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El Papa de las dos caras, la Iglesia española y el franquismo

OPINIÓN de Joan del Alcàzar.- El reciente viaje del Papa Bergoglio a Chile nos ha dejado, como en el eclesiástico es habitual, una de cal y otra de arena; una señal esperanzadora de lo que debiera ser habitual en el máximo representante de los cristianos católicos, y otra amarga en tanto que confirma que en la Iglesia de Roma todo sigue, palmo arriba palmo abajo, como siempre desde hace siglos.

El jesuita argentino, que accedió al papado con el nombre de Francisco I, como homenaje y deseo de identificación con el santo de Asís, lo tuvo fácil para acaparar portadas, titulares y reconocimiento. Tras el belicoso Wojtyla y el agrío Ratzinger, Bergoglio exhibía su condición de ser el primer papa no europeo en muchos siglos, latinoamericano por más señas, y un carácter campechano muy alejado de las rigideces de sus predecesores, polaco y alemán.

Los afines al nuevo Papa siempre destacaron –y continúan en ello- su humildad y su sencillez vital, muy distante del boato tradicional de la Corte Vaticana, y su compromiso con los de abajo: es decir con los pobres, los excluidos, los migrantes, los perseguidos. No obstante, un balance de su papado nos dice que hay puntos negros importantes: ha encontrado una fortísima oposición interna a alguna de sus líneas de trabajo, y su discurso está muy lejos de ser eficaz en asuntos tales como las reformas financieras en la Iglesia o en cuestiones de orden moral en temas como el aborto, el uso de anticonceptivos o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero si en algún problema esa distancia es abismal es en el de los abusos sexuales practicados sobre niños y menores por clérigos católicos de todo rango, desde simples curas de pueblo a cardenales. En este apartado, Francisco I ha sido o bien un lamentable impotente o bien un cínico redomado.

Dos botones de muestra de esa doble cara del Papa Bergoglio: uno, en ese reciente viaje a Chile, condenó desde el Palacio de la Moneda la pederastia en la Iglesia chilena, denunciada y documentada en abundancia, mientras que en un acto posterior en el Parque O’Higgins fue acompañado desde lugares de privilegio por dignatarios de esa misma Iglesia acusados de pedofilia; dos, el último acto de su estancia en Chile, Francisco lo dedicó a recibir a dos representantes de las víctimas de la dictadura de Pinochet, quienes le pidieron ayuda para el esclarecimiento de las circunstancias vividas por miles de detenidos desaparecidos.

Una reflexión final, al hilo de lo dicho, en relación con la Iglesia católica española. ¿Por qué aquí no hubo ninguna reunión del Papa Francisco con los hijos y los nietos de los represaliados por la dictadura de Franco? ¿Por qué aquí no hay una posición de condena de la jerarquía católica a la política de un gobierno que se niega a rescatar los restos de miles de cadáveres de ejecutados por los franquistas que yacen en las cunetas de toda España? ¿Por qué en Cuelgamuros una Compañía Benedictina custodia la mayor fosa común de España, con 33.000 cadáveres, y la tumba de Franco está en el lugar que el derecho canónico reserva para papas y obispos?

¿Qué piensa Francisco I, el que acaba de reunirse con las víctimas de la dictadura militar chilena, de lo que sus católicos seguidores hacen en España con las víctimas de la dictadura de Franco?





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