y un racista. Hasta este punto han llegado a degradarse algunas posiciones políticas de entre las confrontadas.

Desde los sectores más identificados con el separatismo catalán parece que no tienen la mínima intención en distinguir entre un gobierno reaccionario, antisocial y recentralizador, ahogado por la corrupción sistémica, como es el de M. Rajoy, y España en su conjunto. Se toma la parte por el todo.

Desde los más ardientes defensores de la españolidad de Cataluña, todos los indepes son un grupo de racistas y xenófobos, que odian incluso La Roja. Tampoco estos tienen la menor intención de abrir el diafragma, así que a la descalificación absoluta del soberanismo unen el deseo confesado de castigar a los independentistas. También toman la parte por el todo.

Unos y otros, tal vez, podrían tener cuidado y pensar qué fue el franquismo, qué es el racismo, qué fue el nazismo, qué es la xenofobia.

La juventud que no vivió la larga noche franquista, quienes no sufrieron la larga mano de una dictadura cruel que estuvo fusilando gente desde 1936 a 1975, está siendo engañada. No, ahora no hemos vuelto al franquismo. Otros jóvenes, a su vez, pueden creer que los nazis eran lo que ahora les señalan, y sería terrible. El racismo ha existido, al menos desde La Controversia de Valladolid hasta la actualidad, y es algo muy grave y serio como para banalizar alegremente sobre ello.

Convendría no usar palabras tan gruesas con tanta ligereza. Son palabras cargadas de muchas cosas, no hacen sino ensuciar más el aire que respiramos, dificultan el necesario diálogo que tarde o temprano tendrá que hacerse y, además, puede confundir gravemente a una buena parte de la juventud.




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